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lunes, 17 de septiembre de 2007

De Altamira a Picasso

Por Carlos Abrego

Una simple frase como la que sigue: « Desde Altamira a Picasso o desde Lascaux a Matisse no ha habido ningún progreso… », implica presupuestos que ofrecen pábulo a largas consideraciones antropológicas, pero también filosóficas. La primera consideración es ¿qué entendemos por progreso? Sobre todo ahora que el progreso se cuestiona de manera sistemática frente a las consecuencias nefastas de la industrialización, que están poniendo en peligro el equilibrio ecológico del planeta. ¿Se habla siempre del mismo progreso? ¿Se trata siempre del mismo concepto?

Si entramos a otra consideración, nos damos cuenta que la frase citada implica también la existencia de un sentimiento estético atemporal, innato, constitutivo de una “naturaleza” humana. La verdad que presupone esta frase, que ahora nos resulta evidente, pero que apenas un siglo antes se hubiera considerado como una simple tontería más, es decir no hace mucho los dibujos del paleolítico —hablo de los albores del siglo pasado— eran vistos simplemente como primitivos balbuceos de la humanidad. En todo caso no se les adjudicaba alguna finalidad estética, se les consideró exclusivamente como muestras hieráticas.

La cuestión del progreso, sin que esto salte a la vista de inmediato, nos lleva a considerar conceptos dialécticos como “contradición” y “proceso”. Tal vez también aparezca aquí un concepto o si se quiere una figura de la contradicción, me refiero a la contradicción “no antagónica”.

Liberaciones sucesivas

El progreso necesariamente tiene para nosotros una connotación positiva. De esta manera el historiador y paleontólogo francés André Leroi-Gourhan al describir, a grandes rasgos, la evolución que va desde el pez al hombre de la era cuaternaria nos habla de una serie de liberaciones: “(...) uno cree asistir a una serie de liberaciones sucesivas: la del cuerpo entero respecto al elemento líquido, la de la cabeza respecto al suelo, la de la mano respecto a la locomoción y la del cerebro a la máscara facial” (la traducción es mía. A. Leroi-Gourhan, Le geste et la parole, Albin Michel, Paris 1964; pág. 40). Inmediatamente el científico francés modera sus palabras diciendo que se trata de un sentimiento construido artificialmente, pues se crea —aislando determinados fósiles— una imagen muy incompleta de la evolución, pero agrega también que existe “una evidencia que ninguna demostración convincente ha logrado mermar, se trata de que el mundo viviente madura de edad en edad y que al hacer la elección de formas pertinentes se saca a la luz una larga pista regularmente ascendiente en la que cada “liberación” marca una aceleración cada vez más considerable” (idem, pág. 41).

Otro científico francés, especialista en genética, Axel Kahn, en su obra “El hombre esa caña pensante...”, nos habla de “masa crítica” y de “reacción en cadena de civilización”, estos términos podemos de alguna manera acercarlos al famoso “salto cualitativo” o si se prefiere a la acumulación cuantitativa que produce el paso a una nueva cualidad, a la resolución de una contradicción. Creo interesante también que en ambos textos escritos por especialistas de diferente ramo y con varias décadas de diferencia, se refieran a una aceleración. Cito: “Hace mucho tiempo el hombre comienza a crear cultura técnica, lítica. Su evolución es extremadamente lenta, pero se acelera poco a poco. Son necesarios de cinco a seis millones de años para pasar de los útiles elementales de los grandes monos a los primeros objetos en piedra tallada del Homo ergaster, hace cerca de dos millones de años. Van a ser necesarios dos millones de años suplementarios para ver aparecer los arcos y las flechas. Serán necesarios luego cinco mil años para inventar el fusil y solamente algunas centenas más para enviar un cohete a Marte con un robot capaz de crear un muestrario de las rocas de ese planeta” (Axel Khan, L’homme, ce roseau pensant...,Nil éditions, París, 2007; pág. 23).

Pero estas dos secuencias que he referido son de alguna manera abstractas. Se trata de procesos descritos a grandes rasgos, que en cada libro cumplen su función de resumen. Y aquí sacadas de su contexto, tienen la apariencia de esquemas. En realidad, cada una de las “liberaciones” de que nos habla Leroi-Gourhan son momentos en una historia que abarca millones de años, lo que significa que esos momentos mismos no son instantes, sino que siglos, tal vez milenios, son momentos ricos en múltiples interacciones, en las que de manera superlativa abundan los posibles. Muchos son los posibles que se realizan, algunos perecen, otros sobreviven y se desarrollan creando la ininterrumpida cadena que nos conduce hasta hoy. Si pensamos esta secuencia a partir del fin, fácilmente se cae en la ilusión que este fin se ha perseguido de manera voluntaria. No obstante en esos momentos en los que se gestan las “liberaciones” no existe ninguna voluntad precisa, ningún plan preconcebido, ningún fin inmanente, la teleología es mera ilusión.

De la contradicción al proceso

La historia es lo que sucede en el tiempo que pasa, es un movimiento productivo de algo que no estaba ahí al principio, de lo nuevo. Este movimiento es creador también de pasado. Lo existente tiende a persistir, a mantenerse y al mismo tiempo es lo que contiene lo que advendrá. El pasado determina el devenir y el futuro subsume (contiene) al pasado, pero al mismo tiempo lo que acaece suprime lo existente y lo torna pasado. Pero esto no acontece únicamente en el pensamiento, sino que en primer lugar en la realidad concreta. Es en lo concreto que funcionan las múltiples determinaciones y en donde existe la pugna entre lo que aspira a ser y lo que es. Se puede expresar esto mismo diciendo que lo existente es la contradicción entre la permanencia y el cambio. La resolución o supresión de la contradicción es la que crea la nueva realidad.

Es la sucesión de resoluciones de las múltiples contradicciones la que crea el proceso. Pero esto es lo universal, lo común a todos los procesos particulares y lo que es, lo existente es lo particular, lo concreto. Pero en la historia existe sólo la múltiple interacción de particulares. Pero esta interacción no produce simplemente nuevas particularidades, sino que un nuevo estado superior, en que las determinaciones particulares, en que las interacciones poseen mayor universalidad.

De forma tumultuosa

Tal vez para no perder el hilo, se impone regresar a la frase con que inicié este artículo. La apreciación de nuestros contemporáneos ante los dibujos de los hombres primitivos del paleolítico ha dado un vuelco, se ha trasformado. Y no se trata tanto de saber si ha habido “progreso” desde aquellos dibujos hieráticos hasta la pintura actual, sino de saber qué ha cambiado en el mundo de hoy que nos permite considerar los dibujos de Lascaux y de Altamira desde un punto de vista estético y conferirles un valor estético.

Primero hubo una revalorización del arte “nègre” —así se le llamó en Europa al arte africano— por parte de los artistas europeos pertenecientes a las corrientes de vanguardia (Dadaismo, Surrealismo, etc). Pero no sólo hubo revalorización, sino que también influencia en el pintura y la escultura europeas de ese arte, que dejó de considerarse “primitivo” o simple producto de artesanía un tanto folclórica. Incluso la influencia es tal que ciertas similitudes lindan a veces con el simple plagio. Esta revalorización implica al mismo tiempo una incorporación de nuevas formas y nuevos valores en las apreciaciones estéticas modernas. Esta nueva estética va a extender su mirada hacia objetos que antes no cabían en su horizonte. Se crea pues con lo que podríamos llamar también y lo es de cierta manera, el descubrimiento del arte africano, un cambio cualitativo que obligó a redefinir los límites de lo que se consideraba arte y al mismo tiempo abría una brecha, en cierta medida, a la visión eurocentrista del arte y replanteaba los criterios. Esta revalorización no es solamente parcial, hacia el arte africano, sino también retrospectivo y se produce un reacomodamiento, el pasado es revisitado con la nueva visión y el arte occidental rompe con los cánones que dominaban hasta entonces.

El cambio tiene lugar directamente en la práctica artística, en sus modos de realizarse (formas nuevas y nuevos materiales), presentarse y exhibirse. El cambio se da en forma tumultuosa. La antigua visión no cede su lugar fácilmente, se debate y lucha. Algunas manifestaciones son simplemente reprimidas, algunas publicaciones son censuradas. El cambio no se da de un solo golpe. Los factores (las determinaciones) se van acumulando de a poco, hasta llegar el momento que la nueva visión se vuelve dominante.

El panorama que he trazado es también un esquema. También influyen la guerra, la revolución social, los cambios económicos, la aparición de nuevos medios de comunicación, etc. Las interacciones son siempre múltiples, cada realidad concreta es compleja, está sumergida entre varias relaciones, es parte de múltiples contradicciones.

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