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miércoles, 24 de marzo de 2010

Metáfora 2

La primera observación que me atrevo a hacer es la siguiente: en todo este pasaje en el que Aristóteles nos ofrece su definición de metáfora, no encuentro base para afirmar que se trata de una comparación oculta o abreviada, como lo sostienen muchas “poéticas” y “retóricas” modernas, aduciendo para ello la herencia aristotélica. El filósofo griego nos dice que esta figura consiste en dar un nombre a un objeto que pertenece a otro. Se trata de la trasferencia de una palabra, con un significado diferente respecto al original. Cuando habla de analogía se refiere a la posibilidad de intercambiar los términos de las proposiciones.

Otra observación —que me parece muy pertinente— es la que hace Michel Magnien, en una nota sobre esta definición, en su edición de La Poética (Livre de Poche, París, 1990). En ella nos advierte que en aquella época, al igual que los términos gramaticales, los de la retórica y la poética aún no estaban firmemente establecidos, eran fluctuantes. Aristóteles, nos dice Magnien, emplea la palabra metáfora con una amplitud mayor de que la que tuvo al final de la Antigüedad y para sus herederos, los modernos. Para nosotros solamente la última “transferencia”, implicada por la relación de analogía que existe entre el elemento comparado y el elemento comparante (la vejez) es una metáfora. Los otros deslizamientos y los ejemplos dados constituyen en realidad, ya sea metonimias, ya sinécdoques (la relación de causa a efecto, de conteniente por contenido, el lugar por la cosa, el signo por la cosa, etc.). El ejemplo del bronce y la espada, nos dice Magnien, es una sinécdoque.

No obstante para el lingüista ruso Aleksandr Afanasievich Potebña (А. А. Потебня, 1835-1891) solamente la relación de género a género es metonimia y las dos primeras son sinécdoques (del género a la especie y de la especie al género). Tanto el lingüista ruso, como el retorista francés concuerdan en que únicamente la cuarta figura es una verdadera metáfora.

A. A. Potebña sigue su comentario de este famoso pasaje y nos dice que Gustav Gerber (eslavista alemán, 1820 – 1901) extiende a los otros tropos (metonimia y sinécdoque) la opinión de Aristóteles sobre la posibilidad del doble reemplazo de los miembros correspondientes de las ecuaciones que ha aplicado para la metáfora. Un ejemplo dado por Gerber es la posiblidad de aplicar a los rayos del sol, por el hecho de que el astro lanza sus rayos, la palabra flecha y decir que “el sol arroja sus flechas”, pero Potebña no ve como se puede concebir un arco arrojando luminosos y ardientes rayos. En la sinécdoque se puede decir “el hombre es inmortal” ( hombre = los humanos), pero no se puede decir “los humanos entraron al cuarto” en lugar de “este hombre”.

“El raciocinio de Aristóteles —nos dice Potebña—sobre el doble intercambio de los miembros de las proporciones en la metáfora fuera justo, si en la lengua y en la poesía no existiera una determinada dirección del conocer, a partir de lo conocido hacia lo desconocido; si la conclusión por analogía en la metáfora fuera simplemente un juego gratuito de desplazamiento de magnitudes previamente dadas y no la adusta búsqueda de la verdad”.

El lingüista ruso insiste en este sentido y nos da un ejemplo muy interesante: “En realidad este juego de desplazamiento es un caso raro, posible sólo con metáforas ya listas. La metáfora necesaria, la buena metáfora surge siempre del caso, que en Aristóteles es como si fuera una excepción, precisamente cuando (hablando de manera esquemática) se da una proporción con el cuarto elemento desconocido: a : b = c : x. Aquí a : b es lo antes conocido, por ejemplo el agua y sus gotas. Esto constituye una base firme para el conocimiento a venir. Luego entra en el pensamiento la piedad (el sentimiento) y se cuestiona, cómo entender, cómo representarse, cómo nombrar un grado suave de este sentimiento. La respuesta es “la gotas de la piedad” (Pushkin) en la compresión posterior, en la compresión estrictamente poética se establecen las relaciones: agua : gotas = piedad : gotas de la piedad; en el anterior estado mítico del pensamiento se trata de una ecuación de la segunda relación con la primera: piedad = agua (basándose, tal vez, en que la piedad genera lágrimas, y con esto otra vez la ecuación lágrimas = piedad). Sin embargo de esto, de ningún modo, se infiere que para la segunda relación era necesario el esclarecimiento de la primera; puesto que en la primera relación no existe un grandor desconocido”.

Me parece útil y extremadamente original este modo de cuestionar la descripción aristotélica del surgimiento y funcionamiento de la metáfora.

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