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miércoles, 9 de septiembre de 2015

Un paseo para comenzar


Les propongo una excursión discursiva a través del íncipit de Ce "a vés a penas del incipit ien años de soledad del colombiano Gabriel García Márquez: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

El paseo que les propongo, no tiene un itinerario predeterminado, irá por los vericuetos que se vayan presentando por el camino. En este inicio es normal que me refiera a esa palabrita poco usual  íncipit y que ni siquiera figuraba en los diccionarios de María Moliner y de Julio Casares. Es posible que ya haya entrado en las últimas ediciones, pero lo que nos interesa aquí es su significación y no su historia lexicográfica, se trata de la primera oración que abre una novela, un cuento, una narración y que es usada por los filólogos para designar lo mismo de los manuscritos antiguos.

Siempre tuve una pasión particular por estos comienzos. Incluso tuve un fichero en el que iba anotando los que más me gustaban. Este íncipit de García Márquez es uno de ellos. Me he imaginado al colombiano desechando con enfado aquellos inicios que no contenían lo que se proponía narrar. Una de las primeras cosas que me llamó la atención fue que la estructura de la oración impone una entonación narrativa, no se puede leer de otra manera, la sintaxis impone su melodía, pero no se trata de un simple tono, sino que de uno en particular y es el que debe tomarse cuando un patriarca se sienta rodeado de todos los miembros de la familia para narrar la epopeya que fundó su estirpe.

Esto que acabo de escribir puede resultar curioso, no obstante cuando hayamos llegado al final y nos propongamos el retorno, pienso, sonará entonces como una evidencia.

No hace mucho releyendo unas notas de Saussure se revivió en mí una vieja preocupación, un viejo tema de mis estudios: todo lo que rodea la instancia enunciativa. De tanto escudriñar el tema llegué al borde de cruciales problemas filosóficos, que dejaré aquí apenas sugeridos, me refiero al modo de ser del lenguaje. Reflexionando sobre el tema, allá por los primeros años de los setenta del siglo pasado, llegué a incluir en esta instancia enunciativa, cuando se trata de una ficción, la forma-libro. Esta forma es histórica, no siempre hubo libros, ahora las ficciones cobran formas materiales muy distintas, discos y procedimientos electrónicos. Esto implica que el enunciado, la novela en nuestro caso, ha sido emitido ya hace algunos cuantos años, no obstante su actualización necesita una actividad determinada del receptor, por ejemplo abrir el libro, meter el disco en un aparato, encender la tableta electrónica o la computadora. Es decir que el enunciado ha permanecido en estado latente, virtual todo el tiempo anterior a todos estos actos. La lectura viene a completar, a terminar la instancia enunciativa. Esa primera instancia se realiza cada vez entre el escritor y cada uno de los lectores. Pero esta instancia es la externa, la pasta del libro, lo escrito en las carátulas de los discos, los encabezados en las pantallas de las computadoras y tabletas nos indican quién se dirige a cada uno de los lectores. Sin embargo cuando se trata de una ficción existe un narrador que se dirige a un lector determinado y que como el narrador forma parte de la misma ficción.

Por lo general, la literatura crítica y universitaria le dedica una parte importante a detallar las características del narrador (aunque a veces lo confunde inapropiadamente con el autor), no obstante es rarísimo que los críticos se refieran al lector interno, al que se dirige el narrador. A veces hay un juego de imbricaciones narrativas, por ejemplo en Las mil y una noche. Todas estas imbricaciones encabalgadas son reactivadas en cada lectura. Este punto de la actualización de la instancia narrativa me hizo cuestionarme sobre la existencia misma, sobre el modo de ser de todas las ficciones, pero no se trata solo de las ficciones. Es cierto que podemos remitirnos a la tinta, a los pixeles y otros octetos ocupados en las memorias de computadoras como el sustento material que conservan latentes los enunciados. Sabemos que los enunciados no son esas materias, incluso algunos ni siquiera han adquirido el rango de “significante” saussureano.

Creo que me he alejado lo suficiente como para dar paso hacia atrás y volver al texto mismo, sin dejar aquí la promesa de explayarme alguna vez sobre esos temas. Al volver al texto, confieso, que siempre he deseado tener justamente la misma supuesta capacidad que tiene el lector interno de una novela.

Cada lector tiene su propia sensibilidad, su propio pasado de lector de ficciones y por supuesto tiene algo particular que ofrecerle al emisor en tanto que receptor de su mensaje. El texto es anunciador de un recuerdo y de una muerte. Y el recuerdo va a acaecer ineluctablemente y es lo que también se nos sugiere de la muerte, pues estar frente a un pelotón de fusilamiento no deja mucha esperanza. De entrada se nos ofrece una narrativa de acontecimientos fatídicos. La forma verbal “había de” es el núcleo de toda la oración. La forma era poco habitual, muchos la descubrieron entonces, aunque se entiende fácilmente, en verdad no es tanto la forma, sino el significado que resalta García Márquez en este íncipit. Afirma lo ineluctable. Todos sabemos que uno de los temas recurrentes de la novela es precisamente el papel que juega el destino, la predestinación, el sino. Este tema abre la novela misma y nos anticipa la noticia de una muerte. Esta muerte, en este momento inicial, nos aparece con la misma fuerza de realizarse que el recuerdo de aquella tarde remota. Todos hemos oído hablar de esos momentos que preceden la muerte y en los que se hace un recuento de la vida. El coronel Aureliano Buendía hace lo que se acostumbra en esos momentos y remonta a su niñez y la escena que le reaparece en toda su completa realidad es la figura de su padre llevándolo a conocer el hielo, hecho que lo marcara tan durablemente. Aquel descubrimiento del hielo se nos presenta como un hecho de magia ante los ojos alucinados del niño. La magia, lo fantástico, lo maravilloso es otro tema y, como los dos anteriores, la fatalidad y la muerte, irrumpe desde la primera frase.

Félix Fernández de Castro, en su libro Las perífrasis verbales en el español actual (Gredos, Madrid, 1999, págs. 71-72) nos recuerda que la forma había de  “figuró regularmente en las gramáticas como parte de la conjugación” y en la nota al pie de página nos cita varias gramáticas desde la de Nebrija hasta la de Bello-Cuervo, pasando por la de la Academia de 1777 y otras más. Todas esas gramáticas, como otras modernas, escritas ahora en nuestra época, señalan la significación gramatical de la perífrasis: la obligación.  Emilio Alarcos Llorach (Gramática de la Lengua Española, Madrid 2000, Espasa, pág. 327),  interpreta que esta “obligación” resulta del auxiliar “haber” y nos dice: “un ejemplo consolidado es la construcción haber + de + infinitivo, donde el auxiliar impone el sentido de “obligación” en lugar de “existencia” que evoca en sus usos autónomos: Este libro ha de dejar de lado los adornos literarios (66.11), el viaje ha de tomar la pequeña carretera secundaria (66.12)”. Un uso autónomo con significado de existencia es “hay frutas en la canasta”.

A este respecto Samuel Gili y Gaya afirma algo que me ha sorprendido, ahora que lo he vuelto a leer, nos dice: “No creemos conveniente prodigar en la enseñanza gramatical la lista de estas perífrasis verbales, porque, aparte de las amplias zonas de incertidumbre que habrán de presentarse en la interpretación de los matices, hay que tener en cuenta que el empleo de los verbos auxiliares proviene de las acepciones figuradas de estos verbos, los cuales tienen en su mayoría pleno uso moderno fuera de las construcciones perifrásticas de que ahora tratamos” (Curso Superior de Sintaxis Española, Madrid, 1989, pág. 106). Mucho se ha avanzado en la interpretación de los matices semánticos de estos conjuntos verbales. Por otro lado este es un terreno muy amplio de la expresión en nuestro idioma y además una tendencia muy fértil.

S. Gili y Gaya también restringe la significación de la perífrasis del íncipit de Cien Años de Soledad como “obligación”. En el parágrafo 96 nos explica que la “expresión obligativa figura desde antiguo en las gramáticas españolas. Con el nombre de conjugación perifrástica o de obligación, se incluyó en la gramática académica la frase verbal haber de + infinitivo”.

Ahora volvamos al texto y leámoslo detenidamente y nos daremos cuenta que el hecho de recordar “aquella tarde remota” no tiene nada de una obligación, sino que de un hecho inevitable, de algo que va a ocurrir porque sí, porque es algo que no se puede evitar. Precisamente esta ineluctabilidad del recuerdo de alguna manera se expande al otro hecho sugerido, el de la muerte del coronel Aureliano Buendía.

La Nueva gramática de la lengua española es mucho más matizada en la interpretación del significado de todas las perífrasis verbales y en particular de la que nos estamos ocupando. Las caracteriza “por su relativa complejidad de su estructura formal y también por la heterogeneidad, y a veces sutileza, de los significados que expresan” (pág. 897). Incluye la Academia el tradicional significado de “obligación”, pero lo restringe en los usos que ella llama “radicales” (cuando “se le atribuye a la entidad designada por el sujeto cierta capacidad, obligación, voluntad o disposición en relación con algo”). No obstante los académicos afirman que a veces estos usos pueden desembocar “a menudo en una interpretación puramente prospectiva, cercana a la de “ir a + infinitivo”. Este uso, muy frecuente en la lengua clásica, hoy es característico del español americano, en el que las perífrasis temporales y de obligación van desplazando al futuro […]. Me permito señalar que esta tendencia es ya añeja y Rafael Lapesa en su Historia de la lengua española la señala y de manera lacónica afirma “Las perífrasis se extienden a costa del futuro” (Madrid, 1968, Escelicer, pág. 359). Por supuesto se refiere al español americano.

Jorge Negrete, el “charro de México” cantaba una ranchera cuyo título trae esta perífrasis y su significado difiere de la significación obligativa o prospectiva y de la de ineluctabilidad que hemos anotado respecto al íncipit de García Márquez, me refiero a “Me he de comer esa tuna”. En la canción se completa con un “aunque me espine la mano”.  Resalta aquí otro significado y es la rotunda decisión de comerse la tuna, que se refuerza con esa conjunción concesiva aunque. La resolución de comerse la tuna es tal que no la impiden los pinchazos de las espinas.

Vuelvo de nuevo al texto directamente: hasta llegar al sujeto de la oración, el narrador nos entrega las circunstancias temporales y espaciales del acontecimiento, estas circunstancias componen tres sextetos rítmicos y son los que evidentemente dan el tono. Este ritmo se interrumpe y abre otro periodo rítmico con pausas intuitivas delante de los complementos directos de ambos verbos: recordar y llevar. Se puede no observar las pausas y el efecto no cambia realmente mucho. Pero el inicio con tres sextetos ha dejado ya su impronta rítmica y se tiende a seguir interrumpiendo más o menos el flujo monótono de la lectura, aunque esta sea silenciosa. Por lo general, ahora ya nadie lee en voz alta, sin embargo esta novela que se inicia con estos sextetos tiene una musicalidad que invita a abandonar la lectura silenciosa y si no lo hacemos, porque la lectura ahora es privada e individual, ya no es pública, como se acostumbraba a escuchar las leyendas y los mitos.

Muchos han mencionado a la Odisea y otras epopeyas al referirse a Cien años de soledad, es cierto que lo narrado, trata de hechos grandiosos en los que interviene lo sobrenatural y lo maravilloso. La musicalidad del texto se acopla perfectamente al contenido y esto desde la primera frase.

Ahora fijémonos en un detalle estilístico, los muchos años después son reforzados en su lejanía por el adjetivo que califica al sustantivo “mañana”, remota. La distancia que separa al fatídico estar frente al pelotón de fusilamiento y la presentación por su padre del hielo está ya dicha por los “muchos años”, pero el narrador no se conforma con esta sola indicación, aquella y remota intensifican la distancia.

El tono épico, casi homérico del íncipit, el fatalismo, lo maravilloso y lo real conjugados los encontramos en esta oración. El estilo peculiar de García Márquez se ha concentrado aquí. Al mismo tiempo toda la ironía narrativa está presente también. Hay igualmente un falso empezar in medias res, la novela realmente no se inicia en el hecho indicado en primer lugar, el estar frente al pelotón de fusilamiento, sino que en la época en que el padre de Aureliano Buendía, lo llevó de la mano a conocer el hielo, incluso antes, en un pasado legendario y primigenio, en el que todo empieza.

martes, 28 de julio de 2015

Algo no muy prolijo


Lo que voy a referir tuvo lugar hace ya algunas décadas, el hecho se gravó en mi memoria por razones casi profesionales. Siempre tuve desde mis años universitarios un interés particular por los problemas semánticos que no podía desligar con el resto de aspectos del lenguaje, comenzando por los problemas generales que plantea determinar el signo lingüístico. Tuve desde temprano afición también por la fonología en tanto que parte de la lingüística que trata de un momento del lenguaje que se despega justamente de la semántica, pues sus unidades tienen eso de particular de pertenecer al lenguaje únicamente como sostén material de todo el edificio lingüístico.

Pero voy a tratar de ir al grano sin perderme en los vericuetos de todos los problemas que se asoman siempre al abordar cada uno de los aspectos del lenguaje. Resulta que cada uno de nosotros tiene su propio diccionario personal que no coincide para nada con el diccionario que editan los lexicógrafos, ellos por un lado tratan de abarcar mucho más que de lo que un individuo puede retener en su memoria y sobre todo que ellos hacen figurar en sus entradas los significados, es decir la parte abstracta de las palabras. Se trata de lo general, desean alcanzar la totalidad. Nuestros diccionarios personales por el contrario no pueden nunca alcanzar la totalidad, ni siquiera acercarnos, pero tienen una ventaja, nuestras “entradas” siempre son concretas, se trata de significaciones, es decir siempre aparecen dentro de un acto de habla concreto.

En mi diccionario personal de los años setenta la palabra “prolijo” no abarcaba todo lo que aparece en los diccionarios, tal vez por razones de pertenencia a un área determinada, en todo caso en mi uso predominaba una sola significación, que es la primera entrada en los diccionarios. Anoto de pasada que esta palabra no era muy activa en mi vocabulario, aunque si la pronunciaba y la escribía de vez en cuando. Conocí en esos años a dos personas en cuyo vocabulario esta palabra era mucho más frecuente, una de ellas era una profesora chilena de Santiago y el otro era un poeta y escritor uruguayo de Montevideo, pero en su uso la significación era prioritariamente la segunda entrada de los diccionarios.

Lo curioso es que cuando los oía pronunciar esta palabra con esa significación entendía perfectamente sus enunciados. Es necesario señalar que la polisemia existe siempre fuera de los enunciados, pertenece al ámbito de los diccionarios, pero no de los actos del habla, en ellos las palabras se acomodan perfectamente a la significación que cada hablante les imprime acorde con lo que quiere decir. El contexto me ayudaba siempre a comprender. No obstante no dejaba de sorprenderme ese uso, siempre me dejaba en mi “sentimiento” lingüístico cierto malestar. Una vez que conversaba con la profesora chilena en el Campus de la Universidad Hebrea de Jerusalén le referí esto mismo. Ella también quedó presa de la sorpresa, me dijo que para ella “prolijo” tenía sólo una significación: “algo realizado con esmero, con mucho cuidado”. Me dijo que iba a consultar el diccionario.

Al día siguiente me buscó para decirme que yo tenía razón, que el primer significado que daba el diccionario académico era el que yo usaba: “Largo, dilatado con exceso”. En realidad no se trataba de tener razón, simplemente que existen dos palabras distintas, una se usa en contextos determinados y la otra en otros. Existe en los diccionarios otro significado que ni ella, ni yo usábamos, ni usamos, “impertinente, pesado, molesto”.  Lo que es cierto es que ni ella, ni el uruguayo, ni yo cambiamos nuestros usos. Nunca hasta ahora he usado “prolijo” para referirme a algo que está hecho con cuidado y esmero. Hay algo que me ha llamado la atención, el académico Julio Casares en su diccionario “Ideológico” anota en la primera y en la segunda significación un detalle, un matiz que ni en mi uso, ni en el uso de los sudamericanos nunca sentí, para el primero Casares dice “largo, extenso y dilatado con exceso” y en el segundo agrega “demasiadamente cuidadoso o esmerado”. Esa demasía o ese exceso no aparecen en mi diccionario personal. Este matiz existe realmente entre los clásicos al referirse ya sea a sus propios relatos o al camino recorrido, aunque no siempre sea obligatorio interpretar de esa manera.

María Moliner también anota en sus definiciones “demasiado extenso / demasiado detallado” y “demasiado cuidadoso o esmerado”. María Moliner introduce en su diccionario como segunda entrada “pesado (aplicado a cualquier trabajo)". En los otros diccionarios significados próximos a éste aparecen en el tercer lugar.

Entre 1400 a 1550 en buena parte de los ejemplos que nos ofrece la base de datos ACORDE de la Academia, los autores dejan de contar, de enumerar para no ser muy prolijos o simplemente prolijos. Les cito un pasaje bastante particular y divertido con un dejo muy moderno: “No he puesto aquí sus desemejadas y feas facciones, sus monstruosos cuerpos y diferencias de vestidos por no ser prolijo. Cada uno podrá pensar, según los nombres, qué tales podían tener los gestos, los vestidos y los hechos”. Figura este pasaje en “Peregrinación de la vida del hombre” de Pedro Hernández de Villaumbrales. Era pues un tópico, como en este pasaje el autor no ha puesto algo para no ser prolijo. En esos años y en particular en nuestro autor el antónimo es breve: “Magnífica Muerte, porque me parece que tienes ya el pie en el estribo y que ya quieres volver la rienda a tu venenosa sierpe, seré breve en mi decir, puesto que muy prolijo quisiera ser, pues había razón y causa por ello”.


Pero en este último pasaje el tópico se ha invertido y el narrador afirma su frustrado deseo de ser prolijo.  Voy a anotar por último un detalle, el amigo uruguayo tenía la costumbre de usar la palabra en su forma diminutiva: “prolijito”. He pensado que en la significación de mi área es imposible hacerlo, algo extenso, dilatado se deja muy difícilmente disminuir, pero algo que se ha hecho con esmero si se puede tratar con cierto afecto, por ejemplo unas “notas muy prolijitas” que pueden servir para más tarde con toda comodidad. Para no ser demasiado extenso, termino aquí no sin dejar la promesa de volver sobre el tema. 
 
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