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jueves, 31 de enero de 2008

El niño flechero

Para vos

¿No oís nada?

Escuchá bien.

Un hombre camina

sin rumbo

por arenas donde en otro

tiempo jugó un niño

con arcos y flechas

sobre corazones

heridos.

Las arenas devoran sus pasos

y el derrotero

ha perdido horizontes.

¿No oís ahora el llanto del niño?

La ceñuda vida

ha quebrado sus flechas.

El hombre avanza

hiriendo sus pies

en las envenenadas puntas.

El antiguo niño

se burla

de su propio llanto,

de la misma vida

y de los sangrientos pasos.

¿Oís ahora

cómo se arrastra

el hombre manchando

la arena?

El niño

se ha quedado atrás,

muy atrás

recogiendo sus flechas,

limpiando la sangre

con blancos pañuelos.

Pañuelos que tal vez

sirvieron para largas,

tormentosas despedidas.

¿Oís ahora?

Escuchá esos pasos

forzados que arrastran

un cuerpo que niega

voltearse

y contemplar su vida.

¿Teme arrepentirse?

Tal vez (en esta marcha

nada es certidumbre)

lo arrastra hacia delante

un vértigo de luz

o el profundo eco

de un llamado.

¿Lo oís ahora

que se pone a soñar

en voz alta?

¿Oís que conjura

la angélica

aparición de una imagen?

¿Oís cómo se estremece

de miedo,

cómo tiembla igual

que un niño

que adivina que

la ceñera vida

resquebraja la antigua

ilusión de sus flechas?

¿Lo oís ahora?

3 de octubre de 2007

miércoles, 30 de enero de 2008

Kerbala

Cuando la noche
está a punto de florecer,
despojada de nubes,
vestida de estrellas,
por los cielos, siniestros
halcones aullan,
arrojando huevos
de miedo,
enormes semillas
de espanto.

La noche se pone triste
con sus despedazadas
tejas
y sus pequeñas muertes
sin íntimas agonías,
calladas con estruendo.


6 Abril 2003



sábado, 26 de enero de 2008

Sólo mi sangre

El día se asomó alegre,

de sol,

de trinos,

de cielo despejado,

de suave brisa

acariciadora,

para colmar su alegría

busqué para embriagarme

tu perfume,

surgió exacta

tu erizada piel

entre mis manos.

¡Tremendo delirio

del tacto y del olfato!

Sólo mi sangre

puede invocarte entera,

sólo mi sangre en el fuego

de la espera

se arrastra lenta

en las venas,

sintiendo el abierto

collar de tus brazos

acogedores.

Tu presencia, aquí,

en mi cuerpo, es sangre.

miércoles, 16 de enero de 2008

También entonces

Va y viene
como el mar en su resaca,
insistente como la nocturna soledad.
A veces como un fantasma
busca la tenebrosa ausencia,
la tiniebla ciega,
se vuelve entonces
la negra flor del olvido.

Pero
hay otra fuerza
candente,
esa que busca como
palpando al día
la hora vertical de tu presencia
y entonces
tu imagen,
tu voz,
tu negra mirada,
y tus cabellos en lidia
con el viento
son la vigorosa pujanza de la vida.

Estás
plantada, firme,
triunfante
en el eje mismo de mi existencia.

Sé, tiemblo, me estremezco
cuando la sombra que llega siempre
siembra dudas de mi propia presencia
y urjo entonces de tus manos
para que me hablen,
cuando ya no resuena
tu voz en mi cuerpo
y mis ojos confunden
ocasos y auroras.

Estás en mí
clara y oscura.

Sos la vida que en mi sangre
germina la luminosa locura
de quererte
y mis labios buscan tu cuerpo
desde un extremo al otro,
desde tus pies
hasta tu alta frente.

También entonces
tiemblo y me estremezco.

domingo, 13 de enero de 2008

Encrucijada

¿Lejana o distante?

El abismo es el mismo.


Es un ruido que se ha ido

en la quebrada,

retumbando,

con las sufridas piedras,

lágrimas calcinadas,

por este curso

que serpentea

para dilatar la pena.


Nada desemboca en la nada.

¿El mar?

Esa inmensidad no tiene tiempo

para abrir sus fauces

y tragarse la implacable ausencia.


Pude ver un instante,

¿imaginado?

Tal vez soñado,

corto, lo sé,

unas manos abiertas

como alegres mariposas

que deseaban secar

la sal de mis mejillas

y las sentí tiernas,

palpando la herida,

acallando el llanto.


La ilusión fue certera.

Fertil,

como son las serpientes

en las noches de plenisombra.

Ciega,

como toda ilusión,

no creyó que el presente,

tenaz,

viaja por los mismos

senderos

que llevan al pasado.


¿El recuerdo?

El recuerdo no sabe de caminos.

miércoles, 2 de enero de 2008

Poema

La primera brisa,

la sombra apenas insinuada,

la luz tímida,

un rumor lejano,

un pájaro en la alta rama.

El día despunta,

la memoria insiste

y tu imagen clara penetra

victoriosa

en mis sentidos.

El tiempo se puebla

con las letras de tu nombre.

Entonces tu alegría

germina en mis venas

y el cielo gris,

cargado, queda vencido.

Todo se vuelve

signo de tu presencia:

las últimas hojas del otoño

ya remoto, ausente,

la húmeda tierra,

la prisa del transeúnte

y todas la cosas

que fecundan al día.

 
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