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miércoles, 26 de marzo de 2008

Cuento

Para vos, como todo lo que escribo.

No sé lo que me pasa. He entrado en mi corazón casi a escondidas, deseando que no se diera cuenta, para arreglar y remendar algunas cosas. Pero mí corazón me sorprendió. Y me dijo:

— ¿Qué venís a hacer? ¿Por qué venís apenas ahora? ¿No te da vergüenza, dejarme así desarreglado, melenudo, con grietas por todas partes? ¿Vos creés que con unos remiendos apresurados va a ser suficiente?

—¿Qué puedo decirte, corazón? Sé perfectamente que te he descuidado por mucho tiempo, que por poco me olvido de tu existencia, de tus impulsos, de tus descabellados arranques. Pero he venido a ver si algún remiendo puede aliviar mi descuido. Pero me doy cuenta que..

—¿De qué te das cuenta? ¡Decime de qué te das cuenta!

—Es que me doy cuenta de que casi no necesitás remiendos...

—¿Te das cuenta de que no necesito remiendos...? ¿No te das cuenta de que tengo a una invitada que me habita y que sola ha tenido que ir poniendo orden, reparándome las grietas, tapándome las goteras, que le ha dado mucho trabajo limpiar todas esas telarañas que me estaban hasta sofocando? Y ahora venís creyendo que con unos arreglitos iba a alcanzar. Creo, miserable, que no te has dado cuenta del valor de la mujer que me habita. No, no creo que te des cuenta.

—¡Sí, claro que me doy cuenta de su valor! Su valor es infinito.

—Vos como siempre creés que las palabras lo arreglan todo, vaya, su valor es infinito... Sí, suena bonito. Pero vos ni siquiera te das cuenta que realmente es verdad lo que estás diciendo, las palabras te salen, pero el que se encarga de sentirlas, de darles peso soy yo. Y vos me has tenido abandonado. Ella me encontró deshecho, agotado. Vos no te das cuenta de cómo se ha ido ocupando de mí, cómo ha ido poniendo orden, metiendo en su lugar cada pieza desmoronada. No sé si ella se siente mejor ahora, pero yo francamente estoy remozado y no creas que te dejaré que con tus impertinencias, tus caprichos de a centavo, me vengas a arruinar mi nueva situación. Además, ¿Qué es eso de querer entrar en mí a escondidas? Pero mi dueña sabe lo que hace, me ha dejado las puertas aún chirriando, lo ha hecho para vos, para que cuando se ausente, cuando salga a dar una vuelta, un paseo por las entrañas, oigas como lloran mis puertas. Pero te la pasás ocupado en confeccionar palabras y mucho más en contemplarte en los espejos... Vos no te has dado cuenta que no son los espejos los que nos van a querer. Es ella, solamente ella. Y estoy seguro que ni siquiera te has dado cuenta.




—¿De qué no me he dado cuenta?

—¿No has visto las paredes, mis paredes?

—¿Qué tienen tus paredes?

—¿No has visto que para complacerte me las ha pintado de azul?

domingo, 16 de marzo de 2008

La vie en rose

Me hubiera gustado otra versión, Marianita.

jueves, 13 de marzo de 2008

Adiós muchachos

Tal vez les parezca insólito...

sábado, 8 de marzo de 2008

Simplemente y para siempre

Para vos.


Los gallos espantaron con sus roncos cantos a las sombras,
juguetonas, saltarinas se fueron con la noche mostrándole al día sus rojas lenguas.
El día, a gatas, comenzó furioso a engalanar sus luminosos dientes
y poco a poco llenó de azules reflejos su capa adormecida.
En medio de este pleito me descubro esperándote
en el vano de mi soledad y en vano quiero
hablarte sin imágenes de este infierno.
Me hubiera gustado poder hacerlo.
Pero basta que aparezcas para que cese mi oscura demencia.
Sólo entonces florece mi más clara locura.
Tu luz devasta el viejo corazón que aún anhela batir velas en el viento de un último viaje.
Nunca fui el joven y bello bailarín que hubiera medido
cada paso sin tropezar,
ni lucir en cada cita el miedo de entrar en tu pasado.
Tus ojos negros meten fuego en mis entrañas
y mis segundos presurosos vuelven paraíso este infierno.
Son instantes de loco engaño.
Sé muy bien que te he bañado de palabras,
mis caricias,
mis besos,
mis te quiero
también son rojos como las sombras que espantan al día.
Te busco simplemente. Te busco siempre.
Encuentro mi locura rejuvenecida, preñada de ilusiones, olvidadiza del tiempo,
de los implacables relojes y de los inclementes espejos.
Te quiero como te busco, simplemente y para siempre.


8 de marzo de 2008

sábado, 1 de marzo de 2008

Complaciendo a una amiga

Este sueño que te voy a contar, querida Marianita, no es de los de la última racha, es un sueño que me marcó por lo que en él vi y luego por la emoción que sentí muchos años después al descubrir en la cinemateca de Jerusalén la película de Ingmar Bergman, "Fresas salvajes".

Voy por partes. La película salió en 1957. El cine sueco no llegaba a mi ciudad, tal vez pueda decir a mi país. De todos modos puedo asegurarte que en esa época ni en sueños podía imaginar la existencia de Bergman... En todo caso mi sueño tuvo lugar una noche del invierno moscovita de 1962. Hizo un frío atroz y memorable, según se dijo desde el famoso invierno del 43 no había vuelto a hacer tanto frío. Tuvimos semanas con 20 grados bajo cero y algunas veces el termómetro bajó hasta los 32. Nada más normal que un joven salvadoreño sueñe con su país, cálido, lleno de luz tropical. Pues fue así. Me veo, esto casi nunca es cierto, en los sueños uno no se ve, se siente, se adivina, como en le vida uno ve el entorno. En todo caso estoy en mi ciudad, Santa Ana. La veo cambiada, no la reconozco, pero sé que es Santa Ana. Estoy en una parada, en una estación. Llega un carruaje tirado por un percherón. El conductor tiene un aspecto muy sombrío y como resulta en los sueños no me extraña para nada que existan carruajes tirados por caballos. Nunca en mi ciudad los vi. Subí, me acomodé en el compartimento y el carruaje se puso en marcha. No sé cuánto tiempo duró el trayecto, de todos modos, de seguro buen tiempo, pues cuando me subí el sol aún no declinaba. Sentí que el camino era un largo descenso.Al llegar a destino me esperaban dos primas mías, con ellas jugué mucho en mi infancia y hacia una tuve sentimientos particulares. Había llegado a un pueblo desconocido y al verlas no recuerdo que tuve sorpresa alguna. Comenzamos a pasearnos por las calles, ellas me mostraban los patios, algunos jardines, parques. El sol ya estaba ocultándose detrás de unas oscuras colinas. En el paseo nos acercamos a una plaza en la que había muchos relojes encima de unos postes. Pero ninguno tenía agujas, no daban la hora. Tampoco recuerdo que ese detalle me sorprendiera. No obstante me hizo pensar que ya había transcurrido largo tiempo y que el día se iba a acabar. Le pedí a mis primas que me condujeran a la estación. Una de ella, hacia la que tuve particulares sentimientos, sonrió y no me contestó. Recuerdo que la noche se avecinaba como en el trópico con pasos negros y agigantados. Todo se estaba poniendo oscuro. Insistí entonces para que me llevaran a la estación. Entonces mi prima me dijo, "no hay viaje de regreso, los carruajes no vuelven, uno viene aquí para quedarse". Entonces descubrí que los tres estábamos muertos y que con mi prima nos amaríamos eternamente. De todos modos los encontrados sentimientos de la muerte y el amor hicieron que mi corazón se pusiera a galopar y me desperté angustiado y feliz.

En la película de Bergman hay un reloj sin agujas tirado por el suelo y carruajes tirados por percherones como en mi sueño. ¿Qué te parece, Marianita?

 
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