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lunes, 17 de diciembre de 2007

Alberto Giacometti

Estuve ayer en los antiguos locales de la Biblioteca Nacional de Francia, es ahí que se presenta una nutrida exposición de los grabados del célebre pintor y escultor suizo Alberto Giacometti. Esta muestra se termina el 13 de enero del 2008. En estos momentos en el Centro Cultural "Pompidou" (Beaubourg) tiene lugar simultáneamente una importante exposición cuyo título es "El taller de Giacometti".

No soy especialista, ni critico de arte. Mi opinión tiene el peso de un diletante, del curioso que va a los museos, ve cuadros, los observa y a veces comenta. Recuerdo en este momento mi visita, en Madrid, con un amigo salvadoreño, a los cuadros de Goya. Recuerdo que hablamos mucho y compartimos impresiones. Al mismo tiempo que hablamos de nuestro arte actual y de la guerra que aún nos determina. Pero a raíz de este recuerdo, como sucede a veces, me ha venido otro, José Ortega y Gasset inicia uno de sus ensayos sobre Goya con estas palabras: "Desearía que el lector, durante la lectura de estas páginas, mantuviese siempre a la vista, plantado al fondo de su atención, este hecho: que soy un gran ignorante en materias de historia artística". Y después de agregar algunos motivos que lo movieron a aceptar introducir y opinar sobre sus grabados "que el bicentenario del pintor ocasiona". Creo que Ortega y Gasset se equivoca, era el centenario de la muerte. Esto es accesorio, se trata de un lapsus. Y en estos preámbulos dejándole al lector el cargo de "que va a leer decires sobre Goya dichos por quien no entiende de pintura ni de historia de la pintura", Ortega y Gasset pregunta luego: "Mas ¿no debe ello, por lo mismo, interesar a ciertos buenos lectores? Y, más en general, ¿no es conveniente y, acoso, muy fecundo que escriban también sobre las cuestiones quienes no entienden de ellas, quienes no son del gremio que las practica, quienes se enfrontan con ellas in puris naturalibus?

Aquí estoy ante mis amables lectores para decirles que voy a contarles mi visita y que mis impresiones tienen el valor de alguien que no sabe, pero con un quid: yo sé que no conozco nada de grabados y no presumo de ello, como tampoco presumo saber.

Ayer hacía frío, no obstante caminé a pié desde Châtelet hasta Palais Royal a lo largo de la angosta calle Saint-Honoré. Para los que no conocen París, no se trata tampoco de una larga caminata, apenas crucé uno de los barrios más pequeños de la ciudad.

La primera cosa: al entrar a la amplia y antigua sala de lectura me topo con un retrato en busto de Tristan Tzara en el frontispicio de un libro. Me detuve largo rato para observar los finos y decididos trazos del buril, que insinúan el fuerte carácter y la sutil inteligencia del fundador del movimiento Dada. Se ve la corbata mal puesta, el saco ajado y los redondos lentes. El libro que está detrás del vidrio es uno de los veinte ejemplares que se editaron, no sé por qué este detalle me hizo sentir cierto privilegio. Privilegio que evidentemente comparto con el resto de visitantes de la exposición, pues hasta estos días eran muy pocos los que habían podido contemplar el retrato. La Fundación Alberto y Annette Giacometti ha donado el grabado y un ejemplar del libro a la Biblioteca Nacional de Francia y que entrará al departamento de Estampas y fotografías.

Empiezo a recorrer la exposición, poco a poco voy reconociendo el estilo tan particular del pintor y del escultor, que de alguna manera, se mantiene en las litografías. Algunas parecen como el ensayo de alguna futura escultura. Pero esto se ve ya claramente cuando en las litografías que datan ya de los años cincuenta y sesenta.

En sus primeros trabajos se ve la experimentación, los fallos y los tanteos. Sus primeros grabados fueron en madera siguiendo el ejemplo de su padre, el pintor impresionista Giovanni Giacometti. Sus primeros trabajos son retratos de su familia y de sus compañeros del colegio en Suiza. Alberto Giacometti llegó a París en enero de 1922. Naturalmente el joven artista va a entrar en contacto con el Movimiento Surrealista. Es miembro de éste algunos años.

En París el se vuelve asiduo del taller de Stanley Willian Hayter en donde realmente se dedica a aprender las técnicas del grabado en dulce.

En la exposición encotramos algunas ilustraciones de libros de Breton, Crevel, René Char. Pero lo que más me ha apasionado en la exposición es la posibilidad que ofrece de ver los ensayos de Alberto Giacometti, pues el artista solía multiplicar las planchas, por ejemplo para realizar el retrato de André du Bouché hay cinco planchas y para el retrato de Pier Loeb se conocen hasta diez y este retrato ni siquiera será publicado.

De las litografías que me parecieron más atractivas son las que Giacometti le dedica a París y a su lugares preferidos de la capital francesa. La Iglesia de Saint Sulpice y la fuente (algunos recordarán la descripción de la iglesia que nos ofrece en castellano Carlos Fuentes, mucho antes de que Da Vinci Code la volviera una atractivo de un oscuro turismo). El restaurante Select visto desde la terraza de La Coupole. Ambos restaurantes célebres por haber albergado durante largas noches las discusiones de los surrealistas. En La Coupole cenó nuestro amigo Rafael Menjívar en su último día en París.

Una de las esculturas más conocidas es el "Hombre que camina". Esta figura filiforme la encontramos también repetida en algunas planchas, por ejemplo "La Mujer que Camina y un hombre parado". El personaje es insinuado por algunos trazos firmes y precisos, por algunas sombras.

Una litografía que me ha conmovido mucho es el retrato de su madre: "Madre sentada", se siente justamente la tranquila fuerza de la edad y la capacidad de retirarse detras de esas manos juntas, entrecruzadas.

Salí de la Biblioteca Nacional lleno de imágenes y con ganas de contarte mis impresiones.

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