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miércoles, 21 de marzo de 2018

Cuatro textos sobre el lenguaje



Definición platónica de función


Heredé un viejo y apolillado ejemplar de “La República” de Platón, lo adquirí allá por los ochenta en una venta organizada por la Biblioteca de la Escuela de Estudios Hispano-americanos de la rue Saint Guillaume. Tuve mejor suerte con las Obras Completas de Nicolás Guillén y algunas novelas de Alejo Carpentier. Estas últimas las he conservado hasta ahora y las uso mucho. El ejemplar de “La República” quedó destartalado en mis primeros intentos de consulta. Irremediablemente fue sepultado en el tacho de la basura, con mucho dolor fetichista. Mi primera y parcial lectura de esta obra platónica fue en ruso y remonta a los años sesenta, en Moscú.


Una amiga con mucha imprudencia, en una conversación rimó el sintagma ‘República de Platón’ con ‘Macrón’, era una broma, pero me dejó muy pensativo y huérfano de todo comentario, pues me bastaron fragmentos de segundos para darme cuenta que de esa obra no tenía un recuerdo firme y circunstanciado, ni siquiera para aderezar la conversación agregando otra bromita. Como en estos días ando de lecturas platónicas, algunos diálogos como el Gorgias, el Protágoras, el Eutidemo y otros, además que encontré a buen precio la obrita poco citada de Aristóteles, “Etica a Eudemo”, me fui a desenterrar “La République” de Platon. Mis lecturas platónicas y aristotélicas son en francés. Lo que es normal viviendo en Francia, no obstante esto me trae un sinfín de contrariedades cuando quiero en mis artículos citar algunas de mis lecturas, pues no tengo a mano las versiones españolas. Busco entonces en la tela de araña cibernética alguna traducción a nuestra lengua. A veces hay en variantes en pdf y puedo descargarlas y utilizarlas con comodidad y hacer rápidas buscas.


Ya una vez conté las divergencias que encontré entre la versión francesa y portuguesa con la traducción española de una carta de Marx a un corresponsal alemán, Wilhelm Bracke, en realidad se trata de una frase adverbial, pero que ha dado pábulo hasta para crear un término “movimientismo” aplicado al Foro Social Mundial y a otros organizaciones sociales. En esta ocasión me he topado con un caso similar, llevaba ya unas cuantas decenas de páginas leídas y en un rinconcito de mis neuronas me pellizcaba una definición de Platón de función, que está en el Primer Libro de “La República” (352e-353d). La busqué de nuevo y me pareció que Platón señala un aspecto mayor de la función y que aunque no sea especialista en Platón, ni perito en las definiciones de ‘función’, no tengo memoria que se refieran a la defición en cuestión. La he buscado en léxicos de la filosofía de Platón y no la he encontrado, en artículos que se refieren a las funciones del Alma no aluden a la definición platónica de ‘función’ y Platón (Sócrates) mantiene todo ese debate con Trasímaco previamente a discurrir sobre las funciones del Alma, como un previo.


Quise hablar de ella porque se acomoda a lo que sostengo sobre la función fundamental del lenguaje, la comunicación. Busqué entonces una traducción al castellano, encontré una versión en pdf y busqué la palabra “función” y el buscador me dice en un dos por tres que esa palabra no se encuentra en todo en el texto. Viene en la amplia Introducción de Manuel Fernández-Galeano y en las notas de ésta. La palabra función que aparece sobre todo en las notas no se refiere al pasaje que quería comentar. Busqué el pasaje guiado por la numeración internacional de la obra y me doy cuenta que el traductor al castellano no concuerda con la traducción al francés, en vez de ‘función” me he topado con la palabra ‘operación’, como se darán cuenta una y otra palabra son distintas en su significación. Una función puede ejecutarse realizando determinadas operaciones, pero no las hace coincidir en su significado, ni en su papel práctico.


Me entraron dudas muy fuertes, será que la palabra griega tenga doble uso, eso puede suceder. Además por la influencia latina en los estudios platónicos y la de Santo Tomás es posible que la palabra ‘función’ aparece tanto en las traducciones en francés, como en italiano. En todo caso mis escrúpulos no me permitían variar la traducción que tenía en manos. Pero no me iba a dar por vencido y milagrosamente opté por lo más fácil y lo más honesto, busqué otra traducción y al llegar al pasaje en cuestión mi júbilo fue inmenso, en la nueva traducción el traductor usaba la palabra “función”.


La definición en cuestión es lapidaria, aunque no viene en la forma de “la función es…”. Sale del diálogo, envuelta primero en una pregunta socrática y luego de una serie de preguntas y respuestas llega a ella:


“—Ahora, yo pienso, comprenderías mejor lo que antes decía preguntando si no sería la función de cada cosa la que obra sola o mejor que las demás”.


En el texto platónico vienen los ejemplos de los ojos cuya función es ver, la vista, la de los oídos, oír, la audición. En estos casos la función es única y sólo esos órganos pueden ejecutarlas. Pero es que en la definición viene “sola o mejor”. Están estos ejemplos en que la función ni siquiera puede existir en otra parte que en los ojos y los oídos. Pero cuando se dice “mejor” presupone que existe variedad posible de ejecuciones y Platón da otro ejemplo:


“—¿Y qué?, ¿cortarías el sarmiento de una viña con un cuchillo, una lanceta y muchos otros [instrumentos]?


“—¿Por qué no?


“—Pero con ningún otro, creo, lo harías tan bien como con una podadera que fue hecha para eso.


Verdaderamente”.


Pero hay algo que ha quedado afuera del diálogo con Trasímaco, el cuchillo puede cortar el sarmiento, pero no es lo que mejor ejecuta, para cortar el sarmiento está la podadera. Tal vez alguna vez la podadera podrá remplazar al cuchillo, pero no se hará mejor que con el cuchillo.


Les dejo hasta aquí, sin otro comentario, ni su aplicación a la función comunicativa del lenguaje. Sobre esto pierdan cuidado voy a volver obligadamente. 

La función del lenguaje


Sigo con el tema de la función: un aspecto de todo este tema es distinguir perfectamente cuál es la conexión entre función y funcionamiento. La proximidad etimológica evita cuestionar este nexo. La función en realidad se puede entender como la misión que le adjudicamos a una cosa, su destinación, es decir para qué sirve. El funcionamiento es la puesta en marcha del mecanismo interno de la cosa para conseguir nuestro objetivo, para que la cosa cumpla con su función.


Este mecanismo interno es lo que Platón hacia el final del primer libro de “La República” nombra “virtud” y que en nuestro lenguaje actual llamaríamos “cualidad o cualidades”. Aunque nuestros diccionarios modernos conservan el significado que usaban los antiguos y lo ponen como el primero, así lo hacen los académicos y también María Moliner, “Actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos”, reza el DRAE. El célebre lingüista francés André Martinet nos dice en su libro “Fonction et dynamique des langues”, Armand Colin, 1989, París: “No obstante hay que entender bien que el funcionamiento lingüístico, como todo funcionamiento, es una sucesión de causas y efectos” (pp. 27, la trad. es mía). Las causas son la ejecución y los efectos son la consecución del objetivo, que en definitiva es la función de la cosa.

Desde el inicio de la humanidad, desde los primeros instrumentos de piedra surgió esta combinación estrecha entre lo que se proponían los hombres primitivos y la manera de conseguirlo. Partir una piedra con otra fue tal vez la primera función que se propusieron, fue su objetivo, su deseo, pero luego llegó la creación (el invento) del martillo que combinó el mazo con el mango. La eficacidad del golpe es proporcional a la fuerza del brazo y del peso de la piedra (con todos los riesgos para los dedos de la mano). El mango multiplica la fuerza y la efectividad. El golpe en los primeros tiempos fue totalmente vertical. El que inventó el martillo de piedra fue tal vez el primer sabio y un científico empírico. Su proyección para idearlo incorporó un conocimiento práctico, el movimiento del brazo y de la mano, al alargar la distancia entre la mano y el mazo aumentó la fuerza del instrumento. En esto que acabo de escribir, he descrito la formación de la cualidad, de la virtud del martillo. En la cualidad se encierra el funcionamiento, que es la sucesión de las causas y los efectos. La función también está en la virtud y está doblemente como rectora de la acción y como finalidad, como objetivo de la acción, estos dos momentos forman un todo.

El invento del martillo es tan genial que este instrumento sigue existiendo en su forma inicial y en nuevas formas, incluso incorporado en otros instrumentos.

Si ahora dejamos de lado el martillo y volvemos al lenguaje, si nos preguntamos cuál es la función que le hemos designado, veremos que lo que hemos dicho sobre el martillo lo podemos repetir. El lenguaje responde a un cometido, a una necesidad, responde a una función: comunicar, dar y pedir información y para obtenerlo debemos procurar darnos a entender, lo necesitamos. Que tanto los instrumentos, como la lengua nos sirven para conseguir los objetivos que nos hemos propuesto, ha dado por resultado que muchos han llamado a las lenguas (o al lenguaje en general) instrumento de la comunicación. Pero esta analogía deja de lado diferencias esenciales, una de ellas es que los instrumentos los inventamos, mientras que las lenguas las aprendemos. 

Es cierto que una vez ya inventado el instrumento necesitamos aprender a usarlo. Pero el aprendizaje de la lengua es una interiorización, su existencia es tanto interna como externa, pues su uso es producir sonidos que salen de nosotros para alcanzar los oídos de nuestros interlocutores. La existencia externa de la lengua no es permanente, los sonidos se desvanecen. Aristóteles en las primeras páginas de su Organon, en Categorías nos dice que en lo que concierne al discurso ninguna de sus partes puede tener posición, ya que nada subsiste. Este modo de ser del lenguaje, es decir su carácter efímero en el tiempo también lo ha señalado Ferdinand de Saussure en “Ecrits de linguistique générale” (pp. 32). Este es uno de los aspectos más peliagudos para abordarlo, pues la posición de la que Aristóteles nos dice que carece el discurso, plantea el problema de su modo de existencia. Sobre este problema volveremos en otra oportunidad y para tratar de resolverlo nos ayudaremos con los aportes y reflexiones del pensador francés Lucien Sève. Aclaro desde ya que este último problema entrará como un capítulo aparte de un estudio sobre el lenguaje que me propongo por fin escribir.

La función del sonido y nuestra naturaleza


Prosigo con el tema de la función, no obstante me veo obligado a dar un paso hacia atrás y reparar una infortunada expresión que usé en el artículo anterior. Me refiero a la pregunta ¿cuál es la función que le hemos designado al lenguaje? Es necesario corregir ese verbo pues encierra un error garrafal. Pues aunque ese plural es una especie de universal: la humanidad y podría disculparme. No obstante su significado implica una voluntad, una proyección y además una acción anterior a la existencia de alguna lengua. Y esto es imposible pues la capacidad lingüística es de alguna manera una condición de la humanidad, la lengua (el lenguaje) es consubstancial al hombre: sin lenguaje no hay hombres y sin hombres no hay lenguaje. Este punto nos puede conducir muy lejos, hasta el origen del lenguaje. Hay quien se deja ir por esta pendiente y sin darse cuenta toman caminos peregrinos en los que apenas encontramos una serie de elucubraciones sin que podamos probarlas y que no admiten refutación. Algunos pretenden justificar la excursión por estos sinuosos parajes suplantando el adjetivo 'peregrino' por 'razonable'. Entonces nos cuentan sus hipótesis y nos afirman que esto es lo que razonablemente se puede pensar que acaeció. Lo que llaman razonable tal vez lo sea en el sentido que sus silogismos son formalmente impecables, aunque sus mayores no pueden considerarse verdades establecidas y ni siquiera admitidas por todos, se trata de falsos lugares comunes, no hay nada que resulte patente.

La función comunicativa del lenguaje surgió en la práctica misma de las comunidades humanas. Es necesario decir que esta función no es la única que desempeña el lenguaje, aunque se haya vuelto y sea la fundamental y lo que mejor haga y además sea el medio que mejor lo hace.

Cuando afirmo en la práctica misma, me refiero a que los hombres con todas sus capacidades surgieron a través de un proceso milenario que paulatinamente fue transformando su animalidad en humanidad. Esto para mí significa que nuestra humanidad es otro tipo de animalidad con nuevas características que han ido apareciendo, pero es preciso decir algo importante, sumamente importante: es que el soma humano no ha cambiado, no se ha transformado desde el surgimiento del Homo sapiens. En lo que concierne nuestro cerebro su peso medio y volumen no ha cambiado. Es posible que las conexiones neuronales y sus estructuras funcionales hayan variado. En efecto, los estudios internacionales dirigidos por Stanislas Dehaene del Collège de France, han revelado con la ayuda de imágenes por resonancia magnética funcional (IRMf), que el aprendizaje de la lectura modifica considerablemente la organización de nuestro cerebro. En las personas alfabetizadas, las áreas de la vista y del lenguaje son más extensas y se activan más fuertemente cuando se les muestra una palabra escrita. Otro aspecto revelado por las investigaciones es el hecho sorprendente de que la zona que se encarga de la escritura, en los analfabetas se usa para la representación de los rostros (consultar aquí)

El proceso milenario que llevó hasta la aparición del vertebrado mamífero y primate que llamamos Homo sapiens ha recorrido millones de años, hay unos 500 millones de años que aparecieron los vertebrados, unos 200 millones de años que surgieron los mamíferos y unos 70 millones de años que emergieron los primates. Esta evolución nos muestra dos cosas distintas, una ramificación y una filiación, ambas muestran continuidad.

Esto es imprescindible tenerlo en mente, pues en la historia de los estudios sobre el lenguaje y al considerar su origen, su carácter acústico y la arbitrariedad del signo hay grandes lingüistas que llegan al extremo de afirmar que los sonidos sirven de materia al lenguaje por mera casualidad, que los hombres pudieron optar por los gestos y darle al lenguaje un carácter visual, este es el caso de un gran lingüista estadounidense, William D. Whitney. Primero los hombres no optaron por nada, que fue el error de mi formulación corregida al inicio de este artículo, sino que como muy certeramente lo dice F. de Saussure al corregir al estadounidense: “además Whitney va demasiado lejos cuando dice que nuestra elección ha recaído por azar en los órganos vocales; en cierto modo, nos estaban impuestos por la naturaleza”1.

No podemos hacer caso omiso de nuestra animalidad y de que somos mamíferos, que emitimos sonidos naturalmente, el oído es un órgano que percibe a distancia y el sonido se transporta por el aire que nos acompaña siempre y no es como la vista que urge de la luz que no está siempre presente. Esto es una evidencia que entraña otra cosa, que el sonido es la materia adecuada para el lenguaje.

Sin embargo el ginebrino agrega de inmediato algo que trae consecuencias teóricas distorsionadoras. Cito la continuación saussureana: "Pero en el punto esencial el lingüista americano tienen razón a nuestro parecer: la lengua es una convención, y la naturaleza del signo en que se ha convenido es indiferente. La cuestión del aparato vocal es, por tanto, indiferente”. De Saussure declara la lengua una convención y vuelve al error de imputarles a los hombres la decisión de una elección y esto en la naturaleza acústica del signo, que él mismo nos acaba de afirmar que es nuestra naturaleza la que nos impone usar los órganos vocales.

Aquí han surgido una serie de problemas que necesitan un desarrollo mayor, que voy a ir tratando poco a poco. Dejo pues hasta aquí esta parte.

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F. de Saussure 1980 Curso de lingüítica general, Madrid, AKAL/UNIVERSITARIA  p. 36


Materialidad y linealidad del signo lingüístico

 

Una de las cosas que más me han sorprendido en la historia de la Lingüística es el papel que ha jugado durante décadas el rechazo, de parte de Saussure, de tomar en cuenta la materialidad del lenguaje y esto me sorprende pues muchas de las afirmaciones suyas sobre el signo provienen justamente de esta materialidad. Lo que Saussure llama “imagen acústica” no es otra cosa que la representación mental de las características pertinentes para el lenguaje que residen en los sonidos que pronunciamos para comunicarnos.

Lo que se distorsiona con la actitud de F. de Saussure consiste en que él traslada por completo la realidad del objeto lingüístico al interior del cerebro como entidades mentales. La materialidad del lenguaje ha quedado afuera, siendo parte genuina y un componente esencial de las lenguas. El ambiente intelectual de la época impidió que esta actitud ideológica fuera denunciada. Sobre todo que claramente esto perturbaba toda la estructura teórica del pensamiento saussureano. Una de las peores consecuencias fue que algunos llegaron a expulsar de los estudios estrictamente lingüísticos la fonética. Aunque esto se fue corrigiendo a partir de la difusión de los estudios y posiciones de la Escuela de Moscú y Kazán a través del Círculo de Praga. Aquí, en parte, me estoy refiriendo a Baudouin de Courtenay y al poco citado, incluso por R. Jacobson, L. V. Scherba. Esto se puede resaltar por el cambio ocurrido en la concepción de K. Bühler, aquí cita explícitamente a N. S. Trubetzkoy y al lado de la Fonología reaparece la Fonética: “De este modo se puede y se debe desdoblar el tratamiento científico de los fonemas exactamente como lo requiere la intelección lógica. Pueden considerarse, en primer lugar, como lo que son “por sí”, y en segundo lugar sub specie de su destino de funcionar como signos; la fonética hace una cosa y la fonología la otra” (Teoría del lenguaje, Alianza Editorial, Madrid, 1985, pág. 64).

Los sonidos (la materia adecuada del lenguaje como he dejado anotado anteriormente) para cumplir su función fonológica tienen obligatoriamente que tener características determinadas que resultan ser diacríticas. Es esto lo primero que retiene el lingüista para llegar a la descripción fonológica y además lo que es fundamental, los hablantes las toman en cuenta para conformar y distinguir los signos lingüísticos.

Los elementos diacríticos pertenecen en propio a los sonidos que emitimos, que nosotros reconocemos en ellos, es cierto que este reconocimiento es una actividad mental, no obstante esta actividad para poder realizarse depende de la existencia exterior de los sonidos, los sonidos no sólo preexisten a la actividad mental de reconocimiento de las características diacríticas, útiles para distinguir los signos, sino que sin ellos es imposible la comunicación. Por consecuencia es absurdo repetir en este sentido, que lo único que cuenta es la diferencia entre las unidades fónicas, cuando esto supone que ella, la diferencia, se origina sólo al exterior de cada unidad.

Incluso que fuera absolutamente “espiritual” la identidad de cada unidad es más que necesaria para distinguirla y oponerla al resto de unidades sonoras que constituyen el sistema fonológico. En el largo y difícil proceso de aprendizaje del uso de una lengua por los niños nos damos cuenta que la identificación del sonido y de la articulación que le corresponde es una etapa primordial y antes del uso oposicional lo primero que se asimila es que ese sonido es parte de una unidad diferente, de otro nivel, o sea que sirve para construir unidades con una significación, que según la terminología de André Martinet las llamaremos monemas.

Uno de los principios fundamentales del signo es la linealidad del significante y esta linealidad no proviene sólo por el tiempo, se trata de una realidad espacio-temporal. De Saussure insiste y persiste en su error e igualmente sorprende que nos hable de la “naturaleza auditiva”, ésta es la consecuencia de la naturaleza sonora del significante y la linealidad se da en el tiempo, cada sonido viene uno después del otro y además se desplaza en el espacio de igual manera. No se puede dejar de señalar estos detalles de palpable evidencia, pero obscurecidos por la negación de la materialidad del signo lingüístico. La emisión y audición son inseparables en los actos del habla, forman una unidad.

Seguiré con el tema en un próximo artículo.

 

 


 

 

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