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lunes, 17 de septiembre de 2007

El lenguaje: producto y condición de la sociedad

Por Carlos Abrego

La apariencia puede engañarnos, pues sería extraordinario o muy peregrino pensar que se puede encontrar a alguien que niegue el carácter social del lenguaje, todos los lingüistas son unánimes en señalarlo e insistir en ello. No obstante no me parece superfluo volver un momento sobre este asunto. Si paramos mientes en la significación que se le da a la palabra social, veremos que la cuestión no es tan sencilla, ni evidente. La unanimidad puede ocultar desacuerdos fundamentales.

Si incluimos el lenguaje entre “las necesidades de la vida en común” y si estipulamos que este “vivir en común” es el único sentido fundamental de la palabra social, nos mostramos muy dispuestos a aceptar que las señales animales pertenecen a categoría de lenguaje. Es precisamente por esta razón que algunos no hesitan e incluso juzgan conveniente hablar de “sociedades animales”, de “lenguaje animal”, etc. Si nos detenemos solamente a este rasgo, resulta difícil diferenciar las sociedades humanas de las agrupaciones animales.

Urge señalar que en un artículo precisamente destinado a mostrar que, “aplicada al mundo animal, la noción de lenguaje es de uso corriente únicamente por un abuso en los términos”, Emile Benveniste subraya que “no obstante sigue siendo significativo que ese código (el de las abejas; C. A), la sola forma de “lenguaje” que se haya podido descubrir hasta hoy entre los animales, sea propio de insectos que viven en sociedad”. Agrega luego, casi inmediatamente: “La sociedad es la condición del lenguaje”.

El hecho que nos encontremos siempre ante lenguas ya constituidas y que retrotraernos hasta el momento primigenio de su aparición nos es materialmente imposible —aunque la etología moderna puede aclararnos algunos aspectos del problema— tendemos a considerar el lenguaje únicamente como un producto, como resultado. Claro un producto que tiene historia y evolución (diacronía). Es en este sentido que “la sociedad es la condición del lenguaje”. Puesto que el lenguaje es el resultado de la acción conjugada de muchos individuos, que tomaron consciencia de la necesidad de entrar en relación con los otros individuos que los rodeaban. “El lenguaje aparece únicamente con la necesidad de comercio con otros hombres” nos dice Marx en su lenguaje decimonono, pero que significa lo que dice.

Este producto de la acción conjugada de individuos no es sólo una acción exclusivamente psicológica, interna, se manifiesta materialmente. El lenguaje tiene existencia exterior, me refiero a los sonidos y no a la escritura. Esta manifestación no es de la misma naturaleza que la que constatamos en la producción propiamente material de la reproducción de la vida humana. El lenguaje existe exteriormente de manera momentánea y fugitiva en los actos del habla, no obstante esta existencia material externa, esta exteriorización es fundamental, ya que el lenguaje no sólo existe para mí (para un solo individuo), sino que también para los otros.

Cada ser humano es depositario del lenguaje, pero la existencia real, práctica del lenguaje se efectúa en los actos de habla entre individuos. De esto se deriva otro aspecto fundamental del lenguaje: además de ser un producto social, un producto de la acción conjugada de los hombres, se trata también de una condición de la sociedad.

La capacidad psíquica semiótica de los hombres existe también fuera de ellos, se materializa en los sonidos del lenguaje. Es por esta razón que me parece esencial incluir la substancia en la definición del lenguaje. Entre “el conjunto de fuerzas productivas, de relaciones sociales, des saberes, etc.” a partir del cual “cada individuo, al inicio simple candidato a la humanidad, se forma psíquicamente, se hominiza...”, encuentra también el lenguaje materializado en los sonidos de los actos de habla que oye desde su nacimiento.

Acabo de afirmar que cada individuo es un depositario del lenguaje (bajo la forma de una lengua determinada), no obstante se trata de un depositario parcial. Como totalidad la lengua tiene existencia únicamente en el conjunto de los individuos de una sociedad. Es probable que primigeniamente cada miembro de un grupo social poseía la totalidad de la lengua, de la misma manera que el hombre primitivo dominaba todas las prácticas sociales.

Pero a medida que el mundo social y cultural se amplía y se diversifica de tal suerte que sobrepasa inmensamente lo que un individuo puede apropiarse psíquicamente en el curso de su vida, su capacidad de poseer la totalidad de la lengua disminuye. La riqueza lingüística de un individuo está condicionada por la diversidad de relaciones lingüísticas que pueda contraer en el transcurso de su existencia.

Esta interiorización, la adquisición del lenguaje por los hombres, que se efectúa a través del contacto con los adultos, es una característica propia de la socialización, no solamente de los seres humanos, sino que también del lenguaje. Entre todas las diferencias retenidas por Emile Benveniste entre el “lenguaje” de la abejas y el humano, falta precisamente este proceso de transmisión y apropiación. Porque existe esta transmisión y esta apropiación del lenguaje que obra entre los hombres una diferenciación respecto al conocimiento de la lengua. Este aspecto es inexistente entre los animales, que todos dominan la totalidad de señales de su especie.

Arriba hemos insistido en el aspecto instantáneo y fugitivo de la manifestación sonora del lenguaje, no obstante queremos también señalar aquí otro aspecto que tiene una importancia capital en el devenir de la humanidad: la invención de la escritura. Además de separar temporalmente la emisión y recepción del mensaje lingüístico, la invención de la escritura constituye una condición material para los hombres de conservar conocimientos afuera de sus cerebros. La escritura nos permite conocer lenguas que han dejado de existir y todo otro tipo de conocimientos. La escritura es la exteriorización de nuestra memoria.

No obstante la escritura es un modo secundario de la existencia del lenguaje, su existencia primaria es sonora. Es evidente que la escritura aporta ciertas modificaciones a la lengua que la diferencia de su forma sonora, pero el modo de existencia de la lengua en la escritura —con toda su importancia y sus características— no la vuelve no obstante totalmente autónoma. La escritura sigue dependiendo del modo de existencia sonoro. Al mismo tiempo hay que señalar que la forma escrita de una lengua, su carácter más elaborado, más estructurado, más definido, ejerce a su vez una innegable influencia sobre la forma oral. En el aprendizaje (la adquisición y la apropiación) de una lengua, el papel de la forma escrita constituye un factor suplementario, se trata de una diversificación de las relaciones lingüísticas, un factor de enriquecimiento lingüístico de los individuos. Agreguemos también el papel que juega la escritura en la estructura de la lengua, en su estabilidad.

Emitimos arriba la hipótesis que en las primeras edades de los grupos humanos, en el origen, un individuo podía dominar la totalidad de la lengua par el carácter restringido de sus actividades sociales. Los hombres de hoy no poseen la totalidad de la lengua individualmente, sin embargo son inconmensurablemente mucho más ricos lingüísticamente hablando.

El signo lingüístico: materia y forma

Por Carlos Abrego

Toda determinación es negación (Benito Espinoza)

Voy a considerar al signo en tanto que la unidad básica, como la unidad indivisible que conserva lo esencial de las propiedades del objeto global, el lenguaje. No es necesario insistir que adhiero a la “bipartición” saussuriana del signo lingüístico. Dicho de otro modo, que al signo lo configuran dos entidades distintas: el significante y el significado. No obstante ninguna de estas dos entidades puede considerarse como independiente y autónoma, tampoco tomadas por separado pueden brindarnos ayuda para aclarar la verdadera función del signo, ni elucidar cuál es el verdadero funcionamiento del lenguaje. Respecto a esto es necesario ir aún más lejos: incluso mi formulación de que el signo “está compuesto de dos entidades distintas” me parece errónea, el término mismo “bipartición” es necesario reemplazarlo —como ya lo han hecho muchos— por bifacial. En realidad el signo lingüístico es un todo integral, el significante y el significado no resultan de una posible o virtual existencia afuera del signo, sino del ángulo del cual se les observa. Esto último no significa que el significante y el significado sean simples abstracciones, sin existencia real, meros productos de la investigación.


Creo estar al unísono con muchos si afirmo que el signo es una relación humana, aunque en realidad sea un paquete de relaciones. El signo se sitúa en el centro de la instancia enunciativa. Esta comprende a los hablantes, al contenido de lo que se dice y el medio de comunicación utilizado.

En el centro, jugando un papel fundamental, se encuentra la manifestación material de la actividad articulatoria. No es para complicar la nota que nombro de esta manera a los sonidos (vibraciones sonoras). Más adelante se verá el papel que juegan las actividades articulatoria y auditiva.

Los diferentes sonidos de los hombres en tanto que tales son el producto de la actividad articulatoria de individuos diferentes, son el resultado de articulaciones diferenciadas por su carácter individual: la voz es una de las características más personales de los hombres. En las características de la voz interfieren el grosor muscular de la cuerdas bucales, de la garganta, el grandor de las diferentes cavidades de resonancia, etc.

La voz en tanto que sonido, mientras no ha recibido una determinación formal, es completamente indiferente (ajena) al lenguaje.

Roman Jacobson nos dice en “Lenguaje infantil y afasia” (pág. 31-32) que: “Un niño es capaz de articular en su balbuceo una suma de sonidos que nunca se encuentran reunidos a la vez en una sola lengua: consonantes con puntos de articulación variadísimos, palatales, redondeadas, silbantes africadas, clics, vocales complejas, diptongos, etc. Según observadores con formación fonética, y como lo resume perfectamente Gregoire (...), el niño es en la cumbre de su período de balbuceo, “capaz de producir todos los sonidos imaginables”. Pero todos son indiferentes, ajenos al lenguaje, pues aún no están dotados de una determinación formal.

Esta determinación es una relación particular entre los participantes del acto comunicativo que se manifiesta en los fonemas. Y lo que va a contar para los hablantes, como para la lingüística, ya no es el sonido en tanto que fenómeno físico natural, sino en tanto que determinación formal.

El sonido entra en el ámbito lingüístico cuando ha recibido una determinación formal, constituyendo entonces la base material a través de la cual se manifiesta de manera inmediata una relación lingüística determinada: el fonema (más ampliamente el significante). Esta determinación es la capacidad que tienen los fonemas para cada miembro de una comunidad lingüística, de darle consistencia sonora a las formas lingüísticas y de diferenciarlas entre sí.

Los fonemas son las unidades indivisibles de la lengua que sirven para formar signos y para distinguir sus aspectos sonoros. Tomemos el caso de la palabra ‘paso’ que está compuesta por cuatro fonemas /p/, /a/, /s/ y /o/, diferenciándose de ‘pasito’ (que tiene dos fonemas más). Cada uno de los fonemas cumple una función distintiva en la lengua, cada fonema se opone a las otras unidades sonoras de la lengua presentes en otros signos. Los aspectos sonoros de las formas verbales se distinguirán mutuamente en que en uno encontraremos una unidad sonora (fonema) y en el otro otra, opuesta a la primera: ‘paso’ /p/ /aso/, ‘vaso’ /b/ /aso/, ‘caso’ /k/ /aso/, etc. Al efectuar esta operación, de intercambiar los sonidos y al constatar que existe un cambio de sentido, podemos afirmar que estamos ante un fonema.

El significante es el sonido ya no en su totalidad, en su modo de existencia inmediata, particular y natural, individualizada, sino el sonido vuelto forma, el sonido que se ha vuelto la materia propia del lenguaje.

En tanto que fonemas, los sonidos son el producto de una fonación indiferenciada, es decir una articulación en la que desaparecen todas las características individuales de los hablantes. La articulación que emite fonemas es una articulación general (abstracta). Aquí de algún modo nos referimos a una afirmación de F. De Saussure en su “Curso” (pág. 26): “La cuestión del aparato bucal es pues secundario en el problema del lenguaje”. Observemos, de pasada, que secundario no significa sin importancia.

Aquí, me refiero, además de la infinita multiplicidad de aparatos bucales diferentes entre sí y por ende a la misma multiplicidad de articulaciones concretas, también a la posibilidad (actual) de producir y reproducir fonemas afuera de la fisionomía humana: todo tipo artificial de reproducción e imitación de la voz humana (discos de toda clase, bandas magnéticas, vibraciones sonoras obtenidas eléctricamente, etc.).

La determinación formal que constituye el fonema vuelve iguales a todas las voces, indiferenciándolas, confiriéndoles un carácter social. Me refiero al hecho de que poco importa si es una mujer o un hombre quien habla, o un niño, un anciano o un joven, un barítono, un tenor, una soprano, un hombre rico o pobre, sabio o ignorante, hable en voz alta o en susurros, etc. Lo que importa son los rasgos diacríticos de los fonemas. Es la presencia de estos rasgos que vuelve al producto de la fonación en un fonema.

En lo que concierne a los participantes del acto de comunicación, de manera personal, todas las características arriba enumeradas pueden tener suma importancia e interferir fuertemente en todos los aspectos concretos del acto de comunicación.

La fonación que emite fonemas debe de cumplir con otro requisito. La fonación tiene que ser parte de un acto de comunicación en una lengua determinada. En efecto no basta con que un sonido tenga tal o cual configuración, tales o cuales rasgos, además tiene que pertenecer a un sistema determinado. F. de Saussure expresa esto de manera un tanto paradojica: “Chaque idiome compose ses mots sur la base d’un système d’éléments sonores dont chacun forme une unité nettement délimitée et dont le nombre est parfaitement déterminé. Or ce qui les caractérise, ce n’est pas, comme on pourrait le croire, leur qualité propre et positive, mais simplement le fait qu’ils ne se confondent pas entre eux. Le phonèmes sont avant tout des entités oppositives, relatives et négatives» (CGL, p. 164). (« Cada idioma compone sus palabras sobre la base de un sistema de elementos sonoros , cada uno de los cuales forma una unidad netamente delimitada, y cuyo número está perfectamente determinado. Ahora bien, lo que les caracteriza no es, como podría pensarse, su cualidad propia y positiva, sino simplemente el hecho de que no se confunden entre sí. Los fonemas son, ante todo, entidades opositivas, relativas y negativas”, CGL, Akal Editor, Madrid, 1980, traducción de Mauro Armiño).

Para poder cumplir con su función de darle a cada forma verbal su propia configuración y diferenciarla de las otras, los fonemas deben tener su propia configuración, sus propiedades y a partir de ello ser distintos, diferenciarse entre sí. La función distintiva de los fonemas reposa en su carácter determinado. Cada fonema se determina oponiéndose a todos y cada uno del resto de fonemas de una lengua dada. Sin embargo al mismo tiempo para que el sistema funcione necesariamente las oposiciones tienen que ser constantes y esta constancia (permanencia) reposa en las propiedades intrínsecas de cada fonema, en su propia identidad.

Al incluir obligatoriamente la fonación en el acto de comunicación, además de señalar su direrencia entre sí, deseo indicar también que la audición oye fonemas, que los percibe en la infinita diversidad de las voces humanas. El fonema es una fonación determinada que produce un sonido con rasgos distintivos propios que se opone a otros y que es percibido (reconocido) como tal por la audición. Se trata de un saber complejo, dual, un saber de emisión y audición.

Por consiguiente el significante es materia lingüísticamente configurada, es materia y forma o forma y materia. Algunos insisten en que el fonema no es materia (substancia), en que es forma pura o mera forma. Como se puede concluir por lo que he expuesto, para mí (no solamente para mí, hay eminentes lingüistas que no excluyen la materia de la lengua) el fonema es materia configurada, es materia que se ha vuelto forma. Dicho de otra manera: el fonema es sonido (materia) que tiene una forma determinada. Lo he dicho arriba y en esto sigo a la doctrina actual del signo lingüístico, para los hablantes lo que cuenta no es la totalidad del sonido, sino aquellos rasgos que lo vuelven una relación lingüística, rasgos relevantes no desde el punto de vista fonético, sino desde su capacidad para diferenciar los signos entre sí y como partes constitutivas y constituyentes del signo.

El signo lingüístico y sus formas

Por Carlos Abrego

He encontrado con relativa frecuencia la palabra ‘dialéctica’ en los escritos de grandes lingüistas, cuando abordan los puntos nodales de las enseñanzas saussurianas. No obstante es raro encontrar una explicitación del término: la palabra dialéctica aparece como evidente, como de suyo, como algo que cae por su propio peso frente a fenómenos que para otros se trata de simples paradojas.

Que la lengua —fenómeno social por excelencia— sea regida por las leyes de la dialéctica es una constatación que no puede ser extraña para quienes comparten el análisis de los hechos sociales que resulta del materialismo dialéctico. Pero la lengua es un hecho social aparte. Constituye además un objeto de estudio de disciplinas muy diferentes y separadas. Hecho social aparte, porque no podríamos incluirla dentro de los hechos de la base material, ni dentro de la superestructura.

La lengua no es el único objeto científico compartido por varias ciencias. Pero es la lingüística la que la aborda desde un punto de vista que le permite destacar lo que le es propio. Este punto de vista no es el de considerarla como una estructura, sino el de tratar de explicar, a partir del hecho de que la lengua es el medio de comunicación primario de la humanidad, a través de qué mecanismos la comunicación lingüística es posible. Le toca a la lingüística describir el funcionamiento de la lengua y mostrar a través de qué reglas, de qué leyes este funcionamiento se lleva acabo, se cumple.

La constatación del carácter dialéctico de la lengua es de alguna manera superficial y no nos aporta mucho. Pero los lingüistas no se conforman con la simple constatación, nos indican en donde ellos ven la dialecticidad de la cosa. No obstante dos grandes lingüistas, Tullio de Mauro y Emile Benveniste, por no citar a otros, se oponen precisamente, no en en el juicio de la dialecticidad de la cosa, sino que en la interpretación del hecho considerado como dialéctico. Y este hecho no es de los menores, se trata del signo lingüístico y de su carácter arbitrario. Para los lingüistas que se pliegan a las tesis fundamentales de Saussure, el arbitrario del signo reside en la unión entre el significante y el significado, para Benveniste esta unión es necesaria.

Voy a citar largos pasajes de ambos estudiosos. En la nota 65 de su edición crítica del “Curso”, Tullio de Mauro nos dice: “La distinción entre lengua y habla tiene un carácter evidentemente dialéctico: la lengua es el sistema de límites (naturalmente arbitrarios y, por ello mismo, de origen social e histórico: C.L.G. p. 99 y siguientes y p. 194 y siguientes) en el que se encuentran, se identifican funcionalmente las “significaciones” y las realizaciones fónicas del hablar, es decir las significaciones y las fonías de los actos del habla particulares; tal sistema gobierna al habla, existe por encima de ella; y es en ello que reside su única razón de ser (sus límites, es decir la distinción entre un significado y otro, entre una entidad significante y otra, no depende de una causa determinante inherente a la naturaleza del mundo y del espíritu, ni la de los sonidos); tan es así que se puede decir que la lengua no vive sino que para gobernar al habla”.

Un poco más lejos en la misma nota Tullio de Mauro agrega: “Los valores de las fonías son los significantes de una lengua, los valores de las significaciones son los significados. Tales valores, al no ser determinados por las fonías o por las significaciones, son arbitrarios desde el punto de vista fónico-acústico como desde el punto de vista lógico-psicológico. Ellos se delimitan recíprocamente, es decir que constituyen un sistema. Este sistema de valores es una cosa diferente (dialécticamente y trascendentalmente) de las realizaciones fónicas y significativas de los actos del habla particulares”.

Emile Benveniste nos dice: “El significante y el significado, la representación mental y la imagen acústica, son (...) en realidad las dos faces de la misma noción y se componen juntas como el incorporante y el incorporado. El significante es la traducción fónica de un concepto; el significado es la contrapartida mental del significante. Esta consubstancialidad del significante y del significado aseguran la unidad estructural del signo lingüístico.” Añade en el mismo artículo Emile Benveniste: “... si se considera el signo en sí mismo y en tanto que portador de un valor, lo arbitrario se encuentra necesariamente eliminado. Puesto que (...) si es muy cierto que los valores siguen siendo totalmente “relativos”, pero de lo que se trata es de saber cómo y respecto a qué. Establezcamos de inmediato lo siguiente: el valor es un elemento del signo; si el signo tomado en sí no es arbitrario, (...) se sigue que el carácter “relativo” del valor no puede depender de la naturaleza “arbitraria” del signo. Puesto que hay que hacer abstracción de la conveniencia del signo con la realidad, con mayor razón se debe considerar el valor únicamente como un atributo de la forma y no de la substancia. A partir de ahí decir que los valores son “relativos” significa que son relativos unos respecto a los otros. ¿Acaso no se encuentra aquí la prueba de su necesidad?”. Más adelante Benveniste agrega: “Aparece entonces que la parte de contingencia inherente a la lengua afecta la denominación en tanto que símbolo fónico de la realidad y en su relación con ella. Pero el signo (...) encierra un significante y un significado cuya nexo debe ser reconocido como necesario (...). El carácter absoluto del signo lingüístico entendido de esta manera ordena a su vez la necesidad dialéctica de los valores en constante oposición y forma el principio estructural de la lengua”.

Es evidente que esta oposición entre estos estudiosos no es una simple paradoja, toca el fondo de la dialéctica como el de la lingüística.

La norma como base de nuestra libertad

Por Carlos Abrego

Resulta extraño que la libertad individual se asocie a la ausencia de ley o que la ley se considere como algo que pone en entredicho la realización del individuo. Hace algunos años un ensayista francés que tuvo fama mundial y que ejerció su autoridad durante algunos lustros y que comienza hoy a olvidarse, me refiero a Roland Barthes, hablaba del “carácter totalitario del lenguaje”. Esto porque el maestro ginebrino Ferdinand de Saussure en su “Curso” sostiene que un individuo es incapaz de cambiar voluntariamente el sistema lingüístico y que existe un nivel en el que apenas si puede tomar una iniciativa o mostrar su creatividad, se refiere al nivel fonológico.

Este subsistema —el fonológico— lo aprendemos sin darnos cuenta y lo usamos tan inconscientemente que apenas si somos capaces de analizarlo sin una previa preparación teórica. Sobre el resto de niveles, aunque también se aprenden de manera inconsciente, podemos con mayor facilidad ejercer nuestra intuición analítica. Sin embargo aún en el campo fonológico no se pierden los factores personales, individuales. Incluso el timbre puede usarse como un identificador, como lo son las huellas dactilares. Nuestros interlocutores nos reconocen, pueden identificarnos, saben determinar nuestro sexo, tal vez la edad y en algunos casos nuestro origen. Hay oídos de tal acuidad que son capaces de determinar el barrio del hablante por la simple entonación. Aunque este aspecto ya no es tan individual. Pero si queremos comprender el funcionamiento del sistema fonológico debemos poner de lado lo más personal de los hablantes y contentarnos de lo que es general, de lo estrictamente necesario para entendernos, de los rasgos distintivos que configuran los fonemas. Sucede, en esto, un proceso complejo de abstracción, en que lo esencial son apenas ciertos contrastes, las famosas oposiciones de las que habló Ferdinand de Saussure, detalladas por primera vez por N. S. Trubetskoy (1980 1938) en sus “Principios de Fonología”.

En el párrafo anterior he mencionado de alguna manera dos fenómenos distintos, uno que queda al exterior del lengua propiamente dicha y el otro que es la base de su funcionamiento. J. Baudouin de Courtenay (1845 – 1929), lingüista ruso-polaco, en realidad polaco que impartió sus cursos principalmente en universidades rusas, Kazan y San Petersburgo, fue uno de los primeros en proponer el estudio de estos fenómenos por separado, por dos “fonéticas descriptivas” distintas, una la que se encargaría de los sonidos en tanto que tales, es decir, considerados en su aspecto físico y su producción fisiológica y la otra en tanto que “señales fónicas empleadas para fines de intercomprensión al interior de una comunidad lingüística”. En estos planteamientos se sobrentiende ya el concepto de fonema. Esta última fonética descriptiva ha recibido el nombre de “fonología”.

Pero los hablantes no están restringidos en sus elecciones únicamente en el nivel fonológico. Es necesario que sus selecciones léxicas se realicen en el “tesoro léxico” que el hablante mismo y su interlocutor tienen en común. Los neologismos son relativamente raros. También sus construcciones sintácticas deben hacerse al interior del repertorio de sintagmas de la lengua. ¿Esto implica obligatoriamente que el individuo sea un ente lingüísticamente oprimido y que viva en libertad condicional?

Siempre aparecen paquetes de cuestiones. En este caso es necesario hablar de la interacción de las normas y la libertad. Es necesario también dilucidar de qué suerte de libertad y de qué tipo de normas estamos hablando. Tocamos aquí algunas determinaciones sociales de los individuos y la acción y reacción de estos últimos frente a lo social. He preferido hablar de normas y no de leyes, aunque a veces se imponga hablar de leyes, incluso que restrinjamos su universalidad y las declaremos estadísticas.

Se entrelazan pues problemas que desbordan los estrictos marcos de la ciencia lingüística y que requieren planteamientos filosóficos. Estos problemas están siempre presentes en los análisis lingüísticos, aunque de manera general se sobrentienden, permanecen tácitos.

Incluso para definir cuál es el punto de partida del análisis es necesario determinar si el acto del habla es un acto eminentemente individual o presupone siempre —como lo señala Roman Jakobson— al interlocutor. Al presuponer al interlocutor se está implicando también lo que hay de común entre ellos y que los habilita a entrar en una relación lingüística, dicho en otros términos, tienen que pertenecer a la misma comunidad lingüística, el acto de habla es ya un acto social.

Las reglas lingüísticas que constriñen al hablante a mantenerse en el interior del sistema lingüístico común, es la base social que nos permite expresarnos y ser entendidos por nuestros interlocutores. Esta doble ventaja que nos permite el lenguaje es la condición misma que posibilita la liberación de los hombres. Es únicamente a través del lenguaje que nosotros podemos afirmar o negar con convicción. “Para esto —nos dice Albert Sechehaye (1870-1946), lingüista suizo— es necesario que el pensamiento y todo lo que asegura su funcionamiento se despliegue en el plano de lo que nosotros llamamos la libertad bajo control de nuestra consciencia individual”.

Tal vez sea necesario recordar que el lenguaje no solamente es manifestación de nuestra humanidad, sino que condición de la misma. Se suele repetir de manera bastante insistente que la lengua es lo propio del hombre. No obstante esto puede significar que ella proviene de no se sabe qué misteriosa naturaleza del hombre. Pero el lenguaje es una creación del género humano que se convirtió condición misma de su humanizacion y de la hominización de los individuos. Esta creación fue paulatina y duró tal vez muchos milenios. Muchas de las características del lenguaje que se consideran universales estaban presentes ya desde el inicio, pues únicamente un sistema fonológico, un sistema paradigmático y sintagmático permiten la manifestación de nuestro pensamiento y condicionan la cooperación entre los hombres. Es con el instrumento, la condición de nuestra liberación del estado animal. Ambos —instrumento y lenguaje— son exteriorizaciones de nuestra consciencia y manifestaciones excentradas de nuestro ser social.

La adecuación del instrumento para los fines materiales que se persiguen, tal vez no alcanza la alta adecuación de los distintas estructuras del lenguaje para los fines que cumplen. El hecho de funcionar de manera inconsciente en aspectos complicados como es la sistemática oposición o contrastividad de los fonemas, la ordenación de contenidos en las estructuras sintácticas y la facilidad de selección de los contenidos semánticos, que nos deja libre la consciencia para elaborar nuestros pensamientos, para construir nuestros proyectos y para expresar nuestras convicciones.

No obstante para no quedarnos en simples generalidades, es necesario afirmar que el individuo no toma las palabras ya con un contenido acabado de una vez por todas. Son los individuos los que en sus actos de habla le van dando contenido particular y concreto al material lingüístico. Es precisamente porque los individuos no ponen en sus afirmaciones contenidos preexistentes en algún limbo intersubjetivo que nuestras afirmaciones pueden individualizarse y ser particulares. La base común existe en cada uno de nosotros, pues esta base nos es trasmitida por las generaciones que nos preceden y constituyen un patrimonio común.

Los distintos niveles del saber lingüístico están condicionados por las diferencias individuales, diferentes condiciones de vida, de aprendizaje, distinta personalidad, distinto origen social, profesión, gustos, diversas relaciones sociales, etc. Todo esto hace que nuestro dominio de las estructuras lingüísticas sea más o menos rico. Los malentendidos que surgen en muchas conversaciones se sustentan justamente de todos estos fenómenos, que hacen que la amplitud o la profundidad del contenido que el locutor le imprime a su mensaje no coincida con las de su interlocutor. Este es el origen de que en nuestras conversaciones recurramos a explicaciones de lo que “en realidad habíamos querido decir”. Y a veces incluso con estas explicaciones no logramos darnos a entender, tal es la distancia social o cultural entre los interlocutores. El hecho de que existe un bagaje común es innegable y es justamente el que nos permite coincidir con otros en el sentido que le damos a nuestros elocuciones.

No obstante la individualidad no se manifiesta solamente en el que emite el mensaje lingüístico, sino que también en el que lo recepciona. El receptor también es activo y su individualidad también se manifiesta en la interpretación de lo que escucha. Es cierto que tanto el locutor como el receptor parten de un conocimiento común, de lo que podríamos llamar lo abstracto en el lenguaje.

En el uso de la lengua siempre partimos de lo abstracto hacia lo concreto. Los fonemas son entidades abstractas. No estoy diciendo irreales, ni ilusorias, ni ideales. Cuando se habla de fonemas no hablamos directamente del fenómeno físico que perciben nuestros oídos. No obstante sabemos que cuando un locutor emite un mensaje se trata de una realización concreta de los fonemas. Es decir que la oposiciones fonemáticas son particularizadas en la voz del hablante. Lo mismo sucede con las palabras (o monemas). Es necesario recurrir al diccionario para conocer el significado general de la palabra, no obstante este significado es simplemente una generalización, lo que de manera general significa tal o cual palabra, es decir, las palabras en los diccionarios están descontextualizadas. La significación concreta difiere mucho de esas definiciones. Y esta diferencia no resulta de un mal uso de la lengua, al contrario, el acto de habla es creativo y concretamente es el único que tiene significación. No existen actos de lengua. La cabal significación de las palabras se manifiesta en la interacción de los hablantes. Es en los actos de habla que surge la evolución misma de la lengua. En la que la originalidad del hablante es sancionada por sus oyentes. Para que una innovación tenga cabida en la lengua es necesario que la comunidad la acepte y la haga suya.

Como hemos visto, partimos de la rigidez de lo sistemático, de lo que nos imponen las generaciones que nos han precedido. Nuestra obediencia a esta imposición es justamente lo que nos permite permanecer dentro de la comunidad, la que nos salva de aislarnos del resto de los hombres. Alguien que se aparte deliberadamente de los diferentes esquemas que componen la lengua, podemos decir que padece de alguna enfermedad síquica, pues lo único que logra es excluirse de la comunidad. Es este uso inconsciente de los esquemas lo que nos permite, ya lo dijimos arriba, manifestar nuestra individualidad y nuestra originalidad. Es lo que fundamenta la posibilidad de nuestra libertad de pensar.

De Altamira a Picasso

Por Carlos Abrego

Una simple frase como la que sigue: « Desde Altamira a Picasso o desde Lascaux a Matisse no ha habido ningún progreso… », implica presupuestos que ofrecen pábulo a largas consideraciones antropológicas, pero también filosóficas. La primera consideración es ¿qué entendemos por progreso? Sobre todo ahora que el progreso se cuestiona de manera sistemática frente a las consecuencias nefastas de la industrialización, que están poniendo en peligro el equilibrio ecológico del planeta. ¿Se habla siempre del mismo progreso? ¿Se trata siempre del mismo concepto?

Si entramos a otra consideración, nos damos cuenta que la frase citada implica también la existencia de un sentimiento estético atemporal, innato, constitutivo de una “naturaleza” humana. La verdad que presupone esta frase, que ahora nos resulta evidente, pero que apenas un siglo antes se hubiera considerado como una simple tontería más, es decir no hace mucho los dibujos del paleolítico —hablo de los albores del siglo pasado— eran vistos simplemente como primitivos balbuceos de la humanidad. En todo caso no se les adjudicaba alguna finalidad estética, se les consideró exclusivamente como muestras hieráticas.

La cuestión del progreso, sin que esto salte a la vista de inmediato, nos lleva a considerar conceptos dialécticos como “contradición” y “proceso”. Tal vez también aparezca aquí un concepto o si se quiere una figura de la contradicción, me refiero a la contradicción “no antagónica”.

Liberaciones sucesivas

El progreso necesariamente tiene para nosotros una connotación positiva. De esta manera el historiador y paleontólogo francés André Leroi-Gourhan al describir, a grandes rasgos, la evolución que va desde el pez al hombre de la era cuaternaria nos habla de una serie de liberaciones: “(...) uno cree asistir a una serie de liberaciones sucesivas: la del cuerpo entero respecto al elemento líquido, la de la cabeza respecto al suelo, la de la mano respecto a la locomoción y la del cerebro a la máscara facial” (la traducción es mía. A. Leroi-Gourhan, Le geste et la parole, Albin Michel, Paris 1964; pág. 40). Inmediatamente el científico francés modera sus palabras diciendo que se trata de un sentimiento construido artificialmente, pues se crea —aislando determinados fósiles— una imagen muy incompleta de la evolución, pero agrega también que existe “una evidencia que ninguna demostración convincente ha logrado mermar, se trata de que el mundo viviente madura de edad en edad y que al hacer la elección de formas pertinentes se saca a la luz una larga pista regularmente ascendiente en la que cada “liberación” marca una aceleración cada vez más considerable” (idem, pág. 41).

Otro científico francés, especialista en genética, Axel Kahn, en su obra “El hombre esa caña pensante...”, nos habla de “masa crítica” y de “reacción en cadena de civilización”, estos términos podemos de alguna manera acercarlos al famoso “salto cualitativo” o si se prefiere a la acumulación cuantitativa que produce el paso a una nueva cualidad, a la resolución de una contradicción. Creo interesante también que en ambos textos escritos por especialistas de diferente ramo y con varias décadas de diferencia, se refieran a una aceleración. Cito: “Hace mucho tiempo el hombre comienza a crear cultura técnica, lítica. Su evolución es extremadamente lenta, pero se acelera poco a poco. Son necesarios de cinco a seis millones de años para pasar de los útiles elementales de los grandes monos a los primeros objetos en piedra tallada del Homo ergaster, hace cerca de dos millones de años. Van a ser necesarios dos millones de años suplementarios para ver aparecer los arcos y las flechas. Serán necesarios luego cinco mil años para inventar el fusil y solamente algunas centenas más para enviar un cohete a Marte con un robot capaz de crear un muestrario de las rocas de ese planeta” (Axel Khan, L’homme, ce roseau pensant...,Nil éditions, París, 2007; pág. 23).

Pero estas dos secuencias que he referido son de alguna manera abstractas. Se trata de procesos descritos a grandes rasgos, que en cada libro cumplen su función de resumen. Y aquí sacadas de su contexto, tienen la apariencia de esquemas. En realidad, cada una de las “liberaciones” de que nos habla Leroi-Gourhan son momentos en una historia que abarca millones de años, lo que significa que esos momentos mismos no son instantes, sino que siglos, tal vez milenios, son momentos ricos en múltiples interacciones, en las que de manera superlativa abundan los posibles. Muchos son los posibles que se realizan, algunos perecen, otros sobreviven y se desarrollan creando la ininterrumpida cadena que nos conduce hasta hoy. Si pensamos esta secuencia a partir del fin, fácilmente se cae en la ilusión que este fin se ha perseguido de manera voluntaria. No obstante en esos momentos en los que se gestan las “liberaciones” no existe ninguna voluntad precisa, ningún plan preconcebido, ningún fin inmanente, la teleología es mera ilusión.

De la contradicción al proceso

La historia es lo que sucede en el tiempo que pasa, es un movimiento productivo de algo que no estaba ahí al principio, de lo nuevo. Este movimiento es creador también de pasado. Lo existente tiende a persistir, a mantenerse y al mismo tiempo es lo que contiene lo que advendrá. El pasado determina el devenir y el futuro subsume (contiene) al pasado, pero al mismo tiempo lo que acaece suprime lo existente y lo torna pasado. Pero esto no acontece únicamente en el pensamiento, sino que en primer lugar en la realidad concreta. Es en lo concreto que funcionan las múltiples determinaciones y en donde existe la pugna entre lo que aspira a ser y lo que es. Se puede expresar esto mismo diciendo que lo existente es la contradicción entre la permanencia y el cambio. La resolución o supresión de la contradicción es la que crea la nueva realidad.

Es la sucesión de resoluciones de las múltiples contradicciones la que crea el proceso. Pero esto es lo universal, lo común a todos los procesos particulares y lo que es, lo existente es lo particular, lo concreto. Pero en la historia existe sólo la múltiple interacción de particulares. Pero esta interacción no produce simplemente nuevas particularidades, sino que un nuevo estado superior, en que las determinaciones particulares, en que las interacciones poseen mayor universalidad.

De forma tumultuosa

Tal vez para no perder el hilo, se impone regresar a la frase con que inicié este artículo. La apreciación de nuestros contemporáneos ante los dibujos de los hombres primitivos del paleolítico ha dado un vuelco, se ha trasformado. Y no se trata tanto de saber si ha habido “progreso” desde aquellos dibujos hieráticos hasta la pintura actual, sino de saber qué ha cambiado en el mundo de hoy que nos permite considerar los dibujos de Lascaux y de Altamira desde un punto de vista estético y conferirles un valor estético.

Primero hubo una revalorización del arte “nègre” —así se le llamó en Europa al arte africano— por parte de los artistas europeos pertenecientes a las corrientes de vanguardia (Dadaismo, Surrealismo, etc). Pero no sólo hubo revalorización, sino que también influencia en el pintura y la escultura europeas de ese arte, que dejó de considerarse “primitivo” o simple producto de artesanía un tanto folclórica. Incluso la influencia es tal que ciertas similitudes lindan a veces con el simple plagio. Esta revalorización implica al mismo tiempo una incorporación de nuevas formas y nuevos valores en las apreciaciones estéticas modernas. Esta nueva estética va a extender su mirada hacia objetos que antes no cabían en su horizonte. Se crea pues con lo que podríamos llamar también y lo es de cierta manera, el descubrimiento del arte africano, un cambio cualitativo que obligó a redefinir los límites de lo que se consideraba arte y al mismo tiempo abría una brecha, en cierta medida, a la visión eurocentrista del arte y replanteaba los criterios. Esta revalorización no es solamente parcial, hacia el arte africano, sino también retrospectivo y se produce un reacomodamiento, el pasado es revisitado con la nueva visión y el arte occidental rompe con los cánones que dominaban hasta entonces.

El cambio tiene lugar directamente en la práctica artística, en sus modos de realizarse (formas nuevas y nuevos materiales), presentarse y exhibirse. El cambio se da en forma tumultuosa. La antigua visión no cede su lugar fácilmente, se debate y lucha. Algunas manifestaciones son simplemente reprimidas, algunas publicaciones son censuradas. El cambio no se da de un solo golpe. Los factores (las determinaciones) se van acumulando de a poco, hasta llegar el momento que la nueva visión se vuelve dominante.

El panorama que he trazado es también un esquema. También influyen la guerra, la revolución social, los cambios económicos, la aparición de nuevos medios de comunicación, etc. Las interacciones son siempre múltiples, cada realidad concreta es compleja, está sumergida entre varias relaciones, es parte de múltiples contradicciones.

jueves, 13 de septiembre de 2007

En construcción

Estimados amigos:

Es aquí en donde seguiré publicando mis artículos relativos a la lingüística y mis comentarios literarios.

Tal vez sea aquí donde publique uno que otro de mis escritos literarios.
 
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