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lunes, 17 de septiembre de 2007

El signo lingüístico y sus formas

Por Carlos Abrego

He encontrado con relativa frecuencia la palabra ‘dialéctica’ en los escritos de grandes lingüistas, cuando abordan los puntos nodales de las enseñanzas saussurianas. No obstante es raro encontrar una explicitación del término: la palabra dialéctica aparece como evidente, como de suyo, como algo que cae por su propio peso frente a fenómenos que para otros se trata de simples paradojas.

Que la lengua —fenómeno social por excelencia— sea regida por las leyes de la dialéctica es una constatación que no puede ser extraña para quienes comparten el análisis de los hechos sociales que resulta del materialismo dialéctico. Pero la lengua es un hecho social aparte. Constituye además un objeto de estudio de disciplinas muy diferentes y separadas. Hecho social aparte, porque no podríamos incluirla dentro de los hechos de la base material, ni dentro de la superestructura.

La lengua no es el único objeto científico compartido por varias ciencias. Pero es la lingüística la que la aborda desde un punto de vista que le permite destacar lo que le es propio. Este punto de vista no es el de considerarla como una estructura, sino el de tratar de explicar, a partir del hecho de que la lengua es el medio de comunicación primario de la humanidad, a través de qué mecanismos la comunicación lingüística es posible. Le toca a la lingüística describir el funcionamiento de la lengua y mostrar a través de qué reglas, de qué leyes este funcionamiento se lleva acabo, se cumple.

La constatación del carácter dialéctico de la lengua es de alguna manera superficial y no nos aporta mucho. Pero los lingüistas no se conforman con la simple constatación, nos indican en donde ellos ven la dialecticidad de la cosa. No obstante dos grandes lingüistas, Tullio de Mauro y Emile Benveniste, por no citar a otros, se oponen precisamente, no en en el juicio de la dialecticidad de la cosa, sino que en la interpretación del hecho considerado como dialéctico. Y este hecho no es de los menores, se trata del signo lingüístico y de su carácter arbitrario. Para los lingüistas que se pliegan a las tesis fundamentales de Saussure, el arbitrario del signo reside en la unión entre el significante y el significado, para Benveniste esta unión es necesaria.

Voy a citar largos pasajes de ambos estudiosos. En la nota 65 de su edición crítica del “Curso”, Tullio de Mauro nos dice: “La distinción entre lengua y habla tiene un carácter evidentemente dialéctico: la lengua es el sistema de límites (naturalmente arbitrarios y, por ello mismo, de origen social e histórico: C.L.G. p. 99 y siguientes y p. 194 y siguientes) en el que se encuentran, se identifican funcionalmente las “significaciones” y las realizaciones fónicas del hablar, es decir las significaciones y las fonías de los actos del habla particulares; tal sistema gobierna al habla, existe por encima de ella; y es en ello que reside su única razón de ser (sus límites, es decir la distinción entre un significado y otro, entre una entidad significante y otra, no depende de una causa determinante inherente a la naturaleza del mundo y del espíritu, ni la de los sonidos); tan es así que se puede decir que la lengua no vive sino que para gobernar al habla”.

Un poco más lejos en la misma nota Tullio de Mauro agrega: “Los valores de las fonías son los significantes de una lengua, los valores de las significaciones son los significados. Tales valores, al no ser determinados por las fonías o por las significaciones, son arbitrarios desde el punto de vista fónico-acústico como desde el punto de vista lógico-psicológico. Ellos se delimitan recíprocamente, es decir que constituyen un sistema. Este sistema de valores es una cosa diferente (dialécticamente y trascendentalmente) de las realizaciones fónicas y significativas de los actos del habla particulares”.

Emile Benveniste nos dice: “El significante y el significado, la representación mental y la imagen acústica, son (...) en realidad las dos faces de la misma noción y se componen juntas como el incorporante y el incorporado. El significante es la traducción fónica de un concepto; el significado es la contrapartida mental del significante. Esta consubstancialidad del significante y del significado aseguran la unidad estructural del signo lingüístico.” Añade en el mismo artículo Emile Benveniste: “... si se considera el signo en sí mismo y en tanto que portador de un valor, lo arbitrario se encuentra necesariamente eliminado. Puesto que (...) si es muy cierto que los valores siguen siendo totalmente “relativos”, pero de lo que se trata es de saber cómo y respecto a qué. Establezcamos de inmediato lo siguiente: el valor es un elemento del signo; si el signo tomado en sí no es arbitrario, (...) se sigue que el carácter “relativo” del valor no puede depender de la naturaleza “arbitraria” del signo. Puesto que hay que hacer abstracción de la conveniencia del signo con la realidad, con mayor razón se debe considerar el valor únicamente como un atributo de la forma y no de la substancia. A partir de ahí decir que los valores son “relativos” significa que son relativos unos respecto a los otros. ¿Acaso no se encuentra aquí la prueba de su necesidad?”. Más adelante Benveniste agrega: “Aparece entonces que la parte de contingencia inherente a la lengua afecta la denominación en tanto que símbolo fónico de la realidad y en su relación con ella. Pero el signo (...) encierra un significante y un significado cuya nexo debe ser reconocido como necesario (...). El carácter absoluto del signo lingüístico entendido de esta manera ordena a su vez la necesidad dialéctica de los valores en constante oposición y forma el principio estructural de la lengua”.

Es evidente que esta oposición entre estos estudiosos no es una simple paradoja, toca el fondo de la dialéctica como el de la lingüística.

1 comentario:

  1. Sorry pero aun no entiendo el por qué son necesarios podria explicarlo con manzanitas???
    En todo casa está muy bueno...
    Felicitaciones.

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