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miércoles, 25 de mayo de 2016

La vida es una trampa que urdimos nosotros mismos



Carlos Abrego


En España acaba de salir a luz una novela que cuenta las aventuras y tribulaciones de una muchacha salvadoreña, una cipota soñadora e inquieta que se va a Europa esperando encontrar el maravilloso mundo de Alicia. La novela tiene un hermoso título, “El fiel reflejo de la nada” y su autora es Patricia C. Beltrán que nos entrega aquí su primera novela. La obra recoge la historia real de una compatriota, pero el relato no es la mera transcripción de una experiencia, ni una crónica periodística, se trata realmente de una novela.

Desde el encuentro en el Flor Blanca con un guitarrista de Alejandro Sanz su vida va a cambiar, la ponzoña aventurera se va a despertar en Valentina y su deseo de descubrir el viejo mundo europeo se va a apoderar de ella. Su vida de estudiante de derecho, su acobijada vida familiar se le vuelven estrechas, necesita desplegar sus alas, la semilla de trotamundos que muchos llevamos adentro germinó brotes que crecieron exuberantes en la inconsciente cabeza de Valentina. De un arranque y sirviéndose de su capacidad de doblegar la voluntad de su padre consigue viajar a Madrid. Claro que no va a la simple aventura, se ha inscrito en la universidad de Alcalá de Henares y desde entonces le van sucediendo insospechadas sorpresas. Pero las va salvando cada una con suerte, con cierta candidez. El mundo se le ha anchado y Valentina se siente capaz de apropiárselo todo. Su regla de conducta es dejarse ir, sin miedo, va al encuentro del primer llamado, no se cuestiona, no duda, no puede plantearse en ningún momento que en su enmarañado trajinar puede haber cierta vez alguna fatídica trampa. Se va a Barcelona rendida por un argumento certero:

“—Llevas más de un año en España y no te has movido de Madrid. ¿No querías conocer Europa?”

Se trata entonces apenas de un fin de semana, pero luego se cambia a vivir  a la capital catalana y hace todo lo posible por seguir allí sus estudios. En Madrid, Valentina había podido vivir y sobrevivir, había conseguido trabajos relativamente cómodos y adaptados a sus estudios y además los había obtenido con relativa facilidad, ayudada tal vez por su encanto y su belleza.

Una vez instalada en Barcelona el torbellino de su vida la arrastra fatídicamente a embrollarse y maniatarse hasta caer en la temida trampa. No voy a contar el fin de la novela, no es porque el desenlace sea detectivesco, sino que siempre es mejor descubrirlo con sus propios ojos, guiados en esto por el escritor.

Hay que celebrar la opción de Patricia C. Beltrán; pudo escoger folclorizar el lenguaje multiplicando o adoptando artificialmente el modo de hablar de los salvadoreños, pero eligió su versión, su propio lenguaje. Es cierto que por allí va salpicando con algunas palabras y giros salvadoreños como para recordarle al lector que su personaje es una muchacha salvadoreña. El relato es en primera persona, lo que no permite grandes acotaciones, sino al contrario ir siempre al grano, a veces de manera abrupta, remedando en esto el mismo carácter irreflexivo de la protagonista.

Se me acumulan ahora muchos adjetivos para definir el estilo de Patricia C. Beltrán, pero ninguno me da entera satisfacción, porque a veces es vertiginoso, imponiendo un ritmo a la acción, al mismo tiempo que se detiene igualmente en los detalles, busca a veces con cierta minucia el verbo, el adjetivo que mejor se acomode al momento de la historia. Podría también decir que su estilo es despejado, sencillo y sin adornos, lo que le da al todo una agilidad que se presta al natural amontonamiento de las aventuras de Valentina. Esta sencillez estilística es depurada, pues cuando es menester recurrir al adorno lo hace sin olvidar la parquedad. Logra con esto que el lector también caiga atrapado por la historia, uno queda subyugado, curioso, desea permanecer con Valentina hasta el final. La lectura se va deslizando sin estorbos, sin necesidad de volver atrás, ni mucho menos saltarse hacia adelante, cada momento de la narración está donde debe estar y aunque a veces uno desea entrar y decirle a Valentina, por favor, niña, recapacita, dale tiempo a tus atribuladas aventuras. Esto es prueba de que uno ha caído también en la “trampa”, uno se siente parte, uno no puede dejar sola a Valentina. Uno se da cuenta también que el mundo tal cual está hecho, está malhecho para ingenuas muchachas que quieren conocerlo sin presentimientos, sin angustias, con la candidez de la primera mirada.

Espero que esta novela española se vuelva a través de sus futuros lectores en salvadoreña, espero pues que les haya dado ganas de conocer a Valentina.

“El fiel reflejo de la nada” de Patricia C. Beltrán, Ediciones Cardeñoso, Vigo 2016.

martes, 17 de mayo de 2016

"Lo que se quiere decir"



“Lo que se quiere decir” es un concepto particular de la Lingüística, pues se hace siempre referencia sin determinar claramente su estatuto entre el resto de ellos. “Lo que se quiere decir” precede al habla y por consiguiente podemos considerar su modo de existir como una virtualidad y además amorfo desde el punto de vista lingüístico. Se trata pues de una potencialidad, de una intensión, de un estado de consciencia, pero todas estas características lo ponen afuera del lenguaje y no obstante sin su existencia previa es imposible poner en movimiento todo el sistema lingüístico: “lo que se quiere decir” cobra forma y sentido una vez que el locutor ha escogido dentro de las virtualidades lingüísticas lo que mejor se acomoda a su deseo. 

Este proceso de puesta en correlación de “lo que se quiere decir” y las formas lingüísticas puede tener momentos  reflexivos y momentos inconscientes, automáticos. En ambos momentos, reflexivos y automáticos,  tienen lugar en los diferentes niveles del sistema lingüístico: el fonológico, morfológico, sintáctico y semántico. Es evidente que el momento más automático e inconsciente es el que funciona (por decirlo así) en el nivel fonológico y el más reflexivo en el nivel semántico. La capacidad lingüística permite que los niveles morfológico y sintáctico sean más o menos (mayor o menormente) automáticos.

El enunciado se debe considerar como el producto de la puesta en forma de “lo que se quiere decir”. De alguna manera el contenido del enunciado es justamente “lo que quiere decir” el emisor y lo que busca precisamente entender el receptor. Además hay que considerar que este concepto justifica "el punto de vista” a partir del cual se considera el lenguaje, como un instrumento de comunicación o por lo menos su función primordial. Y esto también nos indica que “el punto de vista” no es una actitud subjetiva, arbitraria, antojadiza, sino que se desprende del uso que se le da al lenguaje como medio para hacer efectiva la voluntad del hablante, la de comunicar “lo que quiere decir”. El punto de vista a partir del cual se analiza y se estudia el lenguaje es su función propia, interna, la que le corresponde en propio. 

Como acabamos de decirlo “lo que se quiere decir” tiene un modo de existir particular, es decir antes de existir como enunciado es potencial y amorfo, es una simple intención, un estado de consciencia. Sólo al entrar en el ámbito del lenguaje, su existencia real, su devenir le confiere además de una forma determinada y un contenido también determinado, y al ser enunciado entra en el habla y aquí recibe una existencia concreta, aunque efímera. Este concepto central es el que sostiene la función del lenguaje. Todo el funcionamiento del lenguaje está destinado a darle forma y contenido precisamente a “lo que se quieren decir” los hablantes de una lengua dada. Esto significa recurrir a la gramática y por supuesto a la semántica. Al considerar el lenguaje tomando en cuenta su función comunicativa, que consiste en la puesta en forma y darle contenido al enunciado, podemos concluir los aspectos unitarios de la lengua y el habla. Las formas generales cobran concreción en el enunciado.  
 
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