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lunes, 17 de septiembre de 2007

El signo lingüístico: materia y forma

Por Carlos Abrego

Toda determinación es negación (Benito Espinoza)

Voy a considerar al signo en tanto que la unidad básica, como la unidad indivisible que conserva lo esencial de las propiedades del objeto global, el lenguaje. No es necesario insistir que adhiero a la “bipartición” saussuriana del signo lingüístico. Dicho de otro modo, que al signo lo configuran dos entidades distintas: el significante y el significado. No obstante ninguna de estas dos entidades puede considerarse como independiente y autónoma, tampoco tomadas por separado pueden brindarnos ayuda para aclarar la verdadera función del signo, ni elucidar cuál es el verdadero funcionamiento del lenguaje. Respecto a esto es necesario ir aún más lejos: incluso mi formulación de que el signo “está compuesto de dos entidades distintas” me parece errónea, el término mismo “bipartición” es necesario reemplazarlo —como ya lo han hecho muchos— por bifacial. En realidad el signo lingüístico es un todo integral, el significante y el significado no resultan de una posible o virtual existencia afuera del signo, sino del ángulo del cual se les observa. Esto último no significa que el significante y el significado sean simples abstracciones, sin existencia real, meros productos de la investigación.


Creo estar al unísono con muchos si afirmo que el signo es una relación humana, aunque en realidad sea un paquete de relaciones. El signo se sitúa en el centro de la instancia enunciativa. Esta comprende a los hablantes, al contenido de lo que se dice y el medio de comunicación utilizado.

En el centro, jugando un papel fundamental, se encuentra la manifestación material de la actividad articulatoria. No es para complicar la nota que nombro de esta manera a los sonidos (vibraciones sonoras). Más adelante se verá el papel que juegan las actividades articulatoria y auditiva.

Los diferentes sonidos de los hombres en tanto que tales son el producto de la actividad articulatoria de individuos diferentes, son el resultado de articulaciones diferenciadas por su carácter individual: la voz es una de las características más personales de los hombres. En las características de la voz interfieren el grosor muscular de la cuerdas bucales, de la garganta, el grandor de las diferentes cavidades de resonancia, etc.

La voz en tanto que sonido, mientras no ha recibido una determinación formal, es completamente indiferente (ajena) al lenguaje.

Roman Jacobson nos dice en “Lenguaje infantil y afasia” (pág. 31-32) que: “Un niño es capaz de articular en su balbuceo una suma de sonidos que nunca se encuentran reunidos a la vez en una sola lengua: consonantes con puntos de articulación variadísimos, palatales, redondeadas, silbantes africadas, clics, vocales complejas, diptongos, etc. Según observadores con formación fonética, y como lo resume perfectamente Gregoire (...), el niño es en la cumbre de su período de balbuceo, “capaz de producir todos los sonidos imaginables”. Pero todos son indiferentes, ajenos al lenguaje, pues aún no están dotados de una determinación formal.

Esta determinación es una relación particular entre los participantes del acto comunicativo que se manifiesta en los fonemas. Y lo que va a contar para los hablantes, como para la lingüística, ya no es el sonido en tanto que fenómeno físico natural, sino en tanto que determinación formal.

El sonido entra en el ámbito lingüístico cuando ha recibido una determinación formal, constituyendo entonces la base material a través de la cual se manifiesta de manera inmediata una relación lingüística determinada: el fonema (más ampliamente el significante). Esta determinación es la capacidad que tienen los fonemas para cada miembro de una comunidad lingüística, de darle consistencia sonora a las formas lingüísticas y de diferenciarlas entre sí.

Los fonemas son las unidades indivisibles de la lengua que sirven para formar signos y para distinguir sus aspectos sonoros. Tomemos el caso de la palabra ‘paso’ que está compuesta por cuatro fonemas /p/, /a/, /s/ y /o/, diferenciándose de ‘pasito’ (que tiene dos fonemas más). Cada uno de los fonemas cumple una función distintiva en la lengua, cada fonema se opone a las otras unidades sonoras de la lengua presentes en otros signos. Los aspectos sonoros de las formas verbales se distinguirán mutuamente en que en uno encontraremos una unidad sonora (fonema) y en el otro otra, opuesta a la primera: ‘paso’ /p/ /aso/, ‘vaso’ /b/ /aso/, ‘caso’ /k/ /aso/, etc. Al efectuar esta operación, de intercambiar los sonidos y al constatar que existe un cambio de sentido, podemos afirmar que estamos ante un fonema.

El significante es el sonido ya no en su totalidad, en su modo de existencia inmediata, particular y natural, individualizada, sino el sonido vuelto forma, el sonido que se ha vuelto la materia propia del lenguaje.

En tanto que fonemas, los sonidos son el producto de una fonación indiferenciada, es decir una articulación en la que desaparecen todas las características individuales de los hablantes. La articulación que emite fonemas es una articulación general (abstracta). Aquí de algún modo nos referimos a una afirmación de F. De Saussure en su “Curso” (pág. 26): “La cuestión del aparato bucal es pues secundario en el problema del lenguaje”. Observemos, de pasada, que secundario no significa sin importancia.

Aquí, me refiero, además de la infinita multiplicidad de aparatos bucales diferentes entre sí y por ende a la misma multiplicidad de articulaciones concretas, también a la posibilidad (actual) de producir y reproducir fonemas afuera de la fisionomía humana: todo tipo artificial de reproducción e imitación de la voz humana (discos de toda clase, bandas magnéticas, vibraciones sonoras obtenidas eléctricamente, etc.).

La determinación formal que constituye el fonema vuelve iguales a todas las voces, indiferenciándolas, confiriéndoles un carácter social. Me refiero al hecho de que poco importa si es una mujer o un hombre quien habla, o un niño, un anciano o un joven, un barítono, un tenor, una soprano, un hombre rico o pobre, sabio o ignorante, hable en voz alta o en susurros, etc. Lo que importa son los rasgos diacríticos de los fonemas. Es la presencia de estos rasgos que vuelve al producto de la fonación en un fonema.

En lo que concierne a los participantes del acto de comunicación, de manera personal, todas las características arriba enumeradas pueden tener suma importancia e interferir fuertemente en todos los aspectos concretos del acto de comunicación.

La fonación que emite fonemas debe de cumplir con otro requisito. La fonación tiene que ser parte de un acto de comunicación en una lengua determinada. En efecto no basta con que un sonido tenga tal o cual configuración, tales o cuales rasgos, además tiene que pertenecer a un sistema determinado. F. de Saussure expresa esto de manera un tanto paradojica: “Chaque idiome compose ses mots sur la base d’un système d’éléments sonores dont chacun forme une unité nettement délimitée et dont le nombre est parfaitement déterminé. Or ce qui les caractérise, ce n’est pas, comme on pourrait le croire, leur qualité propre et positive, mais simplement le fait qu’ils ne se confondent pas entre eux. Le phonèmes sont avant tout des entités oppositives, relatives et négatives» (CGL, p. 164). (« Cada idioma compone sus palabras sobre la base de un sistema de elementos sonoros , cada uno de los cuales forma una unidad netamente delimitada, y cuyo número está perfectamente determinado. Ahora bien, lo que les caracteriza no es, como podría pensarse, su cualidad propia y positiva, sino simplemente el hecho de que no se confunden entre sí. Los fonemas son, ante todo, entidades opositivas, relativas y negativas”, CGL, Akal Editor, Madrid, 1980, traducción de Mauro Armiño).

Para poder cumplir con su función de darle a cada forma verbal su propia configuración y diferenciarla de las otras, los fonemas deben tener su propia configuración, sus propiedades y a partir de ello ser distintos, diferenciarse entre sí. La función distintiva de los fonemas reposa en su carácter determinado. Cada fonema se determina oponiéndose a todos y cada uno del resto de fonemas de una lengua dada. Sin embargo al mismo tiempo para que el sistema funcione necesariamente las oposiciones tienen que ser constantes y esta constancia (permanencia) reposa en las propiedades intrínsecas de cada fonema, en su propia identidad.

Al incluir obligatoriamente la fonación en el acto de comunicación, además de señalar su direrencia entre sí, deseo indicar también que la audición oye fonemas, que los percibe en la infinita diversidad de las voces humanas. El fonema es una fonación determinada que produce un sonido con rasgos distintivos propios que se opone a otros y que es percibido (reconocido) como tal por la audición. Se trata de un saber complejo, dual, un saber de emisión y audición.

Por consiguiente el significante es materia lingüísticamente configurada, es materia y forma o forma y materia. Algunos insisten en que el fonema no es materia (substancia), en que es forma pura o mera forma. Como se puede concluir por lo que he expuesto, para mí (no solamente para mí, hay eminentes lingüistas que no excluyen la materia de la lengua) el fonema es materia configurada, es materia que se ha vuelto forma. Dicho de otra manera: el fonema es sonido (materia) que tiene una forma determinada. Lo he dicho arriba y en esto sigo a la doctrina actual del signo lingüístico, para los hablantes lo que cuenta no es la totalidad del sonido, sino aquellos rasgos que lo vuelven una relación lingüística, rasgos relevantes no desde el punto de vista fonético, sino desde su capacidad para diferenciar los signos entre sí y como partes constitutivas y constituyentes del signo.

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