Yo nunca te hice
la promesa vana
de un amor eterno.
Pero nunca brasas
tan ardientes
me han quemado
y nunca tanto ardor
pudo en mis venas
dejar sembrada
la antigua flecha.
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El niño de los arcos
se reía y la diosa
del vestíbulo
alegre se ilumina
confiada en el oficio
de fundir en uno
los separados cuerpos.
Me han gustado estas dos piecitas. Sobre todo sus resonancias latinas.
ResponderEliminarMucho menos tristes que los otros.