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viernes, 21 de diciembre de 2007

Brasas, flechas y Venus

Yo nunca te hice

la promesa vana

de un amor eterno.

Pero nunca brasas

tan ardientes

me han quemado

y nunca tanto ardor

pudo en mis venas

dejar sembrada

la antigua flecha.



***************



El niño de los arcos

se reía y la diosa

del vestíbulo

alegre se ilumina

confiada en el oficio

de fundir en uno

los separados cuerpos.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Alberto Giacometti

Estuve ayer en los antiguos locales de la Biblioteca Nacional de Francia, es ahí que se presenta una nutrida exposición de los grabados del célebre pintor y escultor suizo Alberto Giacometti. Esta muestra se termina el 13 de enero del 2008. En estos momentos en el Centro Cultural "Pompidou" (Beaubourg) tiene lugar simultáneamente una importante exposición cuyo título es "El taller de Giacometti".

No soy especialista, ni critico de arte. Mi opinión tiene el peso de un diletante, del curioso que va a los museos, ve cuadros, los observa y a veces comenta. Recuerdo en este momento mi visita, en Madrid, con un amigo salvadoreño, a los cuadros de Goya. Recuerdo que hablamos mucho y compartimos impresiones. Al mismo tiempo que hablamos de nuestro arte actual y de la guerra que aún nos determina. Pero a raíz de este recuerdo, como sucede a veces, me ha venido otro, José Ortega y Gasset inicia uno de sus ensayos sobre Goya con estas palabras: "Desearía que el lector, durante la lectura de estas páginas, mantuviese siempre a la vista, plantado al fondo de su atención, este hecho: que soy un gran ignorante en materias de historia artística". Y después de agregar algunos motivos que lo movieron a aceptar introducir y opinar sobre sus grabados "que el bicentenario del pintor ocasiona". Creo que Ortega y Gasset se equivoca, era el centenario de la muerte. Esto es accesorio, se trata de un lapsus. Y en estos preámbulos dejándole al lector el cargo de "que va a leer decires sobre Goya dichos por quien no entiende de pintura ni de historia de la pintura", Ortega y Gasset pregunta luego: "Mas ¿no debe ello, por lo mismo, interesar a ciertos buenos lectores? Y, más en general, ¿no es conveniente y, acoso, muy fecundo que escriban también sobre las cuestiones quienes no entienden de ellas, quienes no son del gremio que las practica, quienes se enfrontan con ellas in puris naturalibus?

Aquí estoy ante mis amables lectores para decirles que voy a contarles mi visita y que mis impresiones tienen el valor de alguien que no sabe, pero con un quid: yo sé que no conozco nada de grabados y no presumo de ello, como tampoco presumo saber.

Ayer hacía frío, no obstante caminé a pié desde Châtelet hasta Palais Royal a lo largo de la angosta calle Saint-Honoré. Para los que no conocen París, no se trata tampoco de una larga caminata, apenas crucé uno de los barrios más pequeños de la ciudad.

La primera cosa: al entrar a la amplia y antigua sala de lectura me topo con un retrato en busto de Tristan Tzara en el frontispicio de un libro. Me detuve largo rato para observar los finos y decididos trazos del buril, que insinúan el fuerte carácter y la sutil inteligencia del fundador del movimiento Dada. Se ve la corbata mal puesta, el saco ajado y los redondos lentes. El libro que está detrás del vidrio es uno de los veinte ejemplares que se editaron, no sé por qué este detalle me hizo sentir cierto privilegio. Privilegio que evidentemente comparto con el resto de visitantes de la exposición, pues hasta estos días eran muy pocos los que habían podido contemplar el retrato. La Fundación Alberto y Annette Giacometti ha donado el grabado y un ejemplar del libro a la Biblioteca Nacional de Francia y que entrará al departamento de Estampas y fotografías.

Empiezo a recorrer la exposición, poco a poco voy reconociendo el estilo tan particular del pintor y del escultor, que de alguna manera, se mantiene en las litografías. Algunas parecen como el ensayo de alguna futura escultura. Pero esto se ve ya claramente cuando en las litografías que datan ya de los años cincuenta y sesenta.

En sus primeros trabajos se ve la experimentación, los fallos y los tanteos. Sus primeros grabados fueron en madera siguiendo el ejemplo de su padre, el pintor impresionista Giovanni Giacometti. Sus primeros trabajos son retratos de su familia y de sus compañeros del colegio en Suiza. Alberto Giacometti llegó a París en enero de 1922. Naturalmente el joven artista va a entrar en contacto con el Movimiento Surrealista. Es miembro de éste algunos años.

En París el se vuelve asiduo del taller de Stanley Willian Hayter en donde realmente se dedica a aprender las técnicas del grabado en dulce.

En la exposición encotramos algunas ilustraciones de libros de Breton, Crevel, René Char. Pero lo que más me ha apasionado en la exposición es la posibilidad que ofrece de ver los ensayos de Alberto Giacometti, pues el artista solía multiplicar las planchas, por ejemplo para realizar el retrato de André du Bouché hay cinco planchas y para el retrato de Pier Loeb se conocen hasta diez y este retrato ni siquiera será publicado.

De las litografías que me parecieron más atractivas son las que Giacometti le dedica a París y a su lugares preferidos de la capital francesa. La Iglesia de Saint Sulpice y la fuente (algunos recordarán la descripción de la iglesia que nos ofrece en castellano Carlos Fuentes, mucho antes de que Da Vinci Code la volviera una atractivo de un oscuro turismo). El restaurante Select visto desde la terraza de La Coupole. Ambos restaurantes célebres por haber albergado durante largas noches las discusiones de los surrealistas. En La Coupole cenó nuestro amigo Rafael Menjívar en su último día en París.

Una de las esculturas más conocidas es el "Hombre que camina". Esta figura filiforme la encontramos también repetida en algunas planchas, por ejemplo "La Mujer que Camina y un hombre parado". El personaje es insinuado por algunos trazos firmes y precisos, por algunas sombras.

Una litografía que me ha conmovido mucho es el retrato de su madre: "Madre sentada", se siente justamente la tranquila fuerza de la edad y la capacidad de retirarse detras de esas manos juntas, entrecruzadas.

Salí de la Biblioteca Nacional lleno de imágenes y con ganas de contarte mis impresiones.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Es inútil

Qué inútil este cielo azul,

así tan desnudo,

qué inútil este sol

con su insolente brillo,

este viento y el lejano perfume del mar

y esas gaviotas perdidas

que han llegado aquí con la tormenta.

Qué inútil es mentar las cosas,

qué inútil es reparar en la ondulada

cadencia de los pasos femeninos,

si lo que busco es otro cielo,

otro sol y otros pájaros.

¿Y qué quiero mentar?

¿Y de qué me sirve reparar

en nada, si ningún otro paso

es el tuyo, ni aunque lo busque,

ni aunque me lo imagine?

Todo esto es inútil,

buscar tus negros cabellos

en otras cabezas,

tus apasionados ojos negros

en otros rostros,

el ritmo de tu aliento

aquí a mi lado,

si el mar se ha tragado tanta

distancia para separarnos.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Llegaste

Fue entonces que llegaste,

suavemente, como la luz

temprana de la mañana.

Era entonces otro tiempo,

el de antes, cuando todo

se había extraviado,

hasta lo que nunca se pierde

andaba ausente, irredimible,

gastado, como se gasta el tiempo,

como se ausenta el brillo

de las manos fatigadas

y que nada redime.

Fue entonces que llegaste

con tu propia luz

y tus manos abiertas,

generosas y apacibles.

Era entonces otro tiempo,

el de antes, que había perdido

el gusto de desgranar los días

y juntarlos como perlas

profundas, únicas y sin precio.

Era otro tiempo,

absolutamente otro tiempo,

en el que los pasos abrían

llagas a los caminos

y el rumbo, cualquier rumbo,

era penetrar la obscura sombra.

Fue entonces que llegaste.

Vos, con todas tus ganas de vivir,

con tus claros ojos negros,

con tu pelo al viento, suelto,

libre.

Me llamaste.

Oí tu voz

y sentí mío de nuevo al tiempo

y mío el camino

que me alumbran tus ojos

y me señalan tus manos.

Fue entonces que llegaste,

cuando ya no te esperaba.

martes, 4 de diciembre de 2007

Fairuz



Me gustaría mucho poder dar una traducción, pero no está a mi alcancé. De todos modos se trata de una gran cantante libanesa y a mí me gusta mucho su voz y la melodía. Además tengo otra razón muy poderosa:Ixquic* me lo ha pedido. ¿Cómo podría dejar de complacerla?

domingo, 25 de noviembre de 2007

J. Brel: "Ne me quittes pas"



"No me dejes", es el título de esta canción de Jacques Brel. Pongo el texto en francés. Y luego una traducción que he hecho a la carrera.

Ne me quitte pas
Il faut oublier
Tout peut s'oublier
Qui s'enfuit déjà
Oublier le temps
Des malentendus
Et le temps perdu
A savoir comment
Oublier ces heures
Qui tuaient parfois
A coups de pourquoi
Le cœur du bonheur
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

Moi je t'offrirai
Des perles de pluie

Venues de pays
Où il ne pleut pas
Je creuserai la terre
Jusqu'après ma mort
Pour couvrir ton corps
D'or et de lumière
Je ferai un domaine
Où l'amour sera roi
Où l'amour sera loi
Où tu seras reine
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

Ne me quitte pas
Je t'inventerai
Des mots insensés
Que tu comprendras
Je te parlerai
De ces amants-là
Qui ont vu deux fois
Leurs cœurs s'embraser
Je te raconterai
L'histoire de ce roi
Mort de n'avoir pas
Pu te rencontrer
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

On a vu souvent
Rejaillir le feu
D'un ancien volcan
Qu'on croyait trop vieux
Il est paraît-il
Des terres brûlées
Donnant plus de blé
Qu'un meilleur avril
Et quand vient le soir
Pour qu'un ciel flamboie
Le rouge et le noir
Ne s'épousent-ils pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

Ne me quitte pas
Je ne vais plus pleurer
Je ne vais plus parler
Je me cacherai là
A te regarder
Danser et sourire
Et à t'écouter
Chanter et puis rire
Laisse-moi devenir
L'ombre de ton ombre
L'ombre de ta main
L'ombre de ton chien
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas.

No me dejes
Hay que olvidar
Todo se puede olvidar
Lo que huye ya
Olvidar el tiempo
De los malos entendidos
Y el tiempo perdido
Quién sabe cómo
Olvidar esas horas
Que a veces mataban
Con golpes de por qué
De felicidad al corazón
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

Te voy a ofrecer
Perlas de lluvia
Venidas de un país
En donde no llueve
Yo abriré la tierra
Hasta después de mi muerte
Para cubrir tu cuerpo
De oro y de luz
Voy a fundar un dominio
En que el amor será el rey
En que el amor será la ley
Y tú serás ahí la reina
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

No me dejes
Te voy a inventar
Palabras insensatas
Que vas a entender
Y te hablaré
De esos amantes
Que vieron dos veces
Incendiarse sus corazones
Te contaré
La historia de ese rey
Muerto por no haber
Podido encontrarte
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

Seguido se ha visto
Volver a surgir el fuego
De un antiguo volcán
Que lo creían demasiado viejo
Y parece que hay
Tierras quemadas
Que dan más trigo
Que el mejor de los abriles
Y cuando llega la noche
Para que el cielo brille
El rojo y el negro
Acaso no se casan
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

No me dejes
Ya no voy a llorar más
No voy a hablar más
Me voy a esconder aquí
Para mirarte
Bailar y sonreir
Y escucharte
Cantar y luego reir
Déjame que me vuelva
La sombra de tu sombra
La sombra de tu mano
La sombra de tu perro
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

martes, 20 de noviembre de 2007

Mi más bella historia de amor



Esta es una de las canciones que más me gustan de esta hermosa mujer: Barbara.

Se las doy aquí para que a los que no saben el francés les de ganas de aprenderlo.

martes, 6 de noviembre de 2007

El cuarto cerrado de Zangwill

Viví algunos meses en una extraña calle de Jerusalén. Queda enfrente de Yad Vashem, en lo alto de Shderot Hertzel. La calle se llama Israel Zanwguill, se pierde hacia el fondo en dos brazos (era así en 1970), la casa que habité estaba suspendida en una orilla escarpada, desde mi ventana se contemplaba toda la ciudad. Como muchas calles en Jerusalén llevan el nombre de algún personaje importante del Movimiento sionista, nunca manifesté mayor curiosidad por saber quien era. Alguna vez inquirí sobre él entre mis conocidos, nadie supo darme alguna información. Pensé simplemente que no tenía alguna importancia. Y nunca más volví a preguntar por Israel Zanwguill.

Me fui de Jerusalén, volví a Francia. Durante algunos años estuve viviendo en París y me alejé obstinadamente de todo lo que pudiera recordarme Israel. En realidad, seguí siempre ligado pues mi mejor amigo sigue yendo y sigue dándome noticias de los amigos que se quedaron allá. Así que me fui también alejando de cualquier posibilidad de encontrarme con ese nombre que apenas me había intrigado.

No obstante ese nombre hubo de haberme intrigado mayormente, pero no fue así. Un amigo de origen uruguayo, con quien conversé mucho y con quien realicé la última entrevista que diera nuestro gran premio Nobel centroamericano, Miguel Ángel Asturias, que publicamos en en Cuadernos Hispanoamericanos, unos meses después de su fallecimiento. Pues este amigo, Samy Gordon, puso en mis manos un ejemplar del Aleph. Entonces nos dedicábamos a sacarle todo el jugo a “Las ruinas circulares” cuento incluído en Ficciones, aplicándo métodos de análisis heredados de la fenomenología heideggariana y también otros venidos del estructuralismo europeo y de los formalistas rusos. Así que devoré el Aleph sin reparar que en uno de esos cuentos tan apasionantes del argentino se mencionaba a este escritor inglés. Es hoy releyendo el Aleph que me topé de nuevo con el nombre y me reproché mi poca curiosidad de entonces. No es que lo redescubra hoy.

Entre mis tareas en la biblioteca en que trabajo, es poner orden en las estanterías. Cuando realizamos esta obligación no reparamos mucho en los nombres de las obras, ni en el nombre de los autores, lo hacemos casi automáticamente para ganar tiempo que nos permita ir a otras tareas más gratificantes. Una vez un libro se me cayó misteriosamente de las manos. No suele ocurrirme. Era "El Gran misterio del Bow” de Israel Zangwill. Leí en la cuarta de portada una nota muy sintética en la que se dice sin dar mayores detalles que se trata del primer “cuarto cerrado” de la novela policíaca y elogia su refinado estilo.

Tal vez este sea el único privilegio de un bibliotecario, poder en ese momento tomar el libro y ponerlo de lado y llevárselo a su casa para leerlo tranquilamente. No voy a hacer ningún comentario. Apenas diré que sí vale la pena su lectura. A los que les gusta el estilo refinado y la novela de investigación policial ahí tienen un paradigma. Borges entendía de eso, le pueden hacer confianza. En el cuento del Aleph, “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto” dice:

“—No multipliques los misterios —le dijo—. Estos deben ser simples. Recuerda la carta robada de Poe, recuerda el cuarto cerrado de Zangwill”.

lunes, 5 de noviembre de 2007

La biblioteca y su laberinto

El azar de mi vida me llevó a visitar muchas bibliotecas. Algunas de gran renombre y disputándose con otras la primacía en el número de volúmenes contenidos. A la primera que entré fue a la Municipal de Santa Ana. La entrada a ese lugar central en mi vida la narro en una novela aún ausente de toda biblioteca. Les pongo aquí ese pasaje:

“El ruido de las puertas batientes y apersianadas de la Biblioteca Municipal produjo furibundas miradas en los ancianos que venían a leer los periódicos ahí. Al pronunciar mis “buenas días” me di cuenta de que en ese lugar el silencio era más frágil que en cualquier otro de Santa Ana y de que a los viejitos no les gustaba la gente educada. Sus miradas fueron severas y ninguno respondió mi saludo. Estuve a punto de creer que una vez más mi padre se había equivocado, allí podían entrar sólo los viejitos. Esos mismos viejitos que seguían mirándome como si ante ellos estuviera parado el mismo espectro del comunismo que había dejado de pasearse por Europa y comenzaba su tournée por Centroamérica en la misma sala de lectura municipal. Esta comparación es mero anacronismo, entonces aún no tenía noticia de El Manifiesto. Pero tal fue su mirada que no me imagino frente a qué otra aparición se hubiesen espantado tanto. En mi mente un enorme y silencioso “puchica” se dibujó de miedo y confuso”.

El señor que oficiaba allí como bibliotecario se convirtió en un inapreciable guía y lo he sentido siempre presente a lo largo de tantos años en los que me he ausentado de mi ciudad. Su amable disposición, su atenta actitud, su paciencia conmigo son un recuerdo imborrable de mi adolescencia.

¿Quién iba a decirme que después de haber ejercido tantos oficios iba a terminar trabajando en una biblioteca municipal? Hasta hace muy poco estábamos muy orgullosos del fondo del que disponíamos. No nos contentábamos de lo exiguo del espacio, nada que ver con otros modernos edificios u otros antiguos de gran renombre. Situado en un segundo piso impide el acceso a muchos posibles lectores. En lugar de darnos nuevas instalaciones las autoridades nos han modernizado el mobiliario. Este bien vino aparejado con un mal. Por los cambios de personal llegó una persona de una extraña secta que Borges describe en su célebre cuento “La Biblioteca de Babel”, “Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros”. En nuestro caso no fueron tantos, pero sí volúmenes esenciales en toda biblioteca. Clásicos fueron echados de los estantes, un ejemplo Blake. Otro, Góngora. No sigo, es inútil lamentarme.

Pero la concepción de esta persona no es suya, no es exclusivamente suya. La cultura es muy engorrosa, pesada, hasta superflua para ciertas capas de la población. La literatura que implica un esfuerzo es inútil. La función del arte tiene que ser la diversión. Para qué darle a la gente lo mayores angustias existenciales. ¿Acaso no bastan con las que le entrega la vida de todos los días? Lo mejor es apartarle de esas angustiantes preocupaciones y divertir a la gente.

No niego que la dimensión distractiva o amena de la literatura sea necesaria. Pero el dogmatismo que se ha apoderado de las casas editoriales, de las redacciones de los medios y de muchos escritores y artistas está adquiriendo dimensiones tales, que hay poca cabida para le reflexión. El mundo se ha vuelto más complejo, su forma laberíntica es cada vez más visible. No obstante en vez de buscar la salida, alegremente nos vamos internando hacia el lugar donde no duerme el monstruo. Algunos piensan que ese monstruo es el consumismo, que ha resultado de un sistema que producción de mercancías, cuya funcionalidad se agota de inmediato para que aparezca otra, más otra. Es el reino de lo desechable.

Como en este mundo todo se valora a través del dinero y todo adquiere un precio, todo tiene que entrar en el mercado y tomar la forma de una mercancía, de una mercancía moderna que puede botarse a cualquier instante, porque ha envejecido no en sí, sino enfrente a lo permanentemente nuevo. El valor es meramente temporal. Esta mercantilización de todo, en donde los hombres son también desechables, ha desaparecido el valor de lo que permanece, de lo que adquiere su indiscutible altura con el tiempo. Es por eso que incluso las instituciones culturales se administran con ese criterio de permanente renovación, como si fueran la estantería de un supermercado en donde se venden las frutas y las verduras. Si acaba de salir, es bueno. No hay otro criterio. Claro que esto es sólo la superficie del fenómeno.

Porque esta ideología se sustenta en el fin supremo del mundo de la mercancía, el beneficio. Si no produce beneficio no es bueno. Todo lo que produce beneficio, todo lo que tiende a la acumulación del capital y su puesta en valor es lo que adquiere respeto. Se convierte en valor en sí. La permanente renovación mercantil persigue este fin. Es difícil, muy laberíntico escudriñar cuál es el hilo que une esta busca desenfrenada del beneficio y la actitud de destrucción de libros de la nueva jefa del sector de Adultos de mi biblioteca municipal.

Este enigma es absoluto, apasionante. Plantearlo no implica su solución inmediata, pero este planteamiento es necesario. Se trata de algo que puede ayudarnos a encontrar la salida del laberinto actual. Pero la solución de todo enigma es menos apasionante que el enigma mismo. En realidad la solución parece siempre muy sencilla. Demasiado sencilla.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Un vals vienés en marimba
es un vals y no lo es.

Como una pena
bien puede caer en el fondo
como en el fondo caen las piedras
pero mi pena

¡Ay! Cuando yo quiero hablar de mi pena
es un tetunte que retumba en mi tapesco.


Y si te digo que mi pena
es un negro tren que abre heridas en mi pecho.
Es una pena en jean’s

Es como si dijera
que un tenguereche se ha perdido en una acacia.
Pero el vértigo de un tenguereche
sólo
florece en una ceiba.

Entonces mi pena
es una pena en huipil.

Porque los Progenitores, los Creadores
y los Formadores
en la oscuridad
cuando faltaba poco para que el sol
la luna y las estrellas aparecieran
sobre Ellos
en esa oscuridad materna
reunidos, congregados en consejo
cuando aún ignoraban qué entraría en la carne
de los hombres
y estaban suspendidos en el péndulo
del presente absoluto
Ellos Tepeu y Gucumatz
tuvieron noticia
de las mazorcas amarillas y de las mazorcas blancas

Nuestro dolor nace de la tierra
y se desgrana
nuestras manos son cunas que tiemblan
brotan de la grama
y descubren de nuevo la tiniebla
el maíz se desangra

Y nuestra tierra es hermosa
abundante en mazorca
amarilla blanca

Y hay sabor en nuestra sangre
de zapotes y de nisperos
de jocotes, de anonas, de nances
de cacao y de miel

Somos del pueblo de Paxil y de Cayalá

Así lo han dicho

De maíz amarillo y de maíz blanco
se hizo su carne
de masa de maíz se hicieron
los brazos
de masa de maíz se hicieron
las piernas
Sólo fueron hechos y formados
por obra de encantamiento
No conocieron vientre
no eran de tierra
Sólo por prodigio

Y cuando en Ciguateguacán
al borde del Tecana
la vida metía
saltos de rana en mi pecho
y el tiempo
¡Oh! cascabel de mis ensueños
se arrastraba lento
sin encontrar su círculo
ni piedra fresca
ni tronco de cedro
y se refugiaba en el sabor
agridulce de un tamarindo
en sombra
para poder dejar sus horas
en zompopero negro

Entonces en Ciguateguacán
al borde del Tecana
fui hecho fui formado
sólo por prodigio
por obra de encantamiento
y mis ojos tocaron
y agarraron las cosas
mi mano sintió
el perfume del clavel
y fue ahí donde mi alma
dio sus más fuertes
caitazos de inocencia

París, febrero de 1976.



martes, 9 de octubre de 2007

Bajtin y la responsabilidad en el arte

Por Carlos Abrego

Mijail Mijailovich Bajtin crítico y teórico literario ruso de la época soviética era también un inagotable pensador. Muchos de sus escritos que podemos leer ahora fueron editados en fragmentos a partir de sus manuscritos y ya después de su muerte. No todo lo que ha sido publicado en ruso se ha vertido en nuestra lengua, esperemos que alguna casa editora tome la iniciativa de completar en castellano el rico material de sus obras.

Uno de los escritos que se encontraron en sus archivos es el esbozo de un trabajo, que tal vez iba a tener un tamaño mucho más importante que las dos páginas publicadas en una reedición de sus obras (sueltas)[1]. El título es “Arte y Responsabilidad”. Creo que este fragmento guarda no obstante un sentido integral de su pensamiento y lo expresa cabalmente.

Curiosamente el artículo comienza dando una definición de lo que llama un “todo mecánico”. Si esto sorprende en el momento de comenzar a leer, rápidamente uno entiende las razones y funciones de esta definición. Voy a traducirla integralmente: “A un todo se le llama mecánico, si sus distintos elementos están únicamente reunidos en el espacio y en el tiempo por un vínculo externo y no están penetrados por una unidad interna de sentido. Las partes de ese todo, aunque estén una al lado de otra y se toquen mutuamente, pero en sí son ajenas unas respecto a otras”.

En los pocos párrafos que siguen a esta definición, Bajtin trata de cómo la coherencia interna que cobran las cosas en la persona, pueden volverse mecánicas en una actividad como el arte: “El artista y el hombre con mucha frecuencia están unidos mecánicamente, de manera ingenua, en una personalidad; el hombre sale temporalmete hacia la creación de la “preocupación vivencial”, como hacia un mundo distinto de “inspiración, de suaves sonidos y de plegarias”.

Luego de plantear este problema, responde que solo la responsabilidad puede garantizar el vínculo interno de los distintos elementos que constituyen la personalidad. “Por todo lo que he experimentado y entendido en el arte, debo de responder con mi vida, para que lo vivido y comprendido no resulten inactivos en ella. El poeta debe tener presente que es su poesía la culpable de la prosa trivial de la vida y el hombre de la vida que sepa que los culpables de la esterilidad del arte son la ausencia de exigencia y seriedad de sus problemas vivenciales”.

Bajtin se expresa de esta manera porque para él existe una unidad compuesta por la responsabilidad y la culpa. Pues siempre tiene presente que los contrarios cobran sentido y coherencia interna reunidos en una unidad de sentido. En el caso que nos ocupa es la persona humana. “La personalidad debe ser totalmente responsable: todos sus momentos no solo deben posarse uno tras otro en la línea temporal de su vida, sino que compenetrarse en la unidad de la culpa y la responsabilidad”.

La expiación de la culpa personal

Pero no hay que pensar que Bajtin está confundiéndolo todo, equiparándolo todo. Una cosa es la vida y otra el arte.

Es “inútil para justificar su propia irresponsabilidad apoyándose en la “inspiración”. La inspiración que ignore la vida y que ella misma sea ignorada por la vida, no es realmente inspiración, sino que mera obsesión”.

Pero no se crea que Mijail Mijailovich Bajtin está aquí pregonando por la culpa individual, por asumir su responsabilidad personal ante los males de la vida social, en el sentido de nuestra inquietante búsqueda por nuestra propia y personal redención. En otro ensayo que sirve de prefacio a una reedición de “Resurrección” de León Tolstoi (Lev Nikolaievich Tolstoi), Bajtin aborda este problema de la culpa y la responsabilidad. No voy a entrar en los detalles del prefacio de Bajtin. Esto merece mayor espacio que el que pretendo ocupar aquí.

Se sabe que Tolstoi escribió esta última novela luego de sufrir una profunda crisis en su persona, en tanto que artista y hombre. Bajtin describe esta crisis como un sentimiento de insastisfacción de su propia vida, de la superficialidad de su modo de vivir, suyo propio y de su clase y siente avecinarse un mundo distinto que viene justamente a arrasar las antiguas creencias. El mundo social es malo, la verdad se encuentra en la naturaleza. Debemos volver a lo natural. Pero durante la famosa “crisis de Tolstoi” el escritor ruso se entraga a reflexiones místicas personales y a sus propias interpretaciones del Evangelio”.

“La novela se abre con textos del Evangelio (el epígrafo) y se cierra con ellos (la lectura evangélica de Nejliudov). Todos estos textos deben fijar una sola idea fundamental: lo inadmisible no sólo del juicio de un hombre sobre otro, sino lo inadmisible de cualquier actividad orientada a corregir el mal existente. Los hombres han sido enviados al mundo por la voluntad divina —patrón de la vida— en tanto que trabajadores que tienen que ejecutar la voluntad del patrón. Esta voluntad está expresada en los mandamientos que prohiben cualquier violencia en contra de sus prójimos. El hombre puede ejercer sus acciones únicamente hacia sí mismo, hacia su “yo” interno (búsquedas del reino divino que está en nuestro interior), el resto no es sino agregado”.

Esta idea es la que organiza toda la novela. El despliegue de esta ideología se realiza en Tolstoi no por medio de un tratado filosófico-moral, sino que a través de procedimientos artísticos, usando materiales concretos de la realidad y relacionados íntimamente con el destino típico social y vivencial de Nejliudov, Tolstoi con una meridiana claridad nos va mostrando sus raíces clasistas y psicológicas. Lo que aflige a Nejliudov, lo que lo consterna no es directamente el mal social, sino su propia y personal participación en ese mal. “Justamente hacia este problema de la participación personal en el mal reinante que están encadenadas todas las vivencias y todas las búsquedas de Nejliudov. ¿Cómo cortar esta participación, cómo liberarse del confort que traga tanto trabajo ajeno, cómo liberarse de la propiedad de la tierra ligada a la explotación de los campesinos, librarse del cumplimiento de obligaciones sociales que sirven a peremnisar esta esclavitud, pero sobre todo y lo más importante de todo, es como expiar su vergonzoso pasado, cómo expiar su propia culpa ante Katiucha?”.

Este cuestionamiento de la participación personal en la ejecución del mal le hace sombra, esconde al mal que existe objetivamente y lo convierte en algo supeditado, en algo secundario en comparación con las tareas del arrepentimiento personal y del perfeccionamiento personal. “La realidad objetiva —nos dice Bajtin— con sus tareas objetivas se diluye, se ve absorbida por los asuntos interiores con sus tareas subjetivas de expiación, de purificación, de la propia y personal resurrección moral”.

En la novela de Tolstoi, “desde el comienzo sucede la fatal sustitución del problema: en lugar del problema sobre el mal objetivo fue planteada la cuestión de la participación personal en él”.

La ideología de la novela sostiene inexorablemente el plano subjetivo del asunto personal interno. Esto está prefigurado por el planteamiento inicial de la novela. La ideología muestra la salida subjetiva al explotador arrepentido, es un llamado al arrepentimiento a los que no se han arrepentido. La cuestión de los explotados ni siquiera es planteada. Su situación casi se convierte en algo que se puede envidiar, los explotados no son culpables.

No se trata pues de una responsabilidad personal, interna, subjetiva. No se trata de nuestro perfeccionamiento personal, de nuestra propia purificación. Acaso esto es posible mientras el mal objetivo subsista, el mal social que engendra la miseria.




[1] M.M. Bajtin, literaturno-kriticheski stati, Ed. Judozhenstvennaya literatura, Moscú 1986.

lunes, 17 de septiembre de 2007

El lenguaje: producto y condición de la sociedad

Por Carlos Abrego

La apariencia puede engañarnos, pues sería extraordinario o muy peregrino pensar que se puede encontrar a alguien que niegue el carácter social del lenguaje, todos los lingüistas son unánimes en señalarlo e insistir en ello. No obstante no me parece superfluo volver un momento sobre este asunto. Si paramos mientes en la significación que se le da a la palabra social, veremos que la cuestión no es tan sencilla, ni evidente. La unanimidad puede ocultar desacuerdos fundamentales.

Si incluimos el lenguaje entre “las necesidades de la vida en común” y si estipulamos que este “vivir en común” es el único sentido fundamental de la palabra social, nos mostramos muy dispuestos a aceptar que las señales animales pertenecen a categoría de lenguaje. Es precisamente por esta razón que algunos no hesitan e incluso juzgan conveniente hablar de “sociedades animales”, de “lenguaje animal”, etc. Si nos detenemos solamente a este rasgo, resulta difícil diferenciar las sociedades humanas de las agrupaciones animales.

Urge señalar que en un artículo precisamente destinado a mostrar que, “aplicada al mundo animal, la noción de lenguaje es de uso corriente únicamente por un abuso en los términos”, Emile Benveniste subraya que “no obstante sigue siendo significativo que ese código (el de las abejas; C. A), la sola forma de “lenguaje” que se haya podido descubrir hasta hoy entre los animales, sea propio de insectos que viven en sociedad”. Agrega luego, casi inmediatamente: “La sociedad es la condición del lenguaje”.

El hecho que nos encontremos siempre ante lenguas ya constituidas y que retrotraernos hasta el momento primigenio de su aparición nos es materialmente imposible —aunque la etología moderna puede aclararnos algunos aspectos del problema— tendemos a considerar el lenguaje únicamente como un producto, como resultado. Claro un producto que tiene historia y evolución (diacronía). Es en este sentido que “la sociedad es la condición del lenguaje”. Puesto que el lenguaje es el resultado de la acción conjugada de muchos individuos, que tomaron consciencia de la necesidad de entrar en relación con los otros individuos que los rodeaban. “El lenguaje aparece únicamente con la necesidad de comercio con otros hombres” nos dice Marx en su lenguaje decimonono, pero que significa lo que dice.

Este producto de la acción conjugada de individuos no es sólo una acción exclusivamente psicológica, interna, se manifiesta materialmente. El lenguaje tiene existencia exterior, me refiero a los sonidos y no a la escritura. Esta manifestación no es de la misma naturaleza que la que constatamos en la producción propiamente material de la reproducción de la vida humana. El lenguaje existe exteriormente de manera momentánea y fugitiva en los actos del habla, no obstante esta existencia material externa, esta exteriorización es fundamental, ya que el lenguaje no sólo existe para mí (para un solo individuo), sino que también para los otros.

Cada ser humano es depositario del lenguaje, pero la existencia real, práctica del lenguaje se efectúa en los actos de habla entre individuos. De esto se deriva otro aspecto fundamental del lenguaje: además de ser un producto social, un producto de la acción conjugada de los hombres, se trata también de una condición de la sociedad.

La capacidad psíquica semiótica de los hombres existe también fuera de ellos, se materializa en los sonidos del lenguaje. Es por esta razón que me parece esencial incluir la substancia en la definición del lenguaje. Entre “el conjunto de fuerzas productivas, de relaciones sociales, des saberes, etc.” a partir del cual “cada individuo, al inicio simple candidato a la humanidad, se forma psíquicamente, se hominiza...”, encuentra también el lenguaje materializado en los sonidos de los actos de habla que oye desde su nacimiento.

Acabo de afirmar que cada individuo es un depositario del lenguaje (bajo la forma de una lengua determinada), no obstante se trata de un depositario parcial. Como totalidad la lengua tiene existencia únicamente en el conjunto de los individuos de una sociedad. Es probable que primigeniamente cada miembro de un grupo social poseía la totalidad de la lengua, de la misma manera que el hombre primitivo dominaba todas las prácticas sociales.

Pero a medida que el mundo social y cultural se amplía y se diversifica de tal suerte que sobrepasa inmensamente lo que un individuo puede apropiarse psíquicamente en el curso de su vida, su capacidad de poseer la totalidad de la lengua disminuye. La riqueza lingüística de un individuo está condicionada por la diversidad de relaciones lingüísticas que pueda contraer en el transcurso de su existencia.

Esta interiorización, la adquisición del lenguaje por los hombres, que se efectúa a través del contacto con los adultos, es una característica propia de la socialización, no solamente de los seres humanos, sino que también del lenguaje. Entre todas las diferencias retenidas por Emile Benveniste entre el “lenguaje” de la abejas y el humano, falta precisamente este proceso de transmisión y apropiación. Porque existe esta transmisión y esta apropiación del lenguaje que obra entre los hombres una diferenciación respecto al conocimiento de la lengua. Este aspecto es inexistente entre los animales, que todos dominan la totalidad de señales de su especie.

Arriba hemos insistido en el aspecto instantáneo y fugitivo de la manifestación sonora del lenguaje, no obstante queremos también señalar aquí otro aspecto que tiene una importancia capital en el devenir de la humanidad: la invención de la escritura. Además de separar temporalmente la emisión y recepción del mensaje lingüístico, la invención de la escritura constituye una condición material para los hombres de conservar conocimientos afuera de sus cerebros. La escritura nos permite conocer lenguas que han dejado de existir y todo otro tipo de conocimientos. La escritura es la exteriorización de nuestra memoria.

No obstante la escritura es un modo secundario de la existencia del lenguaje, su existencia primaria es sonora. Es evidente que la escritura aporta ciertas modificaciones a la lengua que la diferencia de su forma sonora, pero el modo de existencia de la lengua en la escritura —con toda su importancia y sus características— no la vuelve no obstante totalmente autónoma. La escritura sigue dependiendo del modo de existencia sonoro. Al mismo tiempo hay que señalar que la forma escrita de una lengua, su carácter más elaborado, más estructurado, más definido, ejerce a su vez una innegable influencia sobre la forma oral. En el aprendizaje (la adquisición y la apropiación) de una lengua, el papel de la forma escrita constituye un factor suplementario, se trata de una diversificación de las relaciones lingüísticas, un factor de enriquecimiento lingüístico de los individuos. Agreguemos también el papel que juega la escritura en la estructura de la lengua, en su estabilidad.

Emitimos arriba la hipótesis que en las primeras edades de los grupos humanos, en el origen, un individuo podía dominar la totalidad de la lengua par el carácter restringido de sus actividades sociales. Los hombres de hoy no poseen la totalidad de la lengua individualmente, sin embargo son inconmensurablemente mucho más ricos lingüísticamente hablando.

El signo lingüístico: materia y forma

Por Carlos Abrego

Toda determinación es negación (Benito Espinoza)

Voy a considerar al signo en tanto que la unidad básica, como la unidad indivisible que conserva lo esencial de las propiedades del objeto global, el lenguaje. No es necesario insistir que adhiero a la “bipartición” saussuriana del signo lingüístico. Dicho de otro modo, que al signo lo configuran dos entidades distintas: el significante y el significado. No obstante ninguna de estas dos entidades puede considerarse como independiente y autónoma, tampoco tomadas por separado pueden brindarnos ayuda para aclarar la verdadera función del signo, ni elucidar cuál es el verdadero funcionamiento del lenguaje. Respecto a esto es necesario ir aún más lejos: incluso mi formulación de que el signo “está compuesto de dos entidades distintas” me parece errónea, el término mismo “bipartición” es necesario reemplazarlo —como ya lo han hecho muchos— por bifacial. En realidad el signo lingüístico es un todo integral, el significante y el significado no resultan de una posible o virtual existencia afuera del signo, sino del ángulo del cual se les observa. Esto último no significa que el significante y el significado sean simples abstracciones, sin existencia real, meros productos de la investigación.


Creo estar al unísono con muchos si afirmo que el signo es una relación humana, aunque en realidad sea un paquete de relaciones. El signo se sitúa en el centro de la instancia enunciativa. Esta comprende a los hablantes, al contenido de lo que se dice y el medio de comunicación utilizado.

En el centro, jugando un papel fundamental, se encuentra la manifestación material de la actividad articulatoria. No es para complicar la nota que nombro de esta manera a los sonidos (vibraciones sonoras). Más adelante se verá el papel que juegan las actividades articulatoria y auditiva.

Los diferentes sonidos de los hombres en tanto que tales son el producto de la actividad articulatoria de individuos diferentes, son el resultado de articulaciones diferenciadas por su carácter individual: la voz es una de las características más personales de los hombres. En las características de la voz interfieren el grosor muscular de la cuerdas bucales, de la garganta, el grandor de las diferentes cavidades de resonancia, etc.

La voz en tanto que sonido, mientras no ha recibido una determinación formal, es completamente indiferente (ajena) al lenguaje.

Roman Jacobson nos dice en “Lenguaje infantil y afasia” (pág. 31-32) que: “Un niño es capaz de articular en su balbuceo una suma de sonidos que nunca se encuentran reunidos a la vez en una sola lengua: consonantes con puntos de articulación variadísimos, palatales, redondeadas, silbantes africadas, clics, vocales complejas, diptongos, etc. Según observadores con formación fonética, y como lo resume perfectamente Gregoire (...), el niño es en la cumbre de su período de balbuceo, “capaz de producir todos los sonidos imaginables”. Pero todos son indiferentes, ajenos al lenguaje, pues aún no están dotados de una determinación formal.

Esta determinación es una relación particular entre los participantes del acto comunicativo que se manifiesta en los fonemas. Y lo que va a contar para los hablantes, como para la lingüística, ya no es el sonido en tanto que fenómeno físico natural, sino en tanto que determinación formal.

El sonido entra en el ámbito lingüístico cuando ha recibido una determinación formal, constituyendo entonces la base material a través de la cual se manifiesta de manera inmediata una relación lingüística determinada: el fonema (más ampliamente el significante). Esta determinación es la capacidad que tienen los fonemas para cada miembro de una comunidad lingüística, de darle consistencia sonora a las formas lingüísticas y de diferenciarlas entre sí.

Los fonemas son las unidades indivisibles de la lengua que sirven para formar signos y para distinguir sus aspectos sonoros. Tomemos el caso de la palabra ‘paso’ que está compuesta por cuatro fonemas /p/, /a/, /s/ y /o/, diferenciándose de ‘pasito’ (que tiene dos fonemas más). Cada uno de los fonemas cumple una función distintiva en la lengua, cada fonema se opone a las otras unidades sonoras de la lengua presentes en otros signos. Los aspectos sonoros de las formas verbales se distinguirán mutuamente en que en uno encontraremos una unidad sonora (fonema) y en el otro otra, opuesta a la primera: ‘paso’ /p/ /aso/, ‘vaso’ /b/ /aso/, ‘caso’ /k/ /aso/, etc. Al efectuar esta operación, de intercambiar los sonidos y al constatar que existe un cambio de sentido, podemos afirmar que estamos ante un fonema.

El significante es el sonido ya no en su totalidad, en su modo de existencia inmediata, particular y natural, individualizada, sino el sonido vuelto forma, el sonido que se ha vuelto la materia propia del lenguaje.

En tanto que fonemas, los sonidos son el producto de una fonación indiferenciada, es decir una articulación en la que desaparecen todas las características individuales de los hablantes. La articulación que emite fonemas es una articulación general (abstracta). Aquí de algún modo nos referimos a una afirmación de F. De Saussure en su “Curso” (pág. 26): “La cuestión del aparato bucal es pues secundario en el problema del lenguaje”. Observemos, de pasada, que secundario no significa sin importancia.

Aquí, me refiero, además de la infinita multiplicidad de aparatos bucales diferentes entre sí y por ende a la misma multiplicidad de articulaciones concretas, también a la posibilidad (actual) de producir y reproducir fonemas afuera de la fisionomía humana: todo tipo artificial de reproducción e imitación de la voz humana (discos de toda clase, bandas magnéticas, vibraciones sonoras obtenidas eléctricamente, etc.).

La determinación formal que constituye el fonema vuelve iguales a todas las voces, indiferenciándolas, confiriéndoles un carácter social. Me refiero al hecho de que poco importa si es una mujer o un hombre quien habla, o un niño, un anciano o un joven, un barítono, un tenor, una soprano, un hombre rico o pobre, sabio o ignorante, hable en voz alta o en susurros, etc. Lo que importa son los rasgos diacríticos de los fonemas. Es la presencia de estos rasgos que vuelve al producto de la fonación en un fonema.

En lo que concierne a los participantes del acto de comunicación, de manera personal, todas las características arriba enumeradas pueden tener suma importancia e interferir fuertemente en todos los aspectos concretos del acto de comunicación.

La fonación que emite fonemas debe de cumplir con otro requisito. La fonación tiene que ser parte de un acto de comunicación en una lengua determinada. En efecto no basta con que un sonido tenga tal o cual configuración, tales o cuales rasgos, además tiene que pertenecer a un sistema determinado. F. de Saussure expresa esto de manera un tanto paradojica: “Chaque idiome compose ses mots sur la base d’un système d’éléments sonores dont chacun forme une unité nettement délimitée et dont le nombre est parfaitement déterminé. Or ce qui les caractérise, ce n’est pas, comme on pourrait le croire, leur qualité propre et positive, mais simplement le fait qu’ils ne se confondent pas entre eux. Le phonèmes sont avant tout des entités oppositives, relatives et négatives» (CGL, p. 164). (« Cada idioma compone sus palabras sobre la base de un sistema de elementos sonoros , cada uno de los cuales forma una unidad netamente delimitada, y cuyo número está perfectamente determinado. Ahora bien, lo que les caracteriza no es, como podría pensarse, su cualidad propia y positiva, sino simplemente el hecho de que no se confunden entre sí. Los fonemas son, ante todo, entidades opositivas, relativas y negativas”, CGL, Akal Editor, Madrid, 1980, traducción de Mauro Armiño).

Para poder cumplir con su función de darle a cada forma verbal su propia configuración y diferenciarla de las otras, los fonemas deben tener su propia configuración, sus propiedades y a partir de ello ser distintos, diferenciarse entre sí. La función distintiva de los fonemas reposa en su carácter determinado. Cada fonema se determina oponiéndose a todos y cada uno del resto de fonemas de una lengua dada. Sin embargo al mismo tiempo para que el sistema funcione necesariamente las oposiciones tienen que ser constantes y esta constancia (permanencia) reposa en las propiedades intrínsecas de cada fonema, en su propia identidad.

Al incluir obligatoriamente la fonación en el acto de comunicación, además de señalar su direrencia entre sí, deseo indicar también que la audición oye fonemas, que los percibe en la infinita diversidad de las voces humanas. El fonema es una fonación determinada que produce un sonido con rasgos distintivos propios que se opone a otros y que es percibido (reconocido) como tal por la audición. Se trata de un saber complejo, dual, un saber de emisión y audición.

Por consiguiente el significante es materia lingüísticamente configurada, es materia y forma o forma y materia. Algunos insisten en que el fonema no es materia (substancia), en que es forma pura o mera forma. Como se puede concluir por lo que he expuesto, para mí (no solamente para mí, hay eminentes lingüistas que no excluyen la materia de la lengua) el fonema es materia configurada, es materia que se ha vuelto forma. Dicho de otra manera: el fonema es sonido (materia) que tiene una forma determinada. Lo he dicho arriba y en esto sigo a la doctrina actual del signo lingüístico, para los hablantes lo que cuenta no es la totalidad del sonido, sino aquellos rasgos que lo vuelven una relación lingüística, rasgos relevantes no desde el punto de vista fonético, sino desde su capacidad para diferenciar los signos entre sí y como partes constitutivas y constituyentes del signo.

El signo lingüístico y sus formas

Por Carlos Abrego

He encontrado con relativa frecuencia la palabra ‘dialéctica’ en los escritos de grandes lingüistas, cuando abordan los puntos nodales de las enseñanzas saussurianas. No obstante es raro encontrar una explicitación del término: la palabra dialéctica aparece como evidente, como de suyo, como algo que cae por su propio peso frente a fenómenos que para otros se trata de simples paradojas.

Que la lengua —fenómeno social por excelencia— sea regida por las leyes de la dialéctica es una constatación que no puede ser extraña para quienes comparten el análisis de los hechos sociales que resulta del materialismo dialéctico. Pero la lengua es un hecho social aparte. Constituye además un objeto de estudio de disciplinas muy diferentes y separadas. Hecho social aparte, porque no podríamos incluirla dentro de los hechos de la base material, ni dentro de la superestructura.

La lengua no es el único objeto científico compartido por varias ciencias. Pero es la lingüística la que la aborda desde un punto de vista que le permite destacar lo que le es propio. Este punto de vista no es el de considerarla como una estructura, sino el de tratar de explicar, a partir del hecho de que la lengua es el medio de comunicación primario de la humanidad, a través de qué mecanismos la comunicación lingüística es posible. Le toca a la lingüística describir el funcionamiento de la lengua y mostrar a través de qué reglas, de qué leyes este funcionamiento se lleva acabo, se cumple.

La constatación del carácter dialéctico de la lengua es de alguna manera superficial y no nos aporta mucho. Pero los lingüistas no se conforman con la simple constatación, nos indican en donde ellos ven la dialecticidad de la cosa. No obstante dos grandes lingüistas, Tullio de Mauro y Emile Benveniste, por no citar a otros, se oponen precisamente, no en en el juicio de la dialecticidad de la cosa, sino que en la interpretación del hecho considerado como dialéctico. Y este hecho no es de los menores, se trata del signo lingüístico y de su carácter arbitrario. Para los lingüistas que se pliegan a las tesis fundamentales de Saussure, el arbitrario del signo reside en la unión entre el significante y el significado, para Benveniste esta unión es necesaria.

Voy a citar largos pasajes de ambos estudiosos. En la nota 65 de su edición crítica del “Curso”, Tullio de Mauro nos dice: “La distinción entre lengua y habla tiene un carácter evidentemente dialéctico: la lengua es el sistema de límites (naturalmente arbitrarios y, por ello mismo, de origen social e histórico: C.L.G. p. 99 y siguientes y p. 194 y siguientes) en el que se encuentran, se identifican funcionalmente las “significaciones” y las realizaciones fónicas del hablar, es decir las significaciones y las fonías de los actos del habla particulares; tal sistema gobierna al habla, existe por encima de ella; y es en ello que reside su única razón de ser (sus límites, es decir la distinción entre un significado y otro, entre una entidad significante y otra, no depende de una causa determinante inherente a la naturaleza del mundo y del espíritu, ni la de los sonidos); tan es así que se puede decir que la lengua no vive sino que para gobernar al habla”.

Un poco más lejos en la misma nota Tullio de Mauro agrega: “Los valores de las fonías son los significantes de una lengua, los valores de las significaciones son los significados. Tales valores, al no ser determinados por las fonías o por las significaciones, son arbitrarios desde el punto de vista fónico-acústico como desde el punto de vista lógico-psicológico. Ellos se delimitan recíprocamente, es decir que constituyen un sistema. Este sistema de valores es una cosa diferente (dialécticamente y trascendentalmente) de las realizaciones fónicas y significativas de los actos del habla particulares”.

Emile Benveniste nos dice: “El significante y el significado, la representación mental y la imagen acústica, son (...) en realidad las dos faces de la misma noción y se componen juntas como el incorporante y el incorporado. El significante es la traducción fónica de un concepto; el significado es la contrapartida mental del significante. Esta consubstancialidad del significante y del significado aseguran la unidad estructural del signo lingüístico.” Añade en el mismo artículo Emile Benveniste: “... si se considera el signo en sí mismo y en tanto que portador de un valor, lo arbitrario se encuentra necesariamente eliminado. Puesto que (...) si es muy cierto que los valores siguen siendo totalmente “relativos”, pero de lo que se trata es de saber cómo y respecto a qué. Establezcamos de inmediato lo siguiente: el valor es un elemento del signo; si el signo tomado en sí no es arbitrario, (...) se sigue que el carácter “relativo” del valor no puede depender de la naturaleza “arbitraria” del signo. Puesto que hay que hacer abstracción de la conveniencia del signo con la realidad, con mayor razón se debe considerar el valor únicamente como un atributo de la forma y no de la substancia. A partir de ahí decir que los valores son “relativos” significa que son relativos unos respecto a los otros. ¿Acaso no se encuentra aquí la prueba de su necesidad?”. Más adelante Benveniste agrega: “Aparece entonces que la parte de contingencia inherente a la lengua afecta la denominación en tanto que símbolo fónico de la realidad y en su relación con ella. Pero el signo (...) encierra un significante y un significado cuya nexo debe ser reconocido como necesario (...). El carácter absoluto del signo lingüístico entendido de esta manera ordena a su vez la necesidad dialéctica de los valores en constante oposición y forma el principio estructural de la lengua”.

Es evidente que esta oposición entre estos estudiosos no es una simple paradoja, toca el fondo de la dialéctica como el de la lingüística.

La norma como base de nuestra libertad

Por Carlos Abrego

Resulta extraño que la libertad individual se asocie a la ausencia de ley o que la ley se considere como algo que pone en entredicho la realización del individuo. Hace algunos años un ensayista francés que tuvo fama mundial y que ejerció su autoridad durante algunos lustros y que comienza hoy a olvidarse, me refiero a Roland Barthes, hablaba del “carácter totalitario del lenguaje”. Esto porque el maestro ginebrino Ferdinand de Saussure en su “Curso” sostiene que un individuo es incapaz de cambiar voluntariamente el sistema lingüístico y que existe un nivel en el que apenas si puede tomar una iniciativa o mostrar su creatividad, se refiere al nivel fonológico.

Este subsistema —el fonológico— lo aprendemos sin darnos cuenta y lo usamos tan inconscientemente que apenas si somos capaces de analizarlo sin una previa preparación teórica. Sobre el resto de niveles, aunque también se aprenden de manera inconsciente, podemos con mayor facilidad ejercer nuestra intuición analítica. Sin embargo aún en el campo fonológico no se pierden los factores personales, individuales. Incluso el timbre puede usarse como un identificador, como lo son las huellas dactilares. Nuestros interlocutores nos reconocen, pueden identificarnos, saben determinar nuestro sexo, tal vez la edad y en algunos casos nuestro origen. Hay oídos de tal acuidad que son capaces de determinar el barrio del hablante por la simple entonación. Aunque este aspecto ya no es tan individual. Pero si queremos comprender el funcionamiento del sistema fonológico debemos poner de lado lo más personal de los hablantes y contentarnos de lo que es general, de lo estrictamente necesario para entendernos, de los rasgos distintivos que configuran los fonemas. Sucede, en esto, un proceso complejo de abstracción, en que lo esencial son apenas ciertos contrastes, las famosas oposiciones de las que habló Ferdinand de Saussure, detalladas por primera vez por N. S. Trubetskoy (1980 1938) en sus “Principios de Fonología”.

En el párrafo anterior he mencionado de alguna manera dos fenómenos distintos, uno que queda al exterior del lengua propiamente dicha y el otro que es la base de su funcionamiento. J. Baudouin de Courtenay (1845 – 1929), lingüista ruso-polaco, en realidad polaco que impartió sus cursos principalmente en universidades rusas, Kazan y San Petersburgo, fue uno de los primeros en proponer el estudio de estos fenómenos por separado, por dos “fonéticas descriptivas” distintas, una la que se encargaría de los sonidos en tanto que tales, es decir, considerados en su aspecto físico y su producción fisiológica y la otra en tanto que “señales fónicas empleadas para fines de intercomprensión al interior de una comunidad lingüística”. En estos planteamientos se sobrentiende ya el concepto de fonema. Esta última fonética descriptiva ha recibido el nombre de “fonología”.

Pero los hablantes no están restringidos en sus elecciones únicamente en el nivel fonológico. Es necesario que sus selecciones léxicas se realicen en el “tesoro léxico” que el hablante mismo y su interlocutor tienen en común. Los neologismos son relativamente raros. También sus construcciones sintácticas deben hacerse al interior del repertorio de sintagmas de la lengua. ¿Esto implica obligatoriamente que el individuo sea un ente lingüísticamente oprimido y que viva en libertad condicional?

Siempre aparecen paquetes de cuestiones. En este caso es necesario hablar de la interacción de las normas y la libertad. Es necesario también dilucidar de qué suerte de libertad y de qué tipo de normas estamos hablando. Tocamos aquí algunas determinaciones sociales de los individuos y la acción y reacción de estos últimos frente a lo social. He preferido hablar de normas y no de leyes, aunque a veces se imponga hablar de leyes, incluso que restrinjamos su universalidad y las declaremos estadísticas.

Se entrelazan pues problemas que desbordan los estrictos marcos de la ciencia lingüística y que requieren planteamientos filosóficos. Estos problemas están siempre presentes en los análisis lingüísticos, aunque de manera general se sobrentienden, permanecen tácitos.

Incluso para definir cuál es el punto de partida del análisis es necesario determinar si el acto del habla es un acto eminentemente individual o presupone siempre —como lo señala Roman Jakobson— al interlocutor. Al presuponer al interlocutor se está implicando también lo que hay de común entre ellos y que los habilita a entrar en una relación lingüística, dicho en otros términos, tienen que pertenecer a la misma comunidad lingüística, el acto de habla es ya un acto social.

Las reglas lingüísticas que constriñen al hablante a mantenerse en el interior del sistema lingüístico común, es la base social que nos permite expresarnos y ser entendidos por nuestros interlocutores. Esta doble ventaja que nos permite el lenguaje es la condición misma que posibilita la liberación de los hombres. Es únicamente a través del lenguaje que nosotros podemos afirmar o negar con convicción. “Para esto —nos dice Albert Sechehaye (1870-1946), lingüista suizo— es necesario que el pensamiento y todo lo que asegura su funcionamiento se despliegue en el plano de lo que nosotros llamamos la libertad bajo control de nuestra consciencia individual”.

Tal vez sea necesario recordar que el lenguaje no solamente es manifestación de nuestra humanidad, sino que condición de la misma. Se suele repetir de manera bastante insistente que la lengua es lo propio del hombre. No obstante esto puede significar que ella proviene de no se sabe qué misteriosa naturaleza del hombre. Pero el lenguaje es una creación del género humano que se convirtió condición misma de su humanizacion y de la hominización de los individuos. Esta creación fue paulatina y duró tal vez muchos milenios. Muchas de las características del lenguaje que se consideran universales estaban presentes ya desde el inicio, pues únicamente un sistema fonológico, un sistema paradigmático y sintagmático permiten la manifestación de nuestro pensamiento y condicionan la cooperación entre los hombres. Es con el instrumento, la condición de nuestra liberación del estado animal. Ambos —instrumento y lenguaje— son exteriorizaciones de nuestra consciencia y manifestaciones excentradas de nuestro ser social.

La adecuación del instrumento para los fines materiales que se persiguen, tal vez no alcanza la alta adecuación de los distintas estructuras del lenguaje para los fines que cumplen. El hecho de funcionar de manera inconsciente en aspectos complicados como es la sistemática oposición o contrastividad de los fonemas, la ordenación de contenidos en las estructuras sintácticas y la facilidad de selección de los contenidos semánticos, que nos deja libre la consciencia para elaborar nuestros pensamientos, para construir nuestros proyectos y para expresar nuestras convicciones.

No obstante para no quedarnos en simples generalidades, es necesario afirmar que el individuo no toma las palabras ya con un contenido acabado de una vez por todas. Son los individuos los que en sus actos de habla le van dando contenido particular y concreto al material lingüístico. Es precisamente porque los individuos no ponen en sus afirmaciones contenidos preexistentes en algún limbo intersubjetivo que nuestras afirmaciones pueden individualizarse y ser particulares. La base común existe en cada uno de nosotros, pues esta base nos es trasmitida por las generaciones que nos preceden y constituyen un patrimonio común.

Los distintos niveles del saber lingüístico están condicionados por las diferencias individuales, diferentes condiciones de vida, de aprendizaje, distinta personalidad, distinto origen social, profesión, gustos, diversas relaciones sociales, etc. Todo esto hace que nuestro dominio de las estructuras lingüísticas sea más o menos rico. Los malentendidos que surgen en muchas conversaciones se sustentan justamente de todos estos fenómenos, que hacen que la amplitud o la profundidad del contenido que el locutor le imprime a su mensaje no coincida con las de su interlocutor. Este es el origen de que en nuestras conversaciones recurramos a explicaciones de lo que “en realidad habíamos querido decir”. Y a veces incluso con estas explicaciones no logramos darnos a entender, tal es la distancia social o cultural entre los interlocutores. El hecho de que existe un bagaje común es innegable y es justamente el que nos permite coincidir con otros en el sentido que le damos a nuestros elocuciones.

No obstante la individualidad no se manifiesta solamente en el que emite el mensaje lingüístico, sino que también en el que lo recepciona. El receptor también es activo y su individualidad también se manifiesta en la interpretación de lo que escucha. Es cierto que tanto el locutor como el receptor parten de un conocimiento común, de lo que podríamos llamar lo abstracto en el lenguaje.

En el uso de la lengua siempre partimos de lo abstracto hacia lo concreto. Los fonemas son entidades abstractas. No estoy diciendo irreales, ni ilusorias, ni ideales. Cuando se habla de fonemas no hablamos directamente del fenómeno físico que perciben nuestros oídos. No obstante sabemos que cuando un locutor emite un mensaje se trata de una realización concreta de los fonemas. Es decir que la oposiciones fonemáticas son particularizadas en la voz del hablante. Lo mismo sucede con las palabras (o monemas). Es necesario recurrir al diccionario para conocer el significado general de la palabra, no obstante este significado es simplemente una generalización, lo que de manera general significa tal o cual palabra, es decir, las palabras en los diccionarios están descontextualizadas. La significación concreta difiere mucho de esas definiciones. Y esta diferencia no resulta de un mal uso de la lengua, al contrario, el acto de habla es creativo y concretamente es el único que tiene significación. No existen actos de lengua. La cabal significación de las palabras se manifiesta en la interacción de los hablantes. Es en los actos de habla que surge la evolución misma de la lengua. En la que la originalidad del hablante es sancionada por sus oyentes. Para que una innovación tenga cabida en la lengua es necesario que la comunidad la acepte y la haga suya.

Como hemos visto, partimos de la rigidez de lo sistemático, de lo que nos imponen las generaciones que nos han precedido. Nuestra obediencia a esta imposición es justamente lo que nos permite permanecer dentro de la comunidad, la que nos salva de aislarnos del resto de los hombres. Alguien que se aparte deliberadamente de los diferentes esquemas que componen la lengua, podemos decir que padece de alguna enfermedad síquica, pues lo único que logra es excluirse de la comunidad. Es este uso inconsciente de los esquemas lo que nos permite, ya lo dijimos arriba, manifestar nuestra individualidad y nuestra originalidad. Es lo que fundamenta la posibilidad de nuestra libertad de pensar.
 
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