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lunes, 31 de diciembre de 2018

Apuntes sobre Viktor Shklovski

No conocí personalmente a Víktor Borísovich Shklovski (1893-1984), me hubiera gustado mucho, me lo imaginé siempre jovial y buen platicador. En muchos de sus artículos se oye su voz. En estos días me puse a releer sus “Obras escogidas” (en dos tomos), que publicó tres años antes de su muerte. En uno de sus artículos nos habla de la representación del espacio en el arte, nos entrega un recuento de las discusiones que suscitaron las distintas formas de figurar la perspectiva, como algunos la consideraron falsificadora de la realidad y otros como la verdadera forma de darnos una auténtica representación de lo que miran nuestros ojos. Las discusiones actuales despuntan desde la Grecia antigua pasando por el medioevo y el Renacimiento. En ningún momento su erudición nos agobia, ni nos aplasta, pues es muy comedido en los detalles y nos ofrece justo lo necesario para que nos hagamos una idea de la profundidad temporal del pleito sobre como representar el espacio en el arte. 
 
Viktor Borísovich Shklovski fue uno de los fundadores del OPOYAZ (Óbshchestvo izuchéniya Poetícheskogo Yazyká —Sociedad para el estudio del lenguaje poético—) y también del Círculo de Moscú (al que pertenecieron entre otros Nikolái Trubetskói y Román Jakobson). Las principales ideas del formalismo ruso surgieron de estas asociaciones de científicos y críticos literarios. Shklovski es el inventor del concepto del “extrañamiento”, que muchos usaron sin referirse a su creador.

En el inicio del artículo del que hablo, Viktor Borísovich nos demuestra algo que una vez dicho por él se nos vuelve una evidencia: “La obra literaria o un cuadro que se refieran a nuestra época o que sean habituales para nuestra percepción casi no los captamos en su convencionalidad. Miramos el cuadro dibujado en una perspectiva y no solo adivinamos, sino que vemos la disposición entre sí de las partes y sabemos cuál objeto está detrás de cual otro. Experimentamos lo mismo que nos pasa en una conversación en nuestra lengua materna. Nosotros no percibimos ni el diccionario, ni las reglas gramaticales: este fenómeno se produce porque nosotros “sabemos” la lengua”. 
 
En el arte figurativo griego, por ejemplo, un diseño en una jarra, las figuras no se entrecruzan, están dispuestas en un espacio fácilmente perceptible, aunque no en nuestra perspectiva a la que nos hemos acostumbrado en los cuadros de nuestros pintores. Se trata de otra convención, ajena para nosotros, que notamos menos, porque está ejecutada no sobre un plano y ha sido creada como un adorno de un objeto decorativo. Los griegos sabían, como nosotros sabemos, que los objetos con la distancia se achican, esto no es solamente una particularidad de nuestra vista, sino que también una costumbre aprendida, es así como nosotros dibujamos. Al mismo tiempo los griegos sabían, como nosotros lo sabemos que los objetos en la realidad siguen siendo del mismo tamaño.

La excursión por el espacio representado en el arte es larga, se adentra en los dibujos infantiles, incluso uno analizado ni más ni menos que por Serguéi Eisenstein y otro ejemplo sacado de un cuento de Antón Pávlovich Chéjov, “En casa” (Дома). Nos ofrece una descripción muy aguda de las convenciones de la pintura icónica. Analiza como el cine nos muestra su propia perspectiva y la manera de guiarnos para que no nos extraviemos en la interpretación. Una observación que me llamó mucho la atención, es la transformación de planos y perspectivas del cine mudo al hablado. Invito a los que puedan comparar que lo hagan y que saquen sus conclusiones.
No puedo detenerme en todo, no obstante me han fascinado dos ejemplos literarios, el primero es el de Chéjov, sobre todo por la réplica del niño a la observación de su padre. El niño ha dibujado una casa y un hombre, el techo de la casa le llega al pecho del personaje. El padre le dice a Seriozha, así se llama el niño, “Una persona no puede ser más alta que una casa”, Seriozha una vez que ha vuelto a mirar su dibujo le objeta a su padre, “Si dibujas más pequeño al soldado, no se le podrán ver los ojos”. “¿Era necesario rebatirle? De sus diarias observaciones sobre su hijo, el procurador se persuadió de que los niños como los salvajes tienen sus propios modos de ver y sus exigencias particulares, inaccesibles para los adultos”. Shklovski nos dice que “los niños tienen su propia jerarquía que es objetivada, incluyéndola en sus dibujos. “Esto no ha cambiado hasta hoy, a pesar de que los niños vean cuadros, fotos, cine y televisión”. Luego agrega que “los niños dibujan en base a una jerarquía significante del detalle del objeto”.

El otro episodio también viene de la literatura rusa: “Taras Bulba”, Gogol describe el paso de los cosacos por “la infinita, oleada, desértica y hermosa estepa”: “Una sola vez Taras les mostró a sus hijos el pequeño punto que ennegrecía en la remota hierba, diciéndoles: “¡Miren, muchachos, he allí va cabalgando el tártaro!”.La cabecita con los bigotes fijó en ellos abiertamente sus ojos estrechos, olfateó el viento, como un galgo, y como el azufre se esfumó, al ver que los cosacos eran trece personas”

El tártaro es un contrincante de Taras. El cosaco, en los hábitos mismos del jinete, ve la diferencia de su propio modo de montar, comenta Shklovski y prosigue, “al reconocer al jinete termina de pintarlo con los invisibles “bigotes” y sus “ojos estrechos”. “En la literatura a su manera se destacan los centros axiales evocando su recuerdo metonímicamente, o sea recordando señas o rasgos ligados por contigüidad”.

Observaciones y apuntes como estos abundan en los escritos de Viktor Borísovich Shklovski. Durante mis estudios en la Universidad Patricio Lumumba en los años sesenta se había dejado de nombrar a los formalistas, no sólo en nuestra universidad, sino que en general. Compartí durante dos días varias horas de amenas charlas con el gran poeta chileno, Gonzalo Rojas. Vino a Moscú a impartir charlas en la Universidad Lomonosov sobre teoría literaria. En una de nuestras charlas me expresó su enorme sorpresa de que en Rusia se tuvieran en el olvido a los formalistas rusos. Me dijo que en sus cursos en la Universidad de Concepción eran de obligada mención y estudio. Ya en los años setenta o incluso a finales de los sesenta se volvieron a oír algunos nombres y a reeditarlos. El nombre de Viktor Borísovich Shklovski me era ya entonces familiar por algunas crónicas literarias que solía publicar en el semanal “Literaturnaya Gazeta” (familiarmente los moscovitas decían “literaturka”). Supe muchos años después que vivía no lejos, no muy lejos de la Plaza Pushkin, o sea que bien hubiéramos podido cruzarnos por aquella ancha calle que entonces se llamaba “Perspectiva Gorki”.
 
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