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jueves, 6 de diciembre de 2012

Objetal


La palabra objetal tiene curso en el español, aunque se trata de un uso muy restringido, en un campo muy preciso: el psicoanálisis.  No obstante mi interés por esta palabra no tiene nada que ver con las enseñanzas freudianas, ni si Freud manejó o no este concepto. Se trata de un significado nuevo que existe ya en otras lenguas y que viene a llenar un vacío. Me refiero a que en castellano existe ya un adjetivo a partir de la palabra objeto, me refiero a “objetivo”, pero cuyos significados corrientes, los más usuales son “1. Perteneciente o relativo al objeto en sí mismo, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir. 2. Desinteresado, desapasionado. 3. adj. Fil. Que existe realmente, fuera del sujeto que lo conoce”.

El significado al que me refiero es el siguiente: “que es propio o exclusivamente relativo al objeto, del objeto”. Por ejemplo, “las formas objetales son las que en última instancia determinan el uso de los instrumentos”. Estas formas objetales pueden perfectamente ser objetivas, es decir existentes en sí, independientemente de lo que yo piense o sienta y están, como el objeto mismo, fuera de mi conciencia. Las sustancias de las que está hecho un objeto son objetales, sus características, sus formas, etc. también son objetales.

Existen por supuesto otros adjetivos que se han construido en castellano usando el sufijo “-al.” Del lat. -ālis). 1. suf. En adjetivos, indica generalmente relación o pertenencia. Ferrovial, cultural. La forma pues del adjetivo “objetal” corresponde perfectamente a la morfología castellana, a su formación de palabras. Desde este punto de vista no hay nada que objetarle. El significado existe, pues en muchos textos se hace referencia usando cada vez las formas: “del objeto”, “de un objeto”, “de este objeto”, etc. O sea que nada impide que aparezca en nuestro uso esta nueva palabra, objetal. ¿Qué piensan ustedes al respecto?

Me dijiste


Me dijiste adiós tan suavemente,
con tan queda voz, con tan dulce gesto
que me quedé soñando largos años
en tu ausencia
que estabas ahí dentro de mí
aún presente.
Te traté como pude
con la rapacidad que me entregaste
con la inquietud
y la desganada indolencia con que
me ayudaste a creer inagotable
el tiempo.
Te fuiste con tu ligero paso
creyéndote tal vez engañada
mal pagada tu generosa entrega.

París, 197?, C. Abrego.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

…cerrando el clavel…


Mató tunco tu tata. ¿Mató tunco tu tata? Luego te soplaban en los ojos y si pispileabas…  Mató tunco tu tata. Y a veces lloraba. Nunca pudo decir que no tuvo miedo. Siempre tuvo miedo. Ahora estaba postrado en la cama de enfermo y los médicos no le decían cuál era su enfermedad, cuándo saldría del hospital. Lo trajeron una mañana gris y sin embargo estaba seguro que era por unos días, que los médicos no lo iban a entretener mucho. ¿Mató tunco tu tata? Las hormigas siempre en ringlera india, dándose besos constantemente. ¿Por qué tan largos los días en los hospitales? No lo venían a visitar. Se había quedado solo desde que su madre murió, cuando él estaba todavía en la escuela. Siempre solo en su casa hasta que su madre llegara del mercado, donde trabajaba vendiendo ropa. Las hormigas, una tras otra, siempre dándose besos. Luego largos años de servicio en una agencia de seguros de vida. Eran las cuatro de la tarde, luego vendría la enfermera con los frascos. Luego las monjitas con sus consejos: paciencia. ¿Mató tunco tu tata? ¿Tuviste miedo? Hoy también un miedo sordo y fuerte le apretaba la garganta. ¿Cuál era su enfermedad? Ya no le dolía nada, pero seguía languideciendo, le faltaba el apetito, ya no le gustaban las naranjas que las madres de la caridad le llevaban todos los días, por las tardes, paciencia. Luego te descuidabas un rato y solo quedaban unas pocas hormigas desparramadas por el pequeño patio de la casa. La madre tenía que llegar a las seis, pero siempre llegaba tarde, más tarde, siempre más tarde. Vamos a la vuelta de toro toro Gil. El canto venía de la calle, pero no podía unirse al coro mientras no llegara su madre. A ver a doña Ana comiendo perejil. ¿Por qué ninguno de los enfermos se atormenta como él, queriendo saber cuál era su enfermedad? ¿Por qué ellos se ven tan seguros? A veces sólo una póliza vendida en toda la semana. Y puertas, puertas, días enteros tocando puertas. Doña Ana no está aquí, estará en su vergel. Ya son las seis y la madre no llega, esta vez vendrá tarde. Ella arrastraba cada vez más los pies, el autobús la mareaba y prefería venirse andando. Abriendo la rosa, cerrando el clavel. Tía Agustina lo llevó a vivir con ella en el mesón “El Dorado”. Ella era más joven que su madre y no tenía hijos. Viva la flor que la mía es la mejor. Los profesores siempre lo paraban en el rincón por los zapatos empolvados. Y él callado, a veces unas lágrimas. Pero tía Agustina no era su mamá. Lo quería y no era mala como decía su madre. La enfermera tampoco le daba esperanzas, que no sabía. En el patio del mesón jugaban todos los niños. Por ahí pasó un soldado todo roto y remendado. Y el director siempre negándole aumentos, hasta adelantos. Al principio sus clientes eran buena paga, ahora ni clientes. Tía Agustina salía todas las noches y no regresaba, él se quedaba solo, pero podía salir a jugar. Lo que vi que no llevaba era calcetín. En las mañanas lo despertaba temprano y lo mandaba a comprar leche y pan. El médico siempre lo mismo, le tocaba el vientre y hacía un nudo sus labios. En las mañanas salía a pasear por los jardines del hospital, en cada paso el vientre le recordaba el silencio de los médicos. Tía Agustina se pintaba los labios y salía del mesón, los niños le silbaban: qué cuero. Siempre le traía regalos, pero no era su mamá. Buscar otro trabajo, después de tantos años, no encontraría nada, si ni siquiera tenía oficio. ¿Adónde ir? Las monjitas siempre puntuales, a la misma hora con sus naranjas y sus paciencia. Calcetín si llevaba, lo que vi que no llevaba era gorra. Después los niños se iban a dormir y él regresaba al cuarto, otra vez solo, tía Agustina nunca regresaba. En el cuarto él solo, viendo chisporrotear el candil. El director implacable, pero tenía razón, sin ventas no podías seguir, había que buscar otro trabajo. Mató tunco tu tata. Y siempre el miedo, miedo a las sombras que reflejaba el candil. Y también ahora los médicos le parecían sólo sombras de fantasmas. Sombras blancas, impenetrables. Las monjitas sombras azules, paciencia. El mismo dolor una sombra en el vientre. Luego el hospicio de ancianos, con gente sin oficio y sin trabajo como él. Todos solos. Las hormigas siempre en línea, apresuradas dándose besos. Que llueva, la vieja está en la cueva. Los gritos de su madre llamándolo en los mejores momentos de los juegos. Los niños a veces lo acompañaban con miradas de lástima. Otras: gallina dormilona. Después un único pantalón grasiento y la camisa raída. Por ahí pasó un soldado todo roto y remendado. Tía Agustina todas las mañanas, despintada, mandándolo a la escuela. Su padre se fue con otra mujer, cuando él estaba recién nacido. Luego las monjitas en el hospicio, en el hospital, con sus naranjas. El cielo raso blanco, las paredes blancas, los médicos blancos, la enfermera con sus frascos. Gorra si llevaba, lo que vi que no llevaba eran botas. En el hospital a las tres de la tarde no hay enfermera con frascos, ni monjitas con naranjas, nada. Todo blanco. Cortando la rosa, cerrando el clavel. Y antes ni una ilusión. Del mesón a la escuela, de la escuela a la calle a buscar trabajo. En el hospicio una cola para comer, otra para pasear, otra para rezar. Antes habían sido caras distintas, siempre distintas, detrás de cada puerta una cara nueva. Y el tiempo pasaba. Y las caras de los médicos más impenetrables. Un silencio profundo. Tras la ventana los árboles movidos por el viento, ya no podía salir a pasear, las fuerzas estaban mermadas. Pispisigaña te agarra la araña. Luego vinieron los policías y se llevaron presa a la buena tía Agustina. Las viejas del mesón todas contentas, él lloraba. Tía Agustina no regresó nunca. Desde entonces las monjitas. A las seis de la tarde tocando la última puerta, luego calles largas. En la pensión nadie lo conocía. Entre sus papeles encontraron una foto de su padre.

Carlos Abrego.

Julio de 1971, Jerusalén. 

martes, 14 de agosto de 2012

Glosa sobre una traducción de un poema



Lo que voy a referir aquí viene provocado por una simple casualidad. Ayer por la noche, me puse a escuchar romances rusos por internet y encontré uno que compuso Mijail Ivanovich Glinka con letra de un poema de Alexander Serguiévich Púshkin. Ninguna de las interpretaciones me convenció. A partir de allí me puse a rememorar y volví a un poema de Púshkin, un poema corto, pero muy famoso, la fama en Rusia no supera su belleza. La intensidad del sentimiento expresado, su particular sonoridad, su ritmo, pero sobre todo la sencillez de toda la composición. Es tal vez el poema más conocido por los rusos, tal vez como algunos, entre nosotros, de Darío, de Bécquer o de Lorca.

Hice muchas tentativas por traducirlo. Pero traducir es más que traicionar, no obstante no todos pueden aprender el ruso, no todos podemos privarnos, aunque sea con enormes aproximaciones de tantos poetas extranjeros, como Tagore, Walt Whitman, Goethe, Dante, etc. Es por ello que debemos recurrir a ese puente tan maltrecho que es la traducción.

Hace dos años un amigo propuso en un Foro ruso-español hacer una traducción de ese poema de Púshkin,  proponía que aunáramos los esfuerzos y las tentativas. Fuimos pocos los que respondimos al llamado. Pero ninguna versión de las propuestas encontraba la aprobación de todos, algunas eran simplemente rechazadas sin mayores precauciones de urbanidad. Al final nos quedamos dos, el amigo que propuso y yo. No obstante entre nosotros lo común era que asumíamos el reto, pero no la concepción de la traducción. Existe en Rusia una tradición antigua y enraizada de permitirse amplia libertad con el original, dar más bien una versión propia a partir del original. Claro, cuando el traductor se llama Boris Pasternak o Samuil Marshak, uno no se atreve a ponerle reparos a esa tradición. Pero existen otras tradiciones tan nobles como a la que me refiero. Mi posición es bastante intermedia, no quiero decir conciliatoria, sino que admito que en ciertos casos, apegarse a la letra trae peores resultados que permitirse dar un rodeo, apartarse un poco.

En todo caso, mis traducciones fueron técnicas u orales en su gran mayoría. Traduje poetas sólo como un desafío y para consumo personal. He dado a conocer muy pocas, unas de la poeta Anna Ajmatova y otra de un poema de Boris Pasternak.

Hoy en Facebook entregué una versión del poema de Púshkin al que me he referido. Primero publiqué el texto original, prometiendo que alguna vez iba a dar mi propia traducción, un amigo me sugirió una traducción automática y otro con autoría. La primera quedó descartada de inmediato, la segunda a mi gusto trae demasiados antojos interpretativos que no conllevan un aporte poético particular. La transcribo aquí:

Yo la amé…

Yo la amé,
y ese amor tal vez,
está en mi alma todavía, quema mi pecho.
Pero confundirla más, no quiero.
Que no le traiga pena este amor mío.
Yo la amé. Sin esperanza, con locura.
Sin voz, por los celos consumido;
la amé, sin engaño, con ternura,
tanto, que ojalá lo quiera Dios,
y que otro, amor le tenga como el mío.


La versión es de Rubén Flórez Arcila. A continuación pongo mi versión con el original y la explicación de un desliz que he cometido en mi variante:

Я вас любил: любовь ещё, быть может,
В душе моей угасла не совсем;
Но пусть она вас больше не тревожит;
Я не хочу печалить вас ничем.
Я вас любил безмолвно, безнадежно,
То робостью, то ревностью томим;
Я вас любил так искренно, так нежно,
Как дай вам Бог любимой быть другим.

1829


La quise: el amor aún puede existir,
en mi alma no se ha extinguido del todo;
pero que ya no la angustie más;
no quiero entristecerla de ningún modo.
La quise taciturno, desesperadamente,
muerto ya de languidez, ya por los celos;
la quise tan sincero, tan tiernamente,
ojalá otro pueda amarla cómo la quise yo.

En esta versión interpreto de manera antojadiza los primeros versos, pues hago caso omiso de la coma y le doy otro sentido al "быть может", que es una manera invertida de "puede ser", con el significado de posibilidad; por mi parte le he dado en esta versión la calidad de existencia. Esto es una  apostasía. Pero en realidad he optado temporalmente por ello hasta que encuentre otra versión que contenga algo de ritmo, reproduciendo el sentido.

En todo caso reconozco que esta mi versión es patoja. La puse para mostrar lo apartado que anda en el sentido el colega Flórez Arcila.
A los dos primeros versos le he dado en otra versión esta forma:


La quise: el amor, quizás,  aún todavía
no se extinguió del todo en el alma mía;”


Presumo que se ve con facilidad la diferencia de forma y de sentido. En el tercer verso del original y de mi versión y que en la de Flórez Arcila resulta ser el cuarto, la palabra “тревожит” significa ‘angustiar’, tal vez ‘acongojar’ y en poco se puede acercar a ‘confundir’. Mi traducción no me complace, es de las que más renquea.


Como lo he repetido ya, he realizado varias versiones, algunas las quemé, otras las perdí. En los papeles en que encontré la versión que he puesto arriba, hay otra de ese tercer verso, cuya forma aisladamente me convence más:


“No quiero acongojarla con mi amor”

Pero ese verbo volitivo el poeta lo usa en el verso siguiente, de dejarlo en ambos produciría una bochornosa cacofonía. La dificultad es al mismo tiempo semántica y morfológica. Hay en ese verso una partícula (“пусть“) que expresa enfáticamente el deseo que lo enunciado en la frase se realice. Más o menos esto lo expresa nuestro “que” en frases como “que te vaya bien”, “que te diviertas”, “que te guste”, etc. Es la opción que he preferido. No obstante la dificultad se acrecienta también por el volumen sonoro del pronombre de la tercera persona. Amor en ruso es femenino y el pronombre femenino de la tercera persona tiene dos silabas como en castellano, pero en nuestra lengua el amor es masculino y nuestro pronombre tiene apenas una silaba. Pudiera parecer que le busco más pies al gato, pero no es así. Para darle el mismo volumen es necesario poner el sustantivo en vez del pronombre:

“Pero que mi amor no le dé más congojas”

Esta es otra variante, tal vez la mejor que he encontrado. Pero no es la mejor posible. Y tal vez busco lo imposible, pero en esto prefiero imitar a García Lorca:

“No podre quejarme
si no encontré lo que buscaba.”
 
Bueno, para redondear esto, voy a poner entero de nuevo el poema, remplazando algunos versos por los que he ido sugiriendo:

La quise: el amor, quizás,  aún todavía
no se extinguió del todo en el alma mía;
pero que mi amor no le dé más congojas;
no quiero entristecerla de ningún modo.
La quise taciturno, desesperadamente,
muerto ya de languidez, ya por los celos;
la quise tan sincero, tan tiernamente,
ojalá otro pueda amarla cómo la yo quise.


Completo esta nota con algo muy curioso. Algunos participantes rusos, del foro al que me he referido, sugirieron que no se usara el verbo “querer” pues les parece a ellos, siguiendo las connotaciones de su lengua, que este verbo es demasiado grosero, carnal. Esto no me sorprende, lo que me dejó boquiabierto es que algunos hablantes del castellano, tanto de América, como de España, coincidían en esto. Para expresar el amor ellos afirmaban que existe solo el verbo ‘amar’. Traté de disuadirlos dándoles ejemplos insignes de poetas españoles, como nuestros. Les di el ejemplo de un verso muy traído de Neruda, aquellos que se inician con “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”:


“Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído”.

Pero tuve que recurrir definitivamente a un poeta español que expresa su amor de hombre hacia su Dios, el verbo para mostrar tan desencarnado amor que usa justamente es el verbo ‘querer’:


“No me mueve, mi Dios, para quererte 
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.


Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 
clavado en una cruz y escarnecido, 
muéveme ver tu cuerpo tan herido, 
muévenme tus afrentas y tu muerte.


Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 
que aunque no hubiera cielo, yo te amara, 
y aunque no hubiera infierno, te temiera.


No me tienes que dar porque te quiera, 
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.







sábado, 12 de mayo de 2012

Son de negros en Cuba


De Federico García Lorca

Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba.
Iré a Santiago
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmera.
Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüeña,
iré a Santiago.
Y cuando quiere ser medusa el plátano,
iré a Santiago.
Iré a Santiago
con la rubia cabeza de Fonseca.
Iré a Santiago.
Y con el rostro de Romeo y Julieta
iré a Santiago.
¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!
Iré a Santiago.
¡Oh cintura caliente y gota de madera!
Iré a Santiago.
Arpa de troncos vivos. Caimán. Flor de tabaco.
Iré a Santiago.
Siempre he dicho que yo iría a Santiago
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas,
iré a Santiago.
El mar ahogado en la arena,
iré a Santiago.
Color blanco. Fruta muerta.
Iré a Santiago.
¡Oh bovino frescor de cañaverales!
¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!
Iré a Santiago.


jueves, 3 de mayo de 2012

Lecturas y recuerdos (lingüísticos)


En estos días he vuelto a mis lecturas lingüísticas, he leído viejos artículos y conferencias de André Martinet, algunos de Emile Benveniste,  he vuelto a hojear a de Saussure, me he enfrascado en algunos textos de autores rusos que tratan del aspecto, la temporalidad y la modalidad. Los textos de Martinet me retrotrajeron a mis años universitarios en los que descubrí que muchas cosas se aprenden discutiéndolas con los amigos. No recuerdo exactamente de quién fue la idea, pero un grupo de alumnos de la Facultad de Filología (Departamento de Lingüística General) decidimos crear un “Círculo”, tal vez soñando que alguna vez imitaríamos al famoso Círculo de Praga de inicios del siglo pasado. Dos profesores nos alentaron mucho al principio, mi profesor principal Dimitri Evguenievich Mijalchí y el docente Yuri Veniaminovich Vannikof. Sus intereses y personalidades eran complementarias y no dejo de señalar que eran heterogéneas, la primera basada en toda la historia de los inicios de nuestra ciencia y el otro apasionado en todo lo nuevo que llegaba del extranjero, gran experimentador de métodos. Pues en ese “Círculo” discutíamos mucho. La manera de proceder era la siguiente, uno de nosotros preparaba una ponencia, corta, de diez a quince minutos y luego nos poníamos a desmenuzarla. Nos reuníamos dos veces al mes, lo hicimos durante dos años. Esto terminó cuando algunos miembros tuvieron que empezar a escribir sus tesis de fin de carrera.

André Martinet me recuerda esas reuniones pues tanto los temas, como el enfoque suyo en mucho se asemejan al que practicaban nuestros profesores moscovitas y que nosotros asumíamos y, creo, seguimos asumiendo hoy. Aunque hay un punto fundamental que nos separaba a muchos y es que no lográbamos ponernos de acuerdo sobre la famosa división del maestro ginebrino de Saussure, Lengua y Habla. Pienso que en toda la lingüística europea sigue siendo un problema teórico que no se ha dilucidado hasta el final. La formulación que encontramos en el famoso y fundador “Curso de Lingüística General” no es muy precisa, no adquiere allí un aspecto acabado, viene mezclada con otros temas que tampoco fueron expuestos allí con el rigor que tal vez tuvo en su cabeza el maestro, pero que no se plasmó en los apuntes de sus alumnos, ni encontró reflejo en el famoso “Curso”  que fue redactado por Charles Bally y Albert Sechehaye a partir de dichos apuntes.

Este fue uno de nuestros temas más enconados. Muchos afirmaban que se trataba simplemente de una división metodológica, una especie de punto de vista a partir del cual se abordaba la investigación. Otros sostenían que en realidad esa división tocaba más de fondo a la esencia misma del objeto lingüístico: el lenguaje humano. No obstante pocos encontraban la forma de exponer la teoría de manera totalmente satisfactoria. Nos llegó durante esos años unos escritos, que ya tenían su tiempo de circular en Uruguay, de Eugenio Coseriu. El asumía la división, pero le agregaba un tercer término, la norma. En su “Sistema, norma y habla” procede a una crítica aguda y por momentos convincente de la fallas en la exposición que encontramos en el “Curso”. Pero Coseriu ve en algunos momentos señalados de esta dualidad simplemente “aporías”, sin ir más allá en su análisis. A veces encontramos en ese escrito la palabra “dialéctica”, pero no llega más lejos que a simples señalamientos. Como sea, la teoría de Coseriu se impuso en nuestro “Círculo” y en nuestra facultad. Su influencia en la lingüística soviética fue más reducida, la traducción de su obra llegó  demasiado tarde, cuando ya el dogmatismo brezhneviano comenzaba a hacer sus estragos.

La oposición a la bipartición saussureana también era filosófica: los ataques venían del empirismo disfrazado en materialismo “dialéctico” de algunas eminencias de la Academia de Ciencias Humanas de la Unión Soviética, otras del empirismo sin máscaras, que no aceptaban las consideraciones teóricas y que se limitaban a estudiar las “conductas”. Muchos por supuesto reconocen que lo único a lo que tenemos acceso es al lenguaje hablado, a las manifestaciones, a lo que de Saussure llama “Habla”. Para estos estudiosos la “Lengua” saussureana no es más que una construcción, sin asidero material observable. Este ha sido el punto que han esgrimido muchos. Martinet, el de los textos que acabo de leer, expresa de alguna manera ese pensamiento, lo único concreto que tenemos y del que podemos hablar es el “Habla”.

Nada es más ingrato para un aprendiz en una ciencia que tener intuiciones sin poseer los conocimientos necesarios para poder fundamentarlas. Esto fue lo que me ocurrió. Pues las oposiciones que señala de Saussure en su “Curso”, a pesar de todas las deficiencias de no ser totalmente un libro suyo, que no fue redactado de manera expresa, esas oposiciones no me parecían ser simple “aporías” como exponía Coseriu, sino que verdaderas contradicciones dialécticas, que “Lengua” y “Habla” formaban una unidad indivisible. Pero entonces la dialéctica materialista que se practicaba en la URSS no me permitía mucho avanzar, era más bien algo anti-dialéctico, era un esqueleto petrificado que no podía reflejar el movimiento que se realiza en el funcionamiento del lenguaje. Cuando en el “Círculo” abordé este tema, todos se iban hacia el empirismo “dialéctico” que reinaba en la URSS. Ese materialismo se mezclaba más con el pragmatismo que con Hegel o Marx.

Pero la cosa se me complicaba más porque la dialéctica en sí no era trabajada en los textos que entonces nos servían de referencia. Los ejemplitos estalinianos seguían vigentes, el agua que hierve y los famosos saltos (de rana) que se dan en la naturaleza y en la sociedad. Esto llegó hasta el colmo en El Salvador con los tantos “saltos cualitativos” que se producían en el proceso revolucionario. La simple adhesión a un partido era ya un salto cualitativo… Ponerse de acuerdo con la dirección también era un “salto cualitativo” y la creación de alianzas y nuevos organizaciones eran “saltones” dialécticos.

Hubo un texto que me llamó mucho la atención, pero que en el ambiente de entonces, citarlo era cometer una herejía, estudiarlo un crimen de lesa línea oficial, me refiero a un folleto de Mao que se llama “De la contradicción”. No obstante no tenía entonces la formación necesaria para darme totalmente cuenta que Mao innovaba en algo, que señalaba algo fundamental, algo que no se había claramente teorizado hasta entonces. Se trata de la “contradicción no-antagónica”. Por lo general aprendíamos a usar, más bien a mentar, la contradicción antagónica entre la burguesía y el proletariado, cuya resolución es la superación de uno de los contrarios, la desaparición de la burguesía con el advenimiento de una sociedad sin clases. La contradicción “no-antagónica” de Mao funcionaba en el “seno del pueblo”. Mao casi no teoriza, sino que da muchos ejemplos, que justificaban las alianzas durante la guerra de liberación, etc. Pero esas contradicciones “no-antagónicas” volvían a ser antagónicas una vez las condiciones sociales que habían permitido el funcionamiento de la “contradicción no-antagónica” habían desaparecido.

Como se puede ver no hay en Mao una verdadera conceptualización de esta contradicción y más bien provoca mayor confusión teórica, pues echa por el suelo lo que se puede saber de la esencia de ambas contradicciones, pues si tan fácilmente se puede pasar de una a otra, ninguna posee su propia identidad esencial. Es decir para Mao la distinción no es categorial, es circunstancial. Esto que estoy diciendo aquí, lo sé hoy, en aquellos años del “Círculo” de la Lumumba eran apenas vislumbres nebulosos.

Pero si queremos aplicar la dialéctica al conocimiento en lingüística debemos usar el concepto de “contradicción no-antagónica”, en la unidad de un fonema funciona en la oposición entre el “signifié” y el “signifiant” saussureanos (“significado” y “significante”), es lo que trabaja todo el mecanismo lingüístico, por consiguiente “Lengua” y “Habla” no son simplemente diferentes puntos de vista, no son dos partes separadas, una no funciona sin la otra, una no existe sin la otra, ambas son la misma cosa, constituyen una unidad, una unidad de lo concreto y lo abstracto, de lo particular y lo universal, de lo individual y de lo social. Por supuesto que aquí apenas menciono temas de estudio, es necesario que siga conversando con ustedes sobre este tema. Les pido paciencia, esto trae cola.



miércoles, 8 de febrero de 2012

Hieronymus

Al costado he puesto un enlace hacia la revista Hieronymus de la Universidad Complutense:
Hieronymus Complutensis - El mundo de la Traducción

El Instituto Cervantes ha puesto esta revista a la disposición de todas las personas que se interesan en la traducción. Espero que encuentren allí asuntos de su interés. Encontrará el enlace en la lista de "enlaces". Se los pongo aquí también: http://cvc.cervantes.es/lengua/hieronymus/
 
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