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domingo, 27 de abril de 2008

Etimología y fetichismo

Con frecuencia, filósofos, escritores, periodistas y toda clase ensayistas recurren a la etimología para aportar un argumento que ellos juzgan de sólida contundencia.. Lo extraño es que este proceder es aplicado asimismo por lingüistas, gente que harto sabe del carácter arbitrario del signo y los aspectos diacrónicos del estudio del lenguaje.

Voy a abordar esta curiosidad por partes. Pues el fetichismo etimológico conlleva otros aspectos que denotan cierta ignorancia de la naturaleza del signo lingüístico. Todos consultamos, unos más, otros menos, el diccionario de la lengua para enterarnos del significado de las palabras, acudimos al diccionario para corroborar o rectificar el significado que le damos a las palabras, a veces con la esperanza de encontrar recomendaciones de su uso y alguna indicación de su régimen preposicional. La mayoría de las veces nos quedamos insatisfechos o relativamente insatisfechos, todo depende de lo que se ha ido a buscar.

Antes de seguir adelante voy a aclarar algo que continúa envuelto en una neblina de sobrentendidos y no dichos. Cuando consultamos el diccionario a veces vamos como he dicho en busca del significado, otras de la definición, ya no tanto de la palabra, sino que de la cosa. Las palabras no pueden tener, a mi juicio, otra definición que su significado. Los lexicólogos se atreven a veces a dar la definición de las cosas, yéndose muy más allá de sus competencias y funciones. Existen diccionarios profesionales, científicos, etc. allí caben esas definiciones, esa es su función. Los diccionarios de la lengua no pueden ofrecer, no les toca, un exhaustivo estado actual del conocimiento. Por lo tanto no se les puede exigir algo que sale de sus atribuciones. No obstante a veces no hay otra solución para el lexicógrafo que acudir a ese tipo de astucias para salir del paso.

Existe otro aspecto importante en lo que estoy abordando. Arriba he usado varias veces la palabra significado. Si nos damos una vuelta por el Diccionario de la Academia (en línea), nos daremos cuenta que hay dos acepciones que pueden corresponder a lo que “he querido decir”. Voy a copiar aquí lo que dice el diccionario académico:

significado, da.

(Del part. de significar).

1. adj. Conocido, importante, reputado.

2. m. Significación o sentido de una palabra o de una frase.

3. m. Cosa que se significa de algún modo.

4. m. Ling. Contenido semántico de cualquier tipo de signo, condicionado por el sistema y por el contexto.

Las acepciones 2 y 4 pueden perfectamente cumplir con el acometido de mi “querer decir”. Pero si paramos mientes en ambas “definiciones” nos daremos cuenta que la primera (la número 2) es la más usual, la que normalmente entendemos sin necesidad de ir a ningún diccionario, la cuarta si no hemos estudiado lingüística nos seguirá apareciendo oscura y poco útil. La primera es muy poco precisa, abre una serie de tautologías muy inherentes a todos los diccionarios.

Ahora diré que personalmente cuando he hablado arriba de “significado”, tenía en mente la cuarta acepción. Es más, dentro de mi concepción lingüística, significación y significado son dos aspectos de la misma cosa. Sobre esto me voy a explicar después.

Los lexicólogos acostumbran a definir polisemia como la pluralidad de significados de una misma palabra. Es el caso de significado, el diccionario nos entrega cuatro. Hay dos que perfectamente son conmutables, las que he retenido. Digo perfectamente conmutables, pero la conmutación puede originar malentendidos. Para mí polisemia no es lo que dicen los lexicógrafos: se trata de varios signos lingüísticos que coinciden en el significante y divergen en el significado. Y recuerdo que signo es la unión íntima e indisoluble del significante y el significado (aquí mismo he abordado este tema).

Los malentendidos pueden surgir por la confusión entre distintos signos con igual significante y en la mayoría de las veces (creo que es la base de todos los malentendidos) la diferente extensión que tienen las significaciones de los signos para cada uno de los participantes del acto del habla. Repito que para mí significación/significado son dos aspectos de la misma cosa. Cuando nosotros emitimos un mensaje lingüístico, lo hacemos a partir de nuestra propia experiencia, a partir de lo concreto de nuestra situación, al usar los signos establecemos entre ellos y nuestra realidad, nuestra experiencia, lo concreto de nuestra situación, una relación semiótica, es decir, partimos de la significacion (aspecto concreto) hacia la abstracción del signo, el significado. El significado es lo común, lo general, lo que puede resumir y concentrar la diversidad de situaciones personales. Nuestro interlocutor parte del significado e interpreta dándole su propia significación. Es decir, nuestro interlocutor parte de lo abstracto que le ofrecemos para establecer una relación con su propia situación, con su propia experiencia. Ambas experiencias son polifacéticas. La distinta extensión de experiencias es la que condiciona la relación que establecemos los hablantes entre los significados de los signos y la realidad, es esta relación concreta que llamo, significación.

El significado es lo común y la significación es lo personal, dicho usando los términos más convenientes en este contexto, el significado es lo social y la significación lo individual. Nuestras experiencias son evolutivas, por consiguiente las significaciones también y es la acumulación de estas evoluciones que van constituyendo los cambios lingüísticos, algunos cambios lingüísticos. Estos cambios atañen a veces la totalidad del signo, pero a veces el significante sigue sin muchas mutaciones o por lo menos tan imperceptibles que no se toman en cuenta en una descripción incluso diacrónica.

Como se deduce de lo que acabo de exponer aquí, la relación entre el signo y la experiencia no tiene un carácter necesario, esencialista. El aspecto convencional del signo, me parece, salta a la vista. Es esto a lo que llamamos lo arbitrario del signo.

Entonces que pasa con los que para argumentar nos arrojan ufanos la etimología de una palabra, pues que ellos caen en un fatuo fetichismo, pues consideran que el signo tuvo en el origen una relación esencial con la cosa. Lo peor es que casi siempre se trata de gente que se da por sabia, por muy enterada. Creo que ellos ignoran que incluso la etimología que nos lanzan a la cara es también una convención, no tanto en su exactitud, sino que en el tiempo, pues la etimología no puede nunca ir hasta el origen, es por eso que algunos pueden darnos la etimología latina, otros más enterados van incluso hasta el indoeuropeo, pero estos últimos son pocos y muchos corren el riesgo de errar.

Hasta donde va a remontar en el tiempo un diccionario, lo decide el que lo confecciona. Para nuestras lenguas romances se va hasta los siglos anteriores de nuestra era, siglos IV o V antes de Cristo. Más allá algunos piensan que todo es incierto. Así pues no se puede ir hasta el origen y aun así si fuéramos hasta el origen...

sábado, 26 de abril de 2008

viernes, 18 de abril de 2008

Aimé Césaire y el stalinismo

El diario del Partido Comunista Francés, l’Humanité, publicó hoy algunos extractos de la carta que el poeta martiniqueño Aimé Césaire (muerto ayer jueves 17 de abril) le dirigió a Maurice Thorez (entonces secretario general del PCF). La carta fue firmada el 24 de octubre de 1954.

“Me sería fácil articular, tanto respecto al Partido Comunista Francés, como respecto al comunismo internacional, tal cual ha sido patrocinado por la Unión Soviética, quejas y desacuerdos. La cosecha ha sido particularmente abundante en estos últimos tiempos y las revelaciones de Jruchof sobre Stalin son tales, que han hundido, por lo menos así lo espero, a todos aquellos, cualquiera que haya sido el grado de implicación, que han participado a la acción comunista, en un abismo de estupor, de dolor y de vergüenza; (...)

Se esperaba del Partido Comunista Francés una autocrítica proba; una desolidarización del crimen que lo disculpara; no una retractación, sino que un nuevo y solemne inicio, algo así como un Partido Comunista fundado por segunda vez... En lugar de eso en el Havre (ciudad del Congreso del PCF en ese año, C.A.), nosotros no hemos visto, sino que un empecinamiento en el error; perseverancia en la mentira; absurda pretensión de no haberse equivocado nunca.(...)

Pero, por grave que sea este reproche —y solo él es más que suficiente, pues es la bancarrota de un ideal y la ilustración patética del fracaso de toda una generación— quiero añadir un cierto número de consideraciones que atañen mi calidad de hombre de color.(...)

En todo caso, es constante que nuestra lucha, la lucha de los pueblos coloniales contra el colonialismo, las luchas de los pueblos de color contra el racismo, es mucho más compleja —qué digo, de una naturaleza completamente distinta— que la lucha del obrero francés contra el capitalismo francés y no podría de ninguna manera ser considerada como una parte, como un fragmento de esa lucha.

La hora de nosotros mismos ha sonado.(...)

En esas condiciones, le pido que reciba mi renuncia como miembro del Partido Comunista Francés.”

jueves, 17 de abril de 2008

Muerte de Aimé Césaire

Hoy murió en Fort-de-France Aimé Césaire", poeta, dramaturgo y ensayista de la isla de Martinica. Aimé Césaire fue un gran luchador contra el racismo. Con dos de sus amigos fue el creador del concepto de negritud ".

El gobierno francés ha decidido organizar este domingo 20 de abril “funerales nacionales” en su honor, en el que participarán el presidente francés, ministros del gobierno, diputados y jefes de los principales partidos políticos. Se esperán delegaciones de muchos otros países.

Pronto volveré sobre la obra de este inmenso poeta y dramaturgo.

lunes, 14 de abril de 2008

Adiós

“Pues el adiós es la noche”. Estas palabras tan certeras, tan llenas de sentido, de la gran poeta estadounidense, Emily Dickinson, me persiguen, me obsesionan. Me he querido escapar del siniestro hado. Traté de cantarle al ocaso, imaginándome siempre por la semejanza que sus luces eran las de la aurora. Quise imaginarme que la noche era apenas una simple transición entre dos momentos luminosos. Le temo tanto a las tinieblas, que quise conjurarlas nombrando a la noche un rumoroso ensayo de los colores bajos. Quise que la noche fuera gestación de la luz. Me la imaginé así.

No obstante la ilusión ofusca. Y la luz que surge cuando la ilusión se resquebraja, es demasiado clara que se confunde con la sombra. Los ojos se secan, las lágrimas ya no sirven de prisma. Es en esos momentos en que uno pronuncia por primera vez, muy adentro de uno mismo, la terrible palabra: adiós. Pero cuando, aun en silencio, esa palabra cae con todo su terrible significado, vuelve imposible sueño, todas las promesas. Cruelmente se inicia un recuento que va desnudando lo que hasta ese derroche de luz fue primoroso. Los que han amado saben de lo que estoy hablando. La historia se ha repetido tantas veces, tantas veces aun sin decir nada los ojos han hablado y han abierto la puerta de las tinieblas.

“El cerebro tiene corredores peores

que los de un lugar material.”

Esta es otra terrible verdad enunciada por Emily Dickinson. Aquí estoy conjurando el terrible enfrentamiento de lo íntimo. Me siento entregado a las tinieblas y buscando ese frío huésped que sepa librarme de los fantasmas exteriores. No teman, no les voy a contar toda mi historia, ni la antigua, ni la reciente. Tal vez en estos momentos piensen que he querido confesar mi fracaso y que envuelvo demasiado mi dolor con palabras. Pero sucede que por el momento avanzo difícilmente, a tientas, por los largos y oscuros corredores de mi cerebro.

Sabemos todos que el diálogo urge dos personas. Hablar con uno mismo es perderse por esos corredores encantados del cerebro y las respuestas o el silencio que se obtienen, vuelven inextricable el laberinto. Pero cuando el silencio viene de afuera, cuando el silencio es la respuesta, entonces la memoria nos lleva al recuento de las horas:

“Vendré a la cuatro, dijo María.

Y dieron las seis,

las siete,

las ocho...”

Ustedes saben que es inútil la ternura de las nubes y el poeta sólo puede implorar que los bomberos se quiten las botas, cuando intenten apagar el incendio de su corazón. Pero ¿de qué les estoy hablando? ¿Por qué traigo a Maiakovski en este mi asunto? No voy a equipararme con nadie, no se trata de eso. Es apenas un simple parecido. El aullido puede ser largo, muy largo, pero nunca envuelve al dolor. Cada uno llora a su manera. Pero yo tengo arena en mi garganta y ni siquiera puedo tener el consuelo de musitar la trágica despedida que me entregue atado a la noche.

 
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