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martes, 6 de noviembre de 2007

El cuarto cerrado de Zangwill

Viví algunos meses en una extraña calle de Jerusalén. Queda enfrente de Yad Vashem, en lo alto de Shderot Hertzel. La calle se llama Israel Zanwguill, se pierde hacia el fondo en dos brazos (era así en 1970), la casa que habité estaba suspendida en una orilla escarpada, desde mi ventana se contemplaba toda la ciudad. Como muchas calles en Jerusalén llevan el nombre de algún personaje importante del Movimiento sionista, nunca manifesté mayor curiosidad por saber quien era. Alguna vez inquirí sobre él entre mis conocidos, nadie supo darme alguna información. Pensé simplemente que no tenía alguna importancia. Y nunca más volví a preguntar por Israel Zanwguill.

Me fui de Jerusalén, volví a Francia. Durante algunos años estuve viviendo en París y me alejé obstinadamente de todo lo que pudiera recordarme Israel. En realidad, seguí siempre ligado pues mi mejor amigo sigue yendo y sigue dándome noticias de los amigos que se quedaron allá. Así que me fui también alejando de cualquier posibilidad de encontrarme con ese nombre que apenas me había intrigado.

No obstante ese nombre hubo de haberme intrigado mayormente, pero no fue así. Un amigo de origen uruguayo, con quien conversé mucho y con quien realicé la última entrevista que diera nuestro gran premio Nobel centroamericano, Miguel Ángel Asturias, que publicamos en en Cuadernos Hispanoamericanos, unos meses después de su fallecimiento. Pues este amigo, Samy Gordon, puso en mis manos un ejemplar del Aleph. Entonces nos dedicábamos a sacarle todo el jugo a “Las ruinas circulares” cuento incluído en Ficciones, aplicándo métodos de análisis heredados de la fenomenología heideggariana y también otros venidos del estructuralismo europeo y de los formalistas rusos. Así que devoré el Aleph sin reparar que en uno de esos cuentos tan apasionantes del argentino se mencionaba a este escritor inglés. Es hoy releyendo el Aleph que me topé de nuevo con el nombre y me reproché mi poca curiosidad de entonces. No es que lo redescubra hoy.

Entre mis tareas en la biblioteca en que trabajo, es poner orden en las estanterías. Cuando realizamos esta obligación no reparamos mucho en los nombres de las obras, ni en el nombre de los autores, lo hacemos casi automáticamente para ganar tiempo que nos permita ir a otras tareas más gratificantes. Una vez un libro se me cayó misteriosamente de las manos. No suele ocurrirme. Era "El Gran misterio del Bow” de Israel Zangwill. Leí en la cuarta de portada una nota muy sintética en la que se dice sin dar mayores detalles que se trata del primer “cuarto cerrado” de la novela policíaca y elogia su refinado estilo.

Tal vez este sea el único privilegio de un bibliotecario, poder en ese momento tomar el libro y ponerlo de lado y llevárselo a su casa para leerlo tranquilamente. No voy a hacer ningún comentario. Apenas diré que sí vale la pena su lectura. A los que les gusta el estilo refinado y la novela de investigación policial ahí tienen un paradigma. Borges entendía de eso, le pueden hacer confianza. En el cuento del Aleph, “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto” dice:

“—No multipliques los misterios —le dijo—. Estos deben ser simples. Recuerda la carta robada de Poe, recuerda el cuarto cerrado de Zangwill”.

4 comentarios:

  1. No había tenido la oportunidad de pasearme por este su nuevo blog.

    Sin desmerecer del aprecio que le tengo a "Cosas tan pasajeras", me gusta más éste. Está delicioso.

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  2. Estimado jc :

    Me alegra que hayás tenido tiempo de venir por aquí.

    Y también que te haya gustado.
    He deseado darle a este un giro menos “político”, abordar temas que atañen más a la lingüística, la literatura y pondré de vez en cuando un relato o un poema de mi cosecha.

    Es pues otra faceta, otro rostro.

    Un cordial saludo.

    Carlos

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  3. ¡Qué buen relato, Carlos! Lle resultó un argumento digno del propio Borges.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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