El autor de este blog agradece la reproducción total o parcial de los materiales aquí publicados siempre que se mencione la fuente.
.

viernes, 31 de octubre de 2008

No, no es nada....

A estas alturas —me refiero a mi edad y a mi historia— puede ser muy ridículo venir a desvestirme, entregarme a un cínico strip-tease sentimental. Echarles encima para vaciarlos mis tanates de penas. Aunque ya me han visto desnudo, cuando me atreví exhibir mi intimidad de amores en mis versos. Uno a veces pierde la prudencia arrastrado por la pasión y emprende vuelo sin alas. No vengo a quejarme. ¿Quién hará caso a mi queja? Si nadie me forzó a creer, si nadie me ayudó a desbocar mi entusiasmo, ni a desplegarle velas a mi ilusión.

Por lo demás en estos asuntos donde sangra el corazón a borbotones, nadie puede ser llamado culpable. No se trata de eso. Pero creí en la magia, esa es mi culpa. Pensé que a fuerza de ilusiones era posible construir idilios.

No. Nada, no ha pasado nada. Es muy sencilla mi historia, es la misma de siempre, de repente mi amor se hizo demasiado grande hasta espantar, hasta volverse monstruoso, disforme. A veces es mejor tener el amor chico para no asustar, para que quepa en un estuche, en alguna cajita que cuando se abra , deje escapar una música de organillo.










--

Angelitos negros - Pedro Infante

lunes, 20 de octubre de 2008

Rosa

¿Dónde está la rosa,

amigos míos?

Se marchitó la rosa,

la niña de la aurora.

No digas:

Así se marchita la mocedad.

No digas :

Así es de la vida la felicidad.

Dile a la flor:

perdón, lo siento.

Y muéstranos

una azucena.


S. N. Pushkin

jueves, 16 de octubre de 2008

Una furtiva lagrima




Hace ya muchos años una tarde escuché por primera vez esta aria, fue por la radio y la cantaba Mario Lanza. No sé cómo explicarlo, pero sentí que algo le faltaba a la interpretación del que acababa de figurar en una película protagonizando al gran Enrico Caruso. Ignoraba entonces que existían otras interpretaciones, ignoraba todo de la opera. Traté de expresarle a mi padre mis sentimientos sobre lo que acababa de oír. Unos días después mi padre me llamó, me sentó en una taburete bajo y me dijo:

—Escuchá lo que viene.

Por la radio salieron los chirridos de un disco que parecía rayado y luego se impuso la música y de repente la voz de Caruso, cantando “Una furtiva lagrima”. Mi emoción fue grande, algo inexplicable y profundo. Luego pasaron unas canciones napolitanas interpretadas por el más grande tenor de todos los tiempos.

También ahora soy incapaz de poner en palabras la substancial diferencia entre las dos interpretaciones, la de Lanza y la de Caruso. Es la voz, por supuesto. Pero en esa voz hay un dramatismo que me agarra por las tripas. En mi casa nunca tuvimos un tocadiscos. Para oír discos iba a casa de mis primas o a la Radio “Tropical”, donde me permitían entrar y salir a mi antojo. Fue solamente en Moscú que pude comprarme un tocadiscos y elegir la música que quería escuchar. Fue pues con esa escasa cultura musical que me puse a escudriñar a los grandes músicos europeos. Fui descubriendo los nombres y sus composiciones casi al mismo tiempo. Nadie me explicó en qué consiste una sonata, ni una fuga, ni una sinfonía. Compraba los discos a partir de las conversaciones que escuchaba entre mis compañeros de la Universidad, sobre todo chilenos y argentinos. Pronto fui al Bolshoi a oír una opera de Nikolai Rimsky-Korzakov, “Sadko”. Me impresionó todo el aparato de la puesta en escena y me quedé apabullado. Volví muchas veces al Bolshoi, los estudiantes de la Universidad “Lumumba” tuvimos el privilegio de poder comprar sin cola de espera entradas para una cantidad ilimitada de espectáculos de las principales escenas moscovitas. Privilegio que aproveché. Asistí a muchos conciertos en la Sala Chaikovski (la del Conservatorio), fui al teatro experimental de la Taganka, al Teatro Artístico, en el que se estrenaron las piezas de Anton Pavlovich Chejov.

Fue ya en París, cuando una noche escuchando la radio France-Musique, descubrí la interpretación de “Una furtiva lagrima” de Beniamino Gigli. Dos horas y media en la que narraron la vida de este tenor y sus mejores interpretaciones. Las grabaciones eran de los años treinta, pero ya existían las técnicas para depurar las grabaciones de todos los parásitos dejados por el tiempo. De todas las interpretaciones que he escuchado de esta pieza, es la de Gigli la que prefiero.

Tarde

Me han dado ganas perecederas

de acurrucarme a la orrilla de esta tarde

para sentir en mi piel

que no cabe en mi estrecho esqueleto

la orfandad

de mis atisbos.

Porque te busco

en el roce que necesita mi hombro

para sentirme entero.

Esta tarde es una tarde cualquiera

en que la ausencia

es lo más humano que tengo.

No me importan las palomas

ni los perros callejeros,

no me consuela

que los días se acaban

como los caminos en el ocaso.

domingo, 12 de octubre de 2008

Patricia Kaas



¿Quién sabe si esta vez te gusta?

De repente aparecieron en los postes del alumbrado eléctrico de París y de muchas ciudades aledañas carteles con un nombre : Patricia Kaas. Sin nada mas que ese nombre. Estuvieron durante un mes, más o menos. Luego desaparecieron y en vez pusieron tal vez los carteles anunciando las funciones anuales del circo Pinders.

Resistí, como siempre trato de hacerlo, al efecto publicitario. No inquirí sobre ese nombre, ni busqué en las carteleras más información. Una vez, quizá en un programa de televisión de variedades, alguien pronunció su nombre y vi aparecer una muchacha de aspecto frágil, con una profunda tristeza en los ojos. Empezó a cantar acampañada por una banda muy discreta en el fondo del scenario. Su voz rajada, su voz baja, su voz entró en mí sacudiéndome. Pensé esta muchacha podrá si sigue cultivándose suplantar a la misma Edth Piaf.

Por el momento, Patrcia Kaas ha llevado su carrera muy a su manera, muy caprichosamente, cantando lo que se le antoja, sin ceder a nadie. Se ha callado por muchos años. No sé cuáles han sido sus motivos. Oí que eran personales, tristezas profundas, tempranas melancolías. No sé. De repente volvió, conservó su voz, las mismas ondulaciones, su carácter.

Les he puesto dos canciones interpretadas por Patricia Kaas. Espero que recuerden su nombre, sobre todo su voz.

sábado, 11 de octubre de 2008

La mentira piadosa que me hizo Monseñor.

Siempre he pensado que nuestra vida se juega por la casualidad de un encuentro o de un desencuentro. He visto destinos que cambian de rumbo porque alguien estuvo allí, en el momento justo. No quiero decir que sean solamente los encuentros los que le dan un viraje brusco a nuestras vidas, a veces, se me antoja, se trata de una lenta, paulatina acumulación de pequeñas cosas que nos ocurren que van ladeando nuestras vidas.

Hace unos días sostenía una conversación con un amigo. Le dije algo sobre los jesuitas, no recuerdo exactamente qué. Pero venía en nuestra conversación pues convenimos que esta congregación tiene en nuestra vida política y económica una influencia que va mucho más allá de su importancia numérica. Ellos muy cristianamente se dedican a darle educación a los ricos de nuestro país y los preparan para manejar sus asuntos o los asuntos de los aún más ricos que ellos. No sé si se han propuesto desafiar el adagio de Cristo, “Es más fácil que un camello...”. En realidad esto me está alejando del tema... Lo que quería contarles es un encuentro con un cura jesuita en París a finales de los años sesenta.

Acababa de llegar a París, sin mucho encima y los bolsillos totalmente vacíos. No hablaba ni una jota de francés. Llegaba de Moscú. Mis últimos días en Moscú los pasé en la calle Petrovska, en el numero 38. Se trata de una prisión, una antesala de largos viajes. En otra ocasión les daré detalles. En todo caso, salí de esa cárcel escoltado y las manos vacías. No tenía petate donde caerme muerto o por lo menos para echarme a dormir algunas horas en paz. Resulta que comencé a hacerme de amistades, de las que se presentaban, de todo tipo, de las que deambulaban en el famoso Barrio Latino. Muchos me sirvieron de guía, algunos me ayudaron a vestirme, otros me indicaban donde se podía comer barato o eventualmente gratis, algunos me indicaron alguna dirección para un trabajo eventual. Mi pasaporte estaba ya vencido, no daré detalles sobre esto, lo contaré también, se trata de la mesquindad del cónsul de entonces Gallegos Valdez. Pero esto después, si se me olvida, dentro de algunos meses pueden recordármelo. El caso es que andaba pues buscando como regularizar mi situación en Francia. Algunos me aconsejaban pedir asilo, no lo hice entonces. Un amigo colombiano, un pintor recién llegado me contó como resolvió su problemas para obtener la famosa “carte de séjour”. Pues se había inscrito en la Escuela de Altos Estudios, en la sección de Bellas Artes y con esos papeles había ido a la Prefectura. Se propuso acompañarme a alguna universidad.

Todas las inscripciones universitarias estaban cerradas y de todos modos era menester una preinscripción. Fuimos pues a la Escuela de Altos Estudios, la mayoría de departamentos había cerrado inscripciones, quedaba sólo una sección que me venía al pelo, en la sección de Teología encontramos un curso sobre “Cristianismo bizantino y eslavo”. Rellené los formularios y me puse a esperar. La respuesta llegó casi al día siguiente, al 10 rue de l’Odeon. Había ahí una oficina de ayuda e información para los latinoamericanos. Uno podía además dar esa dirección y el empleado te guardaba la correspondencia. Solía pasar por las tardes, hablaba con el empleado y los otros muchachos que venían a buscar sus cartas sin el cheque esperado. Cuando llegó Gerardo (el pintor colombiano), ahora reside en Bélgica, le entregué los papeles y me explicó que con esos certificados tenía que ir a la Prefectura de París. Pero había un enorme “pero”. Resulta que la Prefectura exigía presentar un justificativo bancario u otro que atestiguara que uno era solvente. Pues ya estaba resignándome a entrar en clandestinidad. Mientras hablábamos, entró un señor que se puso a leer unos diarios. Era un cura. Había oído toda mi historia. Se me acercó y me dijo que podía tal vez ayudarme a resolver el asunto. Se presentó como el capellán de los latinoamericanos de la Compañía de Jesús. Me dijo que lo acompañara hasta su oficina que quedaba a algunas cuadras. Su español era correcto, tenía un ligerísimo acento.

En su oficina me explicó su plan. Te voy a dar una carta para la prefectura, voy a poner que nosotros te damos una beca de tanto y tanto, una suma que los va a satisfacer. Pero entre nosotros sabemos que no existe tal beca y que vas a tener que arreglártelas como puedas... Se trata de una mentira piadosa. Evidentemente acepté su propuesta.

Al día siguiente fui con Gerardo y otros amigos que querían acompañarme a la Prefectura. No estaban seguros que eso diera resultado. Querían por lo menos servir de testigos, por si acaso. Le entregué todos mis papeles, mi inscripción regular para un doctorado en Teología y la beca de la Compañía de Jesús. La señorita me pidió que me sentara a esperar. Gerardo estaba extrañado, pues generalmente había que volver al día siguiente. Estaba inquieto, pensó que habían detectado la maniobra. Pero al rato, unos quince minutos después, la misma señorita me llamó muy amablemente:

—Padre, acérquese, aquí le tengo ya lista su “carte de séjour”. Firme aquí padre.

Le sonreí angelicalmente, muy sacerdotal. Es lo que me imagino. Y salí con mis amigos de la Prefectura con mi flamante documento de residencia temporal. Luego cuando eso se supo en detalles en el Barrio, se les ocurrió ponerme de apodo, “monseñor”.

viernes, 3 de octubre de 2008

Ocho y medio - Nino Rota



He buscado esta música para vos.
 
Blog asistido por YoHagoWeb, el blog de las chapuzas para webmasters principiantes