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domingo, 25 de noviembre de 2007

J. Brel: "Ne me quittes pas"



"No me dejes", es el título de esta canción de Jacques Brel. Pongo el texto en francés. Y luego una traducción que he hecho a la carrera.

Ne me quitte pas
Il faut oublier
Tout peut s'oublier
Qui s'enfuit déjà
Oublier le temps
Des malentendus
Et le temps perdu
A savoir comment
Oublier ces heures
Qui tuaient parfois
A coups de pourquoi
Le cœur du bonheur
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

Moi je t'offrirai
Des perles de pluie

Venues de pays
Où il ne pleut pas
Je creuserai la terre
Jusqu'après ma mort
Pour couvrir ton corps
D'or et de lumière
Je ferai un domaine
Où l'amour sera roi
Où l'amour sera loi
Où tu seras reine
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

Ne me quitte pas
Je t'inventerai
Des mots insensés
Que tu comprendras
Je te parlerai
De ces amants-là
Qui ont vu deux fois
Leurs cœurs s'embraser
Je te raconterai
L'histoire de ce roi
Mort de n'avoir pas
Pu te rencontrer
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

On a vu souvent
Rejaillir le feu
D'un ancien volcan
Qu'on croyait trop vieux
Il est paraît-il
Des terres brûlées
Donnant plus de blé
Qu'un meilleur avril
Et quand vient le soir
Pour qu'un ciel flamboie
Le rouge et le noir
Ne s'épousent-ils pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas

Ne me quitte pas
Je ne vais plus pleurer
Je ne vais plus parler
Je me cacherai là
A te regarder
Danser et sourire
Et à t'écouter
Chanter et puis rire
Laisse-moi devenir
L'ombre de ton ombre
L'ombre de ta main
L'ombre de ton chien
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas.

No me dejes
Hay que olvidar
Todo se puede olvidar
Lo que huye ya
Olvidar el tiempo
De los malos entendidos
Y el tiempo perdido
Quién sabe cómo
Olvidar esas horas
Que a veces mataban
Con golpes de por qué
De felicidad al corazón
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

Te voy a ofrecer
Perlas de lluvia
Venidas de un país
En donde no llueve
Yo abriré la tierra
Hasta después de mi muerte
Para cubrir tu cuerpo
De oro y de luz
Voy a fundar un dominio
En que el amor será el rey
En que el amor será la ley
Y tú serás ahí la reina
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

No me dejes
Te voy a inventar
Palabras insensatas
Que vas a entender
Y te hablaré
De esos amantes
Que vieron dos veces
Incendiarse sus corazones
Te contaré
La historia de ese rey
Muerto por no haber
Podido encontrarte
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

Seguido se ha visto
Volver a surgir el fuego
De un antiguo volcán
Que lo creían demasiado viejo
Y parece que hay
Tierras quemadas
Que dan más trigo
Que el mejor de los abriles
Y cuando llega la noche
Para que el cielo brille
El rojo y el negro
Acaso no se casan
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

No me dejes
Ya no voy a llorar más
No voy a hablar más
Me voy a esconder aquí
Para mirarte
Bailar y sonreir
Y escucharte
Cantar y luego reir
Déjame que me vuelva
La sombra de tu sombra
La sombra de tu mano
La sombra de tu perro
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

martes, 20 de noviembre de 2007

Mi más bella historia de amor



Esta es una de las canciones que más me gustan de esta hermosa mujer: Barbara.

Se las doy aquí para que a los que no saben el francés les de ganas de aprenderlo.

martes, 6 de noviembre de 2007

El cuarto cerrado de Zangwill

Viví algunos meses en una extraña calle de Jerusalén. Queda enfrente de Yad Vashem, en lo alto de Shderot Hertzel. La calle se llama Israel Zanwguill, se pierde hacia el fondo en dos brazos (era así en 1970), la casa que habité estaba suspendida en una orilla escarpada, desde mi ventana se contemplaba toda la ciudad. Como muchas calles en Jerusalén llevan el nombre de algún personaje importante del Movimiento sionista, nunca manifesté mayor curiosidad por saber quien era. Alguna vez inquirí sobre él entre mis conocidos, nadie supo darme alguna información. Pensé simplemente que no tenía alguna importancia. Y nunca más volví a preguntar por Israel Zanwguill.

Me fui de Jerusalén, volví a Francia. Durante algunos años estuve viviendo en París y me alejé obstinadamente de todo lo que pudiera recordarme Israel. En realidad, seguí siempre ligado pues mi mejor amigo sigue yendo y sigue dándome noticias de los amigos que se quedaron allá. Así que me fui también alejando de cualquier posibilidad de encontrarme con ese nombre que apenas me había intrigado.

No obstante ese nombre hubo de haberme intrigado mayormente, pero no fue así. Un amigo de origen uruguayo, con quien conversé mucho y con quien realicé la última entrevista que diera nuestro gran premio Nobel centroamericano, Miguel Ángel Asturias, que publicamos en en Cuadernos Hispanoamericanos, unos meses después de su fallecimiento. Pues este amigo, Samy Gordon, puso en mis manos un ejemplar del Aleph. Entonces nos dedicábamos a sacarle todo el jugo a “Las ruinas circulares” cuento incluído en Ficciones, aplicándo métodos de análisis heredados de la fenomenología heideggariana y también otros venidos del estructuralismo europeo y de los formalistas rusos. Así que devoré el Aleph sin reparar que en uno de esos cuentos tan apasionantes del argentino se mencionaba a este escritor inglés. Es hoy releyendo el Aleph que me topé de nuevo con el nombre y me reproché mi poca curiosidad de entonces. No es que lo redescubra hoy.

Entre mis tareas en la biblioteca en que trabajo, es poner orden en las estanterías. Cuando realizamos esta obligación no reparamos mucho en los nombres de las obras, ni en el nombre de los autores, lo hacemos casi automáticamente para ganar tiempo que nos permita ir a otras tareas más gratificantes. Una vez un libro se me cayó misteriosamente de las manos. No suele ocurrirme. Era "El Gran misterio del Bow” de Israel Zangwill. Leí en la cuarta de portada una nota muy sintética en la que se dice sin dar mayores detalles que se trata del primer “cuarto cerrado” de la novela policíaca y elogia su refinado estilo.

Tal vez este sea el único privilegio de un bibliotecario, poder en ese momento tomar el libro y ponerlo de lado y llevárselo a su casa para leerlo tranquilamente. No voy a hacer ningún comentario. Apenas diré que sí vale la pena su lectura. A los que les gusta el estilo refinado y la novela de investigación policial ahí tienen un paradigma. Borges entendía de eso, le pueden hacer confianza. En el cuento del Aleph, “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto” dice:

“—No multipliques los misterios —le dijo—. Estos deben ser simples. Recuerda la carta robada de Poe, recuerda el cuarto cerrado de Zangwill”.

lunes, 5 de noviembre de 2007

La biblioteca y su laberinto

El azar de mi vida me llevó a visitar muchas bibliotecas. Algunas de gran renombre y disputándose con otras la primacía en el número de volúmenes contenidos. A la primera que entré fue a la Municipal de Santa Ana. La entrada a ese lugar central en mi vida la narro en una novela aún ausente de toda biblioteca. Les pongo aquí ese pasaje:

“El ruido de las puertas batientes y apersianadas de la Biblioteca Municipal produjo furibundas miradas en los ancianos que venían a leer los periódicos ahí. Al pronunciar mis “buenas días” me di cuenta de que en ese lugar el silencio era más frágil que en cualquier otro de Santa Ana y de que a los viejitos no les gustaba la gente educada. Sus miradas fueron severas y ninguno respondió mi saludo. Estuve a punto de creer que una vez más mi padre se había equivocado, allí podían entrar sólo los viejitos. Esos mismos viejitos que seguían mirándome como si ante ellos estuviera parado el mismo espectro del comunismo que había dejado de pasearse por Europa y comenzaba su tournée por Centroamérica en la misma sala de lectura municipal. Esta comparación es mero anacronismo, entonces aún no tenía noticia de El Manifiesto. Pero tal fue su mirada que no me imagino frente a qué otra aparición se hubiesen espantado tanto. En mi mente un enorme y silencioso “puchica” se dibujó de miedo y confuso”.

El señor que oficiaba allí como bibliotecario se convirtió en un inapreciable guía y lo he sentido siempre presente a lo largo de tantos años en los que me he ausentado de mi ciudad. Su amable disposición, su atenta actitud, su paciencia conmigo son un recuerdo imborrable de mi adolescencia.

¿Quién iba a decirme que después de haber ejercido tantos oficios iba a terminar trabajando en una biblioteca municipal? Hasta hace muy poco estábamos muy orgullosos del fondo del que disponíamos. No nos contentábamos de lo exiguo del espacio, nada que ver con otros modernos edificios u otros antiguos de gran renombre. Situado en un segundo piso impide el acceso a muchos posibles lectores. En lugar de darnos nuevas instalaciones las autoridades nos han modernizado el mobiliario. Este bien vino aparejado con un mal. Por los cambios de personal llegó una persona de una extraña secta que Borges describe en su célebre cuento “La Biblioteca de Babel”, “Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros”. En nuestro caso no fueron tantos, pero sí volúmenes esenciales en toda biblioteca. Clásicos fueron echados de los estantes, un ejemplo Blake. Otro, Góngora. No sigo, es inútil lamentarme.

Pero la concepción de esta persona no es suya, no es exclusivamente suya. La cultura es muy engorrosa, pesada, hasta superflua para ciertas capas de la población. La literatura que implica un esfuerzo es inútil. La función del arte tiene que ser la diversión. Para qué darle a la gente lo mayores angustias existenciales. ¿Acaso no bastan con las que le entrega la vida de todos los días? Lo mejor es apartarle de esas angustiantes preocupaciones y divertir a la gente.

No niego que la dimensión distractiva o amena de la literatura sea necesaria. Pero el dogmatismo que se ha apoderado de las casas editoriales, de las redacciones de los medios y de muchos escritores y artistas está adquiriendo dimensiones tales, que hay poca cabida para le reflexión. El mundo se ha vuelto más complejo, su forma laberíntica es cada vez más visible. No obstante en vez de buscar la salida, alegremente nos vamos internando hacia el lugar donde no duerme el monstruo. Algunos piensan que ese monstruo es el consumismo, que ha resultado de un sistema que producción de mercancías, cuya funcionalidad se agota de inmediato para que aparezca otra, más otra. Es el reino de lo desechable.

Como en este mundo todo se valora a través del dinero y todo adquiere un precio, todo tiene que entrar en el mercado y tomar la forma de una mercancía, de una mercancía moderna que puede botarse a cualquier instante, porque ha envejecido no en sí, sino enfrente a lo permanentemente nuevo. El valor es meramente temporal. Esta mercantilización de todo, en donde los hombres son también desechables, ha desaparecido el valor de lo que permanece, de lo que adquiere su indiscutible altura con el tiempo. Es por eso que incluso las instituciones culturales se administran con ese criterio de permanente renovación, como si fueran la estantería de un supermercado en donde se venden las frutas y las verduras. Si acaba de salir, es bueno. No hay otro criterio. Claro que esto es sólo la superficie del fenómeno.

Porque esta ideología se sustenta en el fin supremo del mundo de la mercancía, el beneficio. Si no produce beneficio no es bueno. Todo lo que produce beneficio, todo lo que tiende a la acumulación del capital y su puesta en valor es lo que adquiere respeto. Se convierte en valor en sí. La permanente renovación mercantil persigue este fin. Es difícil, muy laberíntico escudriñar cuál es el hilo que une esta busca desenfrenada del beneficio y la actitud de destrucción de libros de la nueva jefa del sector de Adultos de mi biblioteca municipal.

Este enigma es absoluto, apasionante. Plantearlo no implica su solución inmediata, pero este planteamiento es necesario. Se trata de algo que puede ayudarnos a encontrar la salida del laberinto actual. Pero la solución de todo enigma es menos apasionante que el enigma mismo. En realidad la solución parece siempre muy sencilla. Demasiado sencilla.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Un vals vienés en marimba
es un vals y no lo es.

Como una pena
bien puede caer en el fondo
como en el fondo caen las piedras
pero mi pena

¡Ay! Cuando yo quiero hablar de mi pena
es un tetunte que retumba en mi tapesco.


Y si te digo que mi pena
es un negro tren que abre heridas en mi pecho.
Es una pena en jean’s

Es como si dijera
que un tenguereche se ha perdido en una acacia.
Pero el vértigo de un tenguereche
sólo
florece en una ceiba.

Entonces mi pena
es una pena en huipil.

Porque los Progenitores, los Creadores
y los Formadores
en la oscuridad
cuando faltaba poco para que el sol
la luna y las estrellas aparecieran
sobre Ellos
en esa oscuridad materna
reunidos, congregados en consejo
cuando aún ignoraban qué entraría en la carne
de los hombres
y estaban suspendidos en el péndulo
del presente absoluto
Ellos Tepeu y Gucumatz
tuvieron noticia
de las mazorcas amarillas y de las mazorcas blancas

Nuestro dolor nace de la tierra
y se desgrana
nuestras manos son cunas que tiemblan
brotan de la grama
y descubren de nuevo la tiniebla
el maíz se desangra

Y nuestra tierra es hermosa
abundante en mazorca
amarilla blanca

Y hay sabor en nuestra sangre
de zapotes y de nisperos
de jocotes, de anonas, de nances
de cacao y de miel

Somos del pueblo de Paxil y de Cayalá

Así lo han dicho

De maíz amarillo y de maíz blanco
se hizo su carne
de masa de maíz se hicieron
los brazos
de masa de maíz se hicieron
las piernas
Sólo fueron hechos y formados
por obra de encantamiento
No conocieron vientre
no eran de tierra
Sólo por prodigio

Y cuando en Ciguateguacán
al borde del Tecana
la vida metía
saltos de rana en mi pecho
y el tiempo
¡Oh! cascabel de mis ensueños
se arrastraba lento
sin encontrar su círculo
ni piedra fresca
ni tronco de cedro
y se refugiaba en el sabor
agridulce de un tamarindo
en sombra
para poder dejar sus horas
en zompopero negro

Entonces en Ciguateguacán
al borde del Tecana
fui hecho fui formado
sólo por prodigio
por obra de encantamiento
y mis ojos tocaron
y agarraron las cosas
mi mano sintió
el perfume del clavel
y fue ahí donde mi alma
dio sus más fuertes
caitazos de inocencia

París, febrero de 1976.



 
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