Definición platónica de función
Heredé
un viejo y apolillado ejemplar de “La República” de Platón, lo
adquirí allá por los ochenta en una venta organizada por la
Biblioteca de la Escuela de Estudios Hispano-americanos de la rue
Saint Guillaume. Tuve mejor suerte con las Obras Completas de Nicolás
Guillén y algunas novelas de Alejo Carpentier. Estas últimas las he
conservado hasta ahora y las uso mucho. El ejemplar de “La
República” quedó destartalado en mis primeros intentos de
consulta. Irremediablemente fue sepultado en el tacho de la basura,
con mucho dolor fetichista. Mi primera y parcial lectura de esta obra
platónica fue en ruso y remonta a los años sesenta, en Moscú.
Una
amiga con mucha imprudencia, en una conversación rimó el sintagma
‘República de Platón’ con ‘Macrón’, era una broma, pero me
dejó muy pensativo y huérfano de todo comentario, pues me bastaron
fragmentos de segundos para darme cuenta que de esa obra no tenía un
recuerdo firme y circunstanciado, ni siquiera para aderezar la
conversación agregando otra bromita. Como en estos días ando de
lecturas platónicas, algunos diálogos como el Gorgias, el
Protágoras, el Eutidemo y otros, además que encontré a buen precio
la obrita poco citada de Aristóteles, “Etica a Eudemo”, me fui a
desenterrar “La République” de Platon. Mis lecturas platónicas
y aristotélicas son en francés. Lo que es normal viviendo en
Francia, no obstante esto me trae un sinfín de contrariedades cuando
quiero en mis artículos citar algunas de mis lecturas, pues no tengo
a mano las versiones españolas. Busco entonces en la tela de araña
cibernética alguna traducción a nuestra lengua. A veces hay en
variantes en pdf
y
puedo descargarlas y utilizarlas con comodidad y hacer rápidas
buscas.
Ya
una vez conté las divergencias que encontré entre la versión
francesa y portuguesa con la traducción española de una carta de
Marx a un corresponsal alemán, Wilhelm Bracke, en realidad se trata
de una frase adverbial, pero que ha dado pábulo hasta para crear un
término “movimientismo” aplicado al Foro Social Mundial y a
otros organizaciones sociales. En esta ocasión me he topado con un
caso similar, llevaba ya unas cuantas decenas de páginas leídas y
en un rinconcito de mis neuronas me pellizcaba una definición de
Platón de función,
que está en el Primer Libro de “La República” (352e-353d). La
busqué de nuevo y me pareció que Platón señala un aspecto mayor
de la función y que aunque no sea especialista en Platón, ni perito
en las definiciones de ‘función’, no tengo memoria que se
refieran a la defición en cuestión. La he buscado en léxicos de la
filosofía de Platón y no la he encontrado, en artículos que se
refieren a las funciones del Alma no aluden a la definición
platónica de ‘función’ y Platón (Sócrates) mantiene todo ese
debate con Trasímaco previamente a discurrir sobre las funciones del
Alma, como un previo.
Quise
hablar de ella porque se acomoda a lo que sostengo sobre la función
fundamental del lenguaje, la comunicación. Busqué entonces una
traducción al castellano, encontré una versión en pdf
y
busqué la palabra “función” y el buscador me dice en un dos por
tres que esa palabra no se encuentra en todo en el texto. Viene en la
amplia Introducción de Manuel Fernández-Galeano y en las notas de
ésta. La palabra función que aparece sobre todo en las notas no se
refiere al pasaje que quería comentar. Busqué el pasaje guiado por
la numeración internacional de la obra y me doy cuenta que el
traductor al castellano no concuerda con la traducción al francés,
en vez de ‘función” me he topado con la palabra ‘operación’,
como se darán cuenta una y otra palabra son distintas en su
significación. Una función puede ejecutarse realizando determinadas
operaciones, pero no las hace coincidir en su significado, ni en su
papel práctico.
Me
entraron dudas muy fuertes, será que la palabra griega tenga doble
uso, eso puede suceder. Además por la influencia latina en los
estudios platónicos y la de Santo Tomás es posible que la palabra
‘función’ aparece tanto en las traducciones en francés, como en
italiano. En todo caso mis escrúpulos no me permitían variar la
traducción que tenía en manos. Pero no me iba a dar por vencido y
milagrosamente opté por lo más fácil y lo más honesto, busqué
otra traducción y al llegar al pasaje en cuestión mi júbilo fue
inmenso, en la nueva traducción el traductor usaba la palabra
“función”.
La
definición en cuestión es lapidaria, aunque no viene en la forma de
“la función es…”. Sale del diálogo, envuelta primero en una
pregunta socrática y luego de una serie de preguntas y respuestas
llega a ella:
“—Ahora,
yo pienso, comprenderías mejor lo que antes decía preguntando si no
sería la función de cada cosa la que obra sola o mejor que las
demás”.
En
el texto platónico vienen los ejemplos de los ojos cuya función es
ver, la vista, la de los oídos, oír, la audición. En estos casos
la función es única y sólo esos órganos pueden ejecutarlas. Pero
es que en la definición viene “sola o mejor”. Están estos
ejemplos en que la función ni siquiera puede existir en otra parte
que en los ojos y los oídos. Pero cuando se dice “mejor”
presupone que existe variedad posible de ejecuciones y Platón da
otro ejemplo:
“—¿Y
qué?, ¿cortarías el sarmiento de una viña con un cuchillo, una
lanceta y muchos otros [instrumentos]?
“—¿Por
qué no?
“—Pero
con ningún otro, creo, lo harías tan bien como con una podadera que
fue hecha para eso.
—Verdaderamente”.
Pero
hay algo que ha quedado afuera del diálogo con Trasímaco, el
cuchillo puede cortar el sarmiento, pero no es lo que mejor ejecuta,
para cortar el sarmiento está la podadera. Tal vez alguna vez la
podadera podrá remplazar al cuchillo, pero no se hará mejor que con
el cuchillo.
Les
dejo hasta aquí, sin otro comentario, ni su aplicación a la función
comunicativa del lenguaje. Sobre esto pierdan cuidado voy a volver
obligadamente.
La función del lenguaje
Sigo con el tema de la función: un aspecto de todo este tema es distinguir perfectamente cuál es la conexión entre función y funcionamiento. La proximidad etimológica evita cuestionar este nexo. La función en realidad se puede entender como la misión que le adjudicamos a una cosa, su destinación, es decir para qué sirve. El funcionamiento es la puesta en marcha del mecanismo interno de la cosa para conseguir nuestro objetivo, para que la cosa cumpla con su función.
Este
mecanismo interno es lo que Platón hacia el final del primer libro
de “La República” nombra “virtud” y que en nuestro lenguaje
actual llamaríamos “cualidad o cualidades”. Aunque nuestros
diccionarios modernos conservan el significado que usaban los
antiguos y lo ponen como el primero, así lo hacen los académicos y
también María Moliner, “Actividad o fuerza de las cosas para
producir o causar sus efectos”, reza el DRAE. El célebre lingüista
francés André Martinet nos dice en su libro “Fonction et
dynamique des langues”, Armand Colin, 1989, París: “No obstante
hay que entender bien que el funcionamiento lingüístico, como todo
funcionamiento, es una sucesión de causas y efectos” (pp. 27, la
trad. es mía). Las causas son la ejecución y los efectos son la
consecución del objetivo, que en definitiva es la función de la
cosa.
Desde
el inicio de la humanidad, desde los primeros instrumentos de piedra
surgió esta combinación estrecha entre lo que se proponían los
hombres primitivos y la manera de conseguirlo. Partir una piedra con
otra fue tal vez la primera función que se propusieron, fue su
objetivo, su deseo, pero luego llegó la creación (el invento) del
martillo que combinó el mazo con el mango. La eficacidad del golpe
es proporcional a la fuerza del brazo y del peso de la piedra (con
todos los riesgos para los dedos de la mano). El mango multiplica la
fuerza y la efectividad. El golpe en los primeros tiempos fue
totalmente vertical. El que inventó el martillo de piedra fue tal
vez el primer sabio y un científico empírico. Su proyección para
idearlo incorporó un conocimiento práctico, el movimiento del brazo
y de la mano, al alargar la distancia entre la mano y el mazo aumentó
la fuerza del instrumento. En esto que acabo de escribir, he descrito
la formación de la cualidad, de la virtud del martillo. En la
cualidad se encierra el funcionamiento, que es la sucesión de las
causas y los efectos. La función también está en la virtud y está
doblemente como rectora de la acción y como finalidad, como objetivo
de la acción, estos dos momentos forman un todo.
El
invento del martillo es tan genial que este instrumento sigue
existiendo en su forma inicial y en nuevas formas, incluso
incorporado en otros instrumentos.
Si
ahora dejamos de lado el martillo y volvemos al lenguaje, si nos
preguntamos cuál es la función que le hemos designado, veremos que
lo que hemos dicho sobre el martillo lo podemos repetir. El lenguaje
responde a un cometido, a una necesidad, responde a una función:
comunicar, dar y pedir información y para obtenerlo debemos procurar
darnos a entender, lo necesitamos. Que tanto los instrumentos, como
la lengua nos sirven para conseguir los objetivos que nos hemos
propuesto, ha dado por resultado que muchos han llamado a las lenguas
(o al lenguaje en general) instrumento de la comunicación. Pero esta
analogía deja de lado diferencias esenciales, una de ellas es que
los instrumentos los inventamos, mientras que las lenguas las
aprendemos.
Es
cierto que una vez ya inventado el instrumento necesitamos aprender a
usarlo. Pero el aprendizaje de la lengua es una interiorización, su
existencia es tanto interna como externa, pues su uso es producir
sonidos que salen de nosotros para alcanzar los oídos de nuestros
interlocutores. La existencia externa de la lengua no es permanente,
los sonidos se desvanecen. Aristóteles en las primeras páginas de
su Organon, en Categorías nos dice que en lo que concierne al discurso ninguna
de sus partes puede tener posición, ya que nada subsiste. Este modo
de ser del lenguaje, es decir su carácter efímero en el tiempo
también lo ha señalado Ferdinand de Saussure en “Ecrits de
linguistique générale” (pp. 32). Este es uno de los aspectos más
peliagudos para abordarlo, pues la posición de la que Aristóteles
nos dice que carece el discurso, plantea el problema de su modo de
existencia. Sobre este problema volveremos en otra oportunidad y para
tratar de resolverlo nos ayudaremos con los aportes y reflexiones del
pensador francés Lucien Sève. Aclaro desde ya que este último
problema entrará como un capítulo aparte de un estudio sobre el
lenguaje que me propongo por fin escribir.
La función del sonido y nuestra naturaleza
Prosigo con el tema de la
función, no obstante me veo obligado a dar un paso hacia atrás y
reparar una infortunada expresión que usé en el artículo anterior.
Me refiero a la pregunta ¿cuál es la función que le hemos
designado al lenguaje? Es necesario corregir ese verbo pues encierra
un error garrafal. Pues aunque ese plural es una especie de
universal: la humanidad y podría disculparme. No obstante su
significado implica una voluntad, una proyección y además una
acción anterior a la existencia de alguna lengua. Y esto es
imposible pues la capacidad lingüística es de alguna manera una
condición de la humanidad, la lengua (el lenguaje) es consubstancial
al hombre: sin lenguaje no hay hombres y sin hombres no hay lenguaje.
Este punto nos puede conducir muy lejos, hasta el origen del
lenguaje. Hay quien se deja ir por esta pendiente y sin darse cuenta
toman caminos peregrinos en los que apenas encontramos una serie de
elucubraciones sin que podamos probarlas y que no admiten refutación.
Algunos pretenden justificar la excursión por estos sinuosos parajes
suplantando el adjetivo 'peregrino' por 'razonable'. Entonces nos
cuentan sus hipótesis y nos afirman que esto es lo que
razonablemente se puede pensar que acaeció. Lo que llaman razonable
tal vez lo sea en el sentido que sus silogismos son formalmente
impecables, aunque sus mayores no pueden considerarse verdades
establecidas y ni siquiera admitidas por todos, se trata de falsos
lugares comunes, no hay nada que resulte patente.
La
función comunicativa del lenguaje surgió en la práctica misma de
las comunidades humanas. Es necesario decir que esta función no es
la única que desempeña el lenguaje, aunque se haya vuelto y sea la
fundamental y lo que mejor haga
y además sea el medio que mejor lo hace.
Cuando
afirmo en la práctica misma, me refiero a que los hombres con todas
sus capacidades surgieron a través de un proceso milenario que
paulatinamente fue transformando su animalidad en humanidad. Esto
para mí significa que nuestra humanidad es otro tipo de animalidad
con nuevas características que han ido apareciendo, pero es
preciso decir algo importante, sumamente importante: es que el soma
humano no ha cambiado, no se ha transformado desde el surgimiento del
Homo
sapiens. En
lo que concierne nuestro cerebro su peso medio y volumen no ha
cambiado. Es posible que las conexiones neuronales y sus estructuras
funcionales hayan variado. En efecto, los estudios internacionales
dirigidos por Stanislas Dehaene del Collège
de France,
han revelado con la ayuda de imágenes por resonancia magnética
funcional (IRMf), que el aprendizaje de la lectura modifica
considerablemente la organización de nuestro cerebro. En las
personas alfabetizadas, las áreas de la vista y del lenguaje son más
extensas y se activan más fuertemente cuando se les muestra una
palabra escrita. Otro aspecto revelado por las investigaciones es el
hecho sorprendente de que la zona que se encarga de la escritura, en
los analfabetas se usa para la representación de los rostros
(consultar aquí)
El
proceso milenario que llevó hasta la aparición del vertebrado
mamífero y primate que llamamos Homo
sapiens ha
recorrido millones de años, hay unos 500 millones de años que
aparecieron los vertebrados, unos 200 millones de años que surgieron
los mamíferos y unos 70 millones de años que emergieron los
primates. Esta evolución nos muestra dos cosas distintas, una
ramificación y una filiación, ambas muestran continuidad.
Esto
es imprescindible tenerlo en mente, pues en la historia
de
los estudios sobre el lenguaje y al considerar su origen, su carácter
acústico y la arbitrariedad del signo hay grandes lingüistas que
llegan al extremo de afirmar que los sonidos sirven de materia al
lenguaje por
mera casualidad,
que los hombres pudieron optar
por
los gestos y darle al lenguaje un carácter visual, este es el caso
de un gran lingüista estadounidense, William D. Whitney. Primero los
hombres no optaron por nada, que fue el error de mi formulación
corregida al inicio de este artículo, sino que como muy certeramente
lo dice F. de Saussure al corregir al estadounidense: “además
Whitney va demasiado lejos cuando dice que nuestra elección ha
recaído por azar en los órganos vocales; en cierto modo, nos
estaban impuestos por la naturaleza”1.
No
podemos hacer caso omiso de nuestra animalidad y de que somos
mamíferos, que emitimos sonidos naturalmente, el oído es un órgano
que percibe a distancia y el sonido se transporta por el aire que nos
acompaña siempre y no es como la vista que urge de la luz que no
está siempre presente. Esto es una evidencia que entraña otra cosa,
que el sonido es la materia adecuada
para
el lenguaje.
Sin embargo el ginebrino
agrega de inmediato algo que trae consecuencias teóricas
distorsionadoras. Cito la continuación saussureana: "Pero en el
punto esencial el lingüista americano tienen razón a nuestro
parecer: la lengua es una convención, y la naturaleza del signo en
que se ha convenido es indiferente. La cuestión del aparato vocal
es, por tanto, indiferente”. De Saussure declara la lengua una
convención y vuelve al error de imputarles a los hombres la decisión
de una elección y esto en la naturaleza acústica del signo, que él
mismo nos acaba de afirmar que es nuestra naturaleza la que nos
impone usar los órganos vocales.
Aquí han surgido una serie
de problemas que necesitan un desarrollo mayor, que voy a ir tratando
poco a poco. Dejo pues hasta aquí esta parte.
.
F. de Saussure 1980
Curso de lingüítica general, Madrid, AKAL/UNIVERSITARIA
p. 36
Materialidad y linealidad del signo lingüístico
Una
de las cosas que más me han sorprendido en la historia de la
Lingüística es el papel que ha jugado durante décadas el rechazo,
de parte de Saussure, de tomar en cuenta la materialidad del lenguaje
y esto me sorprende pues muchas de las afirmaciones suyas sobre el
signo provienen justamente de esta materialidad. Lo que Saussure
llama “imagen acústica” no es otra cosa que la representación
mental de las características pertinentes para el lenguaje que
residen en los sonidos que pronunciamos para comunicarnos.
Lo
que se distorsiona con la actitud de F. de Saussure consiste en que
él traslada por completo la realidad del objeto lingüístico al
interior del cerebro como entidades mentales. La materialidad del
lenguaje ha quedado afuera, siendo parte genuina y un componente
esencial de las lenguas. El ambiente intelectual de la época impidió
que esta actitud ideológica fuera denunciada. Sobre todo que
claramente esto perturbaba toda la estructura teórica del
pensamiento saussureano. Una de las peores consecuencias fue que
algunos llegaron a expulsar de los estudios estrictamente
lingüísticos la fonética. Aunque esto se fue corrigiendo a partir
de la difusión de los estudios y posiciones de la Escuela de Moscú
y Kazán a través del Círculo de Praga. Aquí, en parte, me estoy
refiriendo a Baudouin de Courtenay y al poco citado, incluso por R.
Jacobson, L. V. Scherba. Esto se puede resaltar por el cambio
ocurrido en la concepción de K. Bühler, aquí cita explícitamente
a N. S. Trubetzkoy y al lado de la Fonología reaparece la Fonética:
“De este modo se puede y se debe desdoblar el tratamiento
científico de los fonemas exactamente como lo requiere la
intelección lógica. Pueden considerarse, en primer lugar, como lo
que son “por sí”, y en segundo lugar sub specie de
su destino de funcionar como signos; la fonética hace una cosa y la
fonología la otra” (Teoría del lenguaje, Alianza Editorial,
Madrid, 1985, pág. 64).
Los
sonidos (la materia adecuada del lenguaje como he dejado anotado
anteriormente) para cumplir su función fonológica tienen
obligatoriamente que tener características determinadas que resultan
ser diacríticas. Es esto lo primero que retiene el lingüista para
llegar a la descripción fonológica y además lo que es fundamental,
los hablantes las toman en cuenta para conformar y distinguir los
signos lingüísticos.
Los
elementos diacríticos pertenecen en propio a los sonidos que
emitimos, que nosotros reconocemos en ellos, es cierto que este
reconocimiento es una actividad mental, no obstante esta actividad
para poder realizarse depende de la existencia exterior de los
sonidos, los sonidos no sólo preexisten a la actividad mental de
reconocimiento de las características diacríticas, útiles para
distinguir los signos, sino que sin ellos es imposible la
comunicación. Por consecuencia es absurdo repetir en este sentido,
que lo único que cuenta es la diferencia entre las unidades fónicas,
cuando esto supone que ella, la diferencia, se origina sólo al
exterior de cada unidad.
Incluso
que fuera absolutamente “espiritual” la identidad de cada unidad
es más que necesaria para distinguirla y oponerla al resto de
unidades sonoras que constituyen el sistema fonológico. En el largo
y difícil proceso de aprendizaje del uso de una lengua por los niños
nos damos cuenta que la identificación del sonido y de la
articulación que le corresponde es una etapa primordial y antes del
uso oposicional lo primero que se asimila es que ese sonido es parte
de una unidad diferente, de otro nivel, o sea que sirve para
construir unidades con una significación, que según la terminología
de André Martinet las llamaremos monemas.
Uno
de los principios fundamentales del signo es la linealidad del
significante y esta linealidad no proviene sólo por el tiempo, se
trata de una realidad espacio-temporal. De Saussure insiste y
persiste en su error e igualmente sorprende que nos hable de la
“naturaleza auditiva”, ésta es la consecuencia de la naturaleza
sonora del significante y la linealidad se da en el tiempo, cada
sonido viene uno después del otro y además se desplaza en el
espacio de igual manera. No se puede dejar de señalar estos detalles
de palpable evidencia, pero obscurecidos por la negación de la
materialidad del signo lingüístico. La emisión y audición son
inseparables en los actos del habla, forman una unidad.
Seguiré
con el tema en un próximo artículo.
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