¿No oís nada?
Escuchá bien.
Un hombre camina
sin rumbo
por arenas donde en otro
tiempo jugó un niño
con arcos y flechas
sobre corazones
heridos.
Las arenas devoran sus pasos
y el derrotero
ha perdido horizontes.
¿No oís ahora el llanto del niño?
La ceñuda vida
ha quebrado sus flechas.
El hombre avanza
hiriendo sus pies
en las envenenadas puntas.
El antiguo niño
se burla
de su propio llanto,
de la misma vida
y de los sangrientos pasos.
¿Oís ahora
cómo se arrastra
el hombre manchando
la arena?
El niño
se ha quedado atrás,
muy atrás
recogiendo sus flechas,
limpiando la sangre
con blancos pañuelos.
Pañuelos que tal vez
sirvieron para largas,
tormentosas despedidas.
¿Oís ahora?
Escuchá esos pasos
forzados que arrastran
un cuerpo que niega
voltearse
y contemplar su vida.
¿Teme arrepentirse?
Tal vez (en esta marcha
nada es certidumbre)
lo arrastra hacia delante
un vértigo de luz
o el profundo eco
de un llamado.
¿Lo oís ahora
que se pone a soñar
en voz alta?
¿Oís que conjura
la angélica
aparición de una imagen?
¿Oís cómo se estremece
de miedo,
cómo tiembla igual
que un niño
que adivina que
la ceñera vida
resquebraja la antigua
ilusión de sus flechas?
3 de octubre de 2007