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domingo, 19 de diciembre de 2010

Gramsci y fetichismo

El texto que publico aquí sobre "fetichismo" es de Antonio Gramsci.

Fetichismo.


Cómo se puede describir el fetichismo. Un organismo colectivo está constituido por individuos que lo forman en cuanto se dan y aceptan activamente una jerarquía y una dirección determinada. Si cada uno de los componentes concibe al organismo colectivo como una entidad extraña a sí mismo, es evidente que este organismo no existe más de hecho, sino que se transforma en un fantasma del intelecto, en un fetiche. Hay que estudiar si este modo de pensar, muy difundido, no es un residuo de la trascendencia católica y de los viejos regímenes paternalistas y se aplica comúnmente a una serie de organismos como el Estado, la Nación, los partidos políticos, etc. Es natural que suceda en la Iglesia, ya que, al menos en Italia, el trabajo secular del Centro vaticano, para liquidar toda traza de democracia interna y de intervención de los fieles en la actividad religiosa, ha sido plenamente logrado y se transformó en una segunda naturaleza de los fieles, aunque haya determinado precisamente esa forma especial de catolicismo que es propia del pueblo italiano.



Lo sorprendente y característico, es el hecho de que este tipo de fetichismo se reproduzca en la consideración de los organismos "voluntarios", no "públicos" o estatales, como los partidos y sindicatos. Se es inducido a concebir las relaciones entre el individuo y el organismo como un dualismo, y a una actitud critica exterior del individuo hacia el organismo (si la actitud no es de una admiración entusiasta, falta de critica). De todas maneras una relación fetichista. El individuo espera que el organismo actúe aunque él no lo haga y no reflexiona que por ser la suya una actitud muy común, el organismo es necesariamente inoperante. Por otro lado, hay que reconocer que estando muy difundida una concepción determinista y mecánica de la historia (que pertenece al sentido común y está ligada a la pasividad de las grandes masas populares), al observar cada individuo que no obstante su falta de intervención algunas cosas ocurren; termina pensando que por encima de los individuos existe una entidad fantasmagórica, la abstracción del organismo colectivo, una especie de divinidad autónoma, que no piensa con ninguna cabeza concreta, pero que, sin embargo, piensa, que no se mueve con determinadas piernas de hombres, pero que se mueve, etc.



Podría parecer que algunas ideologías, como la del idealismo actual (de Ugo Spirito), que identifican individuo y Estado, deberían reeducar las conciencias individuales; pero no me parece que esto ocurra en los hechos, ya que la identificación es meramente verbal y verbalista. Y lo mismo puede decirse de toda forma de "centralismo orgánico" fundado en el presupuesto --verdadero sólo en momentos excepcionales de enardecimiento de las pasiones populares-- de que la relación entre gobernantes y gobernados está dada por el hecho de que los gobernantes concretan los intereses de los gobernados y "deben" por lo tanto lograr su consenso. Vale decir, debe verificarse la identificación del individuo con el todo, estando el todo (cualquiera que fuese el organismo) representado por los dirigentes. Así como para la Iglesia católica un concepto tal no sólo es útil sino necesario e indispensable --toda forma de intervención desde abajo disgregaría a la Iglesia, como se observa en las Iglesias protestantes-- para otros organismos es cuestión vital el logro de un consenso no pasivo e indirecto, sino activo y directo; es decir, la participación de los individuos aunque esto provoque la apariencia de disgregación y de tumulto. Una conciencia colectiva y un organismo viviente se forman sólo después que la multiplicidad se ha unificado a través de la fricción de los individuos y no se puede afirmar que el "silencio" no sea multiplicidad. Una orquesta que ensaya cada instrumento por su cuenta, da la impresión de la más horrible cacofonía; estas pruebas, sin embargo, son la condición necesaria para que la orquesta actúe como un sólo instrumento".



jueves, 16 de diciembre de 2010

viernes, 26 de noviembre de 2010

miércoles, 31 de marzo de 2010

Metáfora 3

En la entrega anterior, empecé diciendo que en la definición de metáfora, no veo base alguna para afirmar que Aristóteles considera esta figura como una comparación oculta o abreviada, como lo hacen algunas poéticas modernas. No obstante esta afirmación tiene que ser corregida, pues los modernos siguen en esto una tradición antigua. Marco Fabio Quintiliano en su “De institutione oratoria” dice claramente obedeciendo en esto a retóricos griegos: “metaphora brevior est similitudo... comparatio est, cum dico fecisse quid hominem ut leonem; traslata, cum dico de homine: leo est”. ["La metáfora es en un todo más breve que la semejanza, y se diferencia de ella en que aquélla se compara a la cosa que queremos expresar, ésta se dice por la misma cosa. Comparación es cuando digo que un hombre se portó en algún negocio como un león. Traslación cuando digo de un hombre que es un león". Les doy aquí la traducción de Ignacio Rodríguez y Pedro Sandrier]

Ante esta autoridad y aún mayormente cuando a esta manera de ver las cosas se ha ya asociado, ni más ni menos que Cicerón, uno debe de todos modos prestar oído atento. No obstante el tiempo pasa y a pesar de que todavía no existe una oposición frontal, poco a poco han ido apareciendo posiciones que matizan el significado de la metáfora, ya no tanto como una comparación abreviada, ni oculta, sino como un traspaso de significaciones de un campo a otro. Pero antes de entrar a este tema, voy a referirme al argumento de la desaparición del “como” para explicar el aparecimiento del sentido metafórico.

La comparación es una imagen antigua y fecunda, presente desde los cantos homéricos hasta hoy. Lautréamont (1846-1870), en sus Cantos de Maldoror, nos señala lo que sigue: “C’est, généralement parlant, une chose singulière que la tendance attractive qui nous porte à rechercher (pour ensuite les exprimer) les ressemblances et les différences qui recèlent dans leurs naturelles propriétés, les objets les plus opposés entre eux, et quelquefois les moins aptes, en apparence, à se prêter à ce genre de combinaisons curieuses.” [Hablando en general, es un asunto muy singular la tendencia atractiva que nos mueve a buscar (para luego expresarlas) las similitudes y las diferencias que entrañan en sus propiedades naturales los objetos más opuestos entre sí, y a veces los menos aptos, aparentemente, para prestarse a este género de curiosas combinaciones].

Volviendo al origen aristotélico del parentesco entre la comparación y la metáfora, el filósofo griego nos habla de alguna manera de esta “tendencia atractiva que nos mueve a buscar las similitudes”, como una virtud necesaria para crear metáforas. “... "Esto es lo único que no puede aprenderse de otros, y es, asimismo un signo de genio, puesto que una excelente metáfora implica una percepción intuitiva de lo semejante y lo desemejante."

Se empieza pues comparando. La comparación poética urge del “como” para funcionar:

“El hombre

de la costa

se ve minúsculo

como pulga marina”. (Pablo Neruda, 1904-1973).


Rotunda y, al decir de Lautréamont, muy curiosa combinación, tan curiosa que el mismo poeta se desmiente y recurre a otro animal:

“No es verdad.

Ha colgado

como araña

en las piedras, en

el erial marino

su mansión miserable,

el hombre

de las tierras desdentadas

con trozos de latón, con tablas rotas

puso techo sobre los hijos

y salió cada día

al martillo, al cemento,

a los navíos”.

La figuras abundan en las “Nuevas odas elementales” del poeta chileno. En este trozo vemos el simil con la araña y la construcción laboriosa de la telaraña se nos presenta también al espíritu y de alguna manera esperamos verla, no obstante lo que aparece es una expresión antitética “mansión miserable”, reforzada por los escuetos y pobres materiales usados. La otra gran imagen, la metonimia, surge en la corta enumeración final.

Profesor de literatura y griego antiguo en París y director de la colección “Sujets” en la casa editora Belin, Alain Frontier nos explica a su manera como surge la metáfora al “borrar” la palabra “como”: “Du reste le mot comme peut être gommé (telle dame n’est plus seulement belle comme un astre, elle est un astre) et la comparaison faire place a la métaphore. Le mot comme souligne et signale qu’il y a saut d’un monde dans un autre; il permet par là de prendre conscience de l’opération qui s’effectue dans l’imaginaire ou dans l’écriture. La métaphore, elle, oublie volontairement le premier terme. En supprimant le mot comme, elle ne se contente de voir une ressemblance entre les choses, elle opère une métamorphose”.(La Poésie, Belin, París, 1992). [Por lo demás la palabra como puede ser borrada (tal señora no es más solamente bella como un astro, es un astro) y la comparación cede su lugar a la metáfora. La palabra como subraya y señala que se realiza un salto de un mundo a otro, permitiendo con ello tomar consciencia de la operación que se efectúa en la imaginación o en la escritura. La metáfora olvida a proposito el primer término. Al suprimir la palabra como no se limita a ver una similitud entre las cosas, sino que además opera una metamorfosis”.]

Sin que esta visión sea completamente desacertada, en las siguientes entregas trataré de mostrar, sirviéndome de algunas contribuciones lingüísticas, que la metáfora posee un funcionamiento sintáctico y semántico que no se limita a la mera ocultación o abreviación de la comparación.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Metáfora 2

La primera observación que me atrevo a hacer es la siguiente: en todo este pasaje en el que Aristóteles nos ofrece su definición de metáfora, no encuentro base para afirmar que se trata de una comparación oculta o abreviada, como lo sostienen muchas “poéticas” y “retóricas” modernas, aduciendo para ello la herencia aristotélica. El filósofo griego nos dice que esta figura consiste en dar un nombre a un objeto que pertenece a otro. Se trata de la trasferencia de una palabra, con un significado diferente respecto al original. Cuando habla de analogía se refiere a la posibilidad de intercambiar los términos de las proposiciones.

Otra observación —que me parece muy pertinente— es la que hace Michel Magnien, en una nota sobre esta definición, en su edición de La Poética (Livre de Poche, París, 1990). En ella nos advierte que en aquella época, al igual que los términos gramaticales, los de la retórica y la poética aún no estaban firmemente establecidos, eran fluctuantes. Aristóteles, nos dice Magnien, emplea la palabra metáfora con una amplitud mayor de que la que tuvo al final de la Antigüedad y para sus herederos, los modernos. Para nosotros solamente la última “transferencia”, implicada por la relación de analogía que existe entre el elemento comparado y el elemento comparante (la vejez) es una metáfora. Los otros deslizamientos y los ejemplos dados constituyen en realidad, ya sea metonimias, ya sinécdoques (la relación de causa a efecto, de conteniente por contenido, el lugar por la cosa, el signo por la cosa, etc.). El ejemplo del bronce y la espada, nos dice Magnien, es una sinécdoque.

No obstante para el lingüista ruso Aleksandr Afanasievich Potebña (А. А. Потебня, 1835-1891) solamente la relación de género a género es metonimia y las dos primeras son sinécdoques (del género a la especie y de la especie al género). Tanto el lingüista ruso, como el retorista francés concuerdan en que únicamente la cuarta figura es una verdadera metáfora.

A. A. Potebña sigue su comentario de este famoso pasaje y nos dice que Gustav Gerber (eslavista alemán, 1820 – 1901) extiende a los otros tropos (metonimia y sinécdoque) la opinión de Aristóteles sobre la posibilidad del doble reemplazo de los miembros correspondientes de las ecuaciones que ha aplicado para la metáfora. Un ejemplo dado por Gerber es la posiblidad de aplicar a los rayos del sol, por el hecho de que el astro lanza sus rayos, la palabra flecha y decir que “el sol arroja sus flechas”, pero Potebña no ve como se puede concebir un arco arrojando luminosos y ardientes rayos. En la sinécdoque se puede decir “el hombre es inmortal” ( hombre = los humanos), pero no se puede decir “los humanos entraron al cuarto” en lugar de “este hombre”.

“El raciocinio de Aristóteles —nos dice Potebña—sobre el doble intercambio de los miembros de las proporciones en la metáfora fuera justo, si en la lengua y en la poesía no existiera una determinada dirección del conocer, a partir de lo conocido hacia lo desconocido; si la conclusión por analogía en la metáfora fuera simplemente un juego gratuito de desplazamiento de magnitudes previamente dadas y no la adusta búsqueda de la verdad”.

El lingüista ruso insiste en este sentido y nos da un ejemplo muy interesante: “En realidad este juego de desplazamiento es un caso raro, posible sólo con metáforas ya listas. La metáfora necesaria, la buena metáfora surge siempre del caso, que en Aristóteles es como si fuera una excepción, precisamente cuando (hablando de manera esquemática) se da una proporción con el cuarto elemento desconocido: a : b = c : x. Aquí a : b es lo antes conocido, por ejemplo el agua y sus gotas. Esto constituye una base firme para el conocimiento a venir. Luego entra en el pensamiento la piedad (el sentimiento) y se cuestiona, cómo entender, cómo representarse, cómo nombrar un grado suave de este sentimiento. La respuesta es “la gotas de la piedad” (Pushkin) en la compresión posterior, en la compresión estrictamente poética se establecen las relaciones: agua : gotas = piedad : gotas de la piedad; en el anterior estado mítico del pensamiento se trata de una ecuación de la segunda relación con la primera: piedad = agua (basándose, tal vez, en que la piedad genera lágrimas, y con esto otra vez la ecuación lágrimas = piedad). Sin embargo de esto, de ningún modo, se infiere que para la segunda relación era necesario el esclarecimiento de la primera; puesto que en la primera relación no existe un grandor desconocido”.

Me parece útil y extremadamente original este modo de cuestionar la descripción aristotélica del surgimiento y funcionamiento de la metáfora.

lunes, 15 de marzo de 2010

La metáfora

La metáfora tiene una antigua y larga historia, más de dos milenios nos separan del tratado aristotélico La Poética, en el que el Estaragita dio la primera definición de esta figura que duró vigente durante siglos. La historia de La Poética es semejante a muchas otras obras del gran filósofo griego. Se sabe que Aristóteles compuso dos tipos de obras, unas que han sido llamadas exotéricas, destinadas a los profanos, a la gente exterior al Liceo. Las otras eran destinadas exclusivamente a los discípulos directos del maestro. Se trata de las obras esotéricas o acroaméticas, La Poética es una de ellas.

En la antigüedad se decía que las clases de la mañana estaban destinadas a la enseñanza esotérica y por las tardes a la exotérica. Se sabe que Aritóteles publicó únicamente las obras de los cursos vespertinos; las otras, según cuenta la tradición, las heredó su discípulo Teofrastes luego de la muerte del maestro. Se ha escrito que el discípulo respetuoso del carácter secreto de los manuscritos heredados y temeroso que alguien pudiera apropiarse de ellos los ocultó en un sótano y no los publicó. Solamente al inicio del I siglo a. de C. (tal vez a finales del siglo II a. de C.) fueron exhumados y publicados.

La Poética forma parte de ellos. El Estaragita nunca le dio forma definitiva a este escrito y lo que nos ha llegado es totalmente parcial y tiene el aspecto general de inacabado: frases truncadas, grandes enumeraciones, frases nominales, elípticas, etc. Simplemente lo más probable es que se trate de notas que usaba el filósofo en sus conversaciones con sus discípulos y que completaba y formulaba con mayor coherencia durante ellas. En el catálogo que nos comunica Diógenes Laercio de las obras de Aristóteles figura La Poética y habla de dos tomos. Esto puede explicar muchas cosas de las aparentes incongruencias que muchos le achacan a la obra aristotélica.

No me propongo aquí, ni siquiera de manera resumida, dar una historia de la metáfora. Simplemente quiero evocar algunos aspectos derivados de la definición y los aportes que algunos estudiosos han hecho para elucidar el mecanismo metafórico.

No obstante, aun sin esbozar la historia del concepto, me parece normal iniciar con lo que Aristóteles nos dice en su Poética y traer algunos comentarios.

Para ahorrar la fastidiosa búsqueda en el libro, copio aquí directamente la definición aristotélica:

“La metáfora consiste en dar a un objeto un nombre que pertenece a algún otro; la transferencia puede ser del género a la especie, de la especie al género, o de una especie a otra, o puede ser un problema de analogía. Como ejemplo de transferencia del género a la especie digo: Aquí yace mi barco, pues yacer en el ancla es la permanencia de una clase de cosa. Transferencia de la especie al género la tenemos en: Ulises ha realizado ciertamente diez mil nobles hazañas, pues diez mil, que es un número muy grande, se usa aquí en lugar de la palabra muchas. La transferencia de una especie a otra se ve en: “Tronchando la vida con el bronce o Separando con el inflexible bronce; aquí se usa “quitar en el sentido de separar y separar en lugar de quitar y ambas palabras significan “arrebatar o eliminar algo .

“Explico la metáfora por analogía como lo que puede acontecer cuando de cuatro cosas la segunda permanece en la misma relación respecto a la primera como la cuarta a la tercera; entonces se puede hablar de la cuarta en lugar de la segunda, y de la segunda en vez de la cuarta. Y a veces es posible agregar a la metáfora una calificación adecuada al término que ha sido reemplazado. Así, por ejemplo, una copa se halla en relación a Dionisio como un escudo respecto a Ares, y se puede, en consecuencia, llamar a la copa escudo de Dionisio y al escudo copa de Ares. O también, la vejez es a la vida como la tarde al día, y así designar a la tarde como la vejez del día, según el equivalente de Empédocles, es decir, la vejez es la tarde o la puesta del sol de la vida. En algunos casos no hay nombre para algunos de los términos de la analogía, pero la metáfora puede usarse de igual modo. Por ejemplo, arrojar la semilla se llama sembrar, pero no hay palabra para el despliegue solar de sus rayos; sin embargo, este acto permanece en la misma relación ante la luz del sol que la siembra frente al cereal, y de aquí la expresión del poeta ”sembrando alrededor la llama creada por dios”. Existe también otra forma de emplear metáforas. Si se ha dado a la cosa un nombre extraño, se puede mediante una adición negativa negarle uno de los atributos naturalmente asociados con su nuevo nombre. Un ejemplo de esto sería llamar al escudo no la “copa de Ares”, como en el caso anterior, sino una copa ”que no contiene vino...”.

Dejo esto aquí, en la próxima entrega voy a traer dos o tres comentarios diferentes.

martes, 2 de marzo de 2010

Los cuatro muleros




Esta es una de la múltiples canciones populares españolas que fueron recogidas por Federico García Lorca. Les doy aquí una versión.

lunes, 25 de enero de 2010

Encuentro, reencuentro...

Una crecida actividad en mi otro blog «Cosas tan pasajeras» me ha tenido alejado de este espacio. He estado pensando en dejar de lado este espacio, quiero decir cerrarlo definitivamente. No obstante no lo hice. Las razones han sido pocas, más bien una sola. Dejarme una puerta de escape, un lugar donde refugiarme para traer asuntos que antes publicaba en «Cosas» y que desde hace un tiempo también he abandonado. Los asuntos políticos y sociales de El Salvador han acaparado mi atención. Me dije no cuesta nada volver luego.

No es que a este luego le haya sonado su hora. Mi tiempo sigue parco. Porque cosa extraña, mi correspondencia ha crecido, me han reaparecido amigos que añales había perdido de vista. Me han surgido nuevos. Algunos no conozco ni en foto, pero les escribo y me responden. Hace unos días tuve el agrado de encontrar a un amigo, que no conocía ni en foto, me la envió pâra que pudiera reconocerlo, pues hizo un viaje por Europa y su primera escala era París. Nos encontramos. Fue un encuentro muy extraño. ¿En qué sentido? Pues gracias a nuestras discusiones anteriores por esta vía de internet, rápidamente este primer encuetro se convirtió en reencuentro. No anduvimos con preámbulos, ni rodeos, retomamos temas anteriores y algunos nuevos frente a las escenas que se nos iban presentando al deambular por las calles de París. El tiempo que pasamos juntos se me hizo corto, pues muchas cosas quedaron sin ir al fondo y otras ni siquiera fueron abordadas.

Al mismo tiempo, debo decirlo, tuve una sorpresa al verlo. No es que tuviera una imagen ya configurada en mi mente de manera definitiva, pero su semblante, su estatura, sus maneras, sus gestos, sus poses y por supuesto su voz, no coincidían con lo que me había imaginado. Y esto a pesar de las fotos que me ha enviado. Pero esta sensación de no coincidencia no duró mucho tiempo, rápidamente ocurrió un acomodamiento con su presencia. Esto que he puesto aquí, este amigo lo va a descubrir ahora al leerlo aquí, no se lo dije. Sé que tampoco soy cabalmente como él me había imaginado.

Si guardo reserva sobre su persona, es a pedido suyo. Así que no puedo detallar mucho. No obstante voy a decir que nuestras charlas me fueron devolviendo un modo de ser nuestro, algo que tal vez no nos demos cuenta de que lo tenemos mientras estamos adentro de nuestra sociedad, de nuestro país y andamos enfrascados en nuestro ajetreo cotidiano. No es solamente el lenguaje, aunque nuestro deje, nuestras palabras, nuestras muletillas propias ocupan grande parte del fácil encuentro y reencuentro. Como estoy afuera, es natural que pare mientes en estos detalles y sobre todo en un aspecto que tal vez no sea tan sólo nuestro, pero puede que lo consideremos propio: los salvadoreños despotricamos muy a menudo contra nuestros paisanos y sus conductas. Los salvadoreños no estamos a gusto con nosotros mismos. Pero no se trata siempre, ni obligatoriamente de una mala habladuría, al contrario cuando alejados del espectáculo diario de nuestra gente abordamos los temas álgidos, lo querramos o no, el cariño por nuestra gente, por nuestro paísito, nos brota a la piel, no como un escalofrío, sino como manchas y ronchas contra las cuales no hay remedio. Bueno, últimamente es la impresión que me han dejado los salvadoreños con quienes me he encontrado. Tenemos un sentimiento fuerte de que somos lo que somos, una identidad que se ha ido forjando con muchos obstáculos, pero sobre todo con muchos tropiezos y muchos traspiés. Nuestro despotricar es también búsqueda de nuestro ente. Paro aquí, tal siga con el tema otro día.

 
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