hacia ese no lugar de tu ausencia
y por tu nombre te invoco
surge entrañable el sortilegio
que pone el ritmo de tus venas en las mías.
Entonces las fronteras, los mares, esos días
de viaje y todas las horas de insomnio
ya no aparecen como el límite,
ni el fin de nada, pues recia estás en mí
preñando mis labios de imposibles besos.
Estás aquí. Adentro. Bailás en mi cabeza
el pequeño y nocturno rondó de Mozart
y tus brazos abiertos son el despliegue
alado de generosas y virginales caricias.
Hacia arriba. Siempre hacia arriba,
buscando que la invocación de tu cuerpo
por tu nombre ilumine mis manos pardas,
cuando la altura de tu cadera me permita
vislumbrar los nuevos horizontes del goce.
Cargadas de esperanzas mis venas
se abren a las tuyas cuando tu nombre
son el único beso y la más honda ternura.
28 de febrero de 2008.