La apariencia puede engañarnos, pues sería extraordinario o muy peregrino pensar que se puede encontrar a alguien que niegue el carácter social del lenguaje, todos los lingüistas son unánimes en señalarlo e insistir en ello. No obstante no me parece superfluo volver un momento sobre este asunto. Si paramos mientes en la significación que se le da a la palabra social, veremos que la cuestión no es tan sencilla, ni evidente. La unanimidad puede ocultar desacuerdos fundamentales.
Si incluimos el lenguaje entre “las necesidades de la vida en común” y si estipulamos que este “vivir en común” es el único sentido fundamental de la palabra social, nos mostramos muy dispuestos a aceptar que las señales animales pertenecen a categoría de lenguaje. Es precisamente por esta razón que algunos no hesitan e incluso juzgan conveniente hablar de “sociedades animales”, de “lenguaje animal”, etc. Si nos detenemos solamente a este rasgo, resulta difícil diferenciar las sociedades humanas de las agrupaciones animales.
Urge señalar que en un artículo precisamente destinado a mostrar que, “aplicada al mundo animal, la noción de lenguaje es de uso corriente únicamente por un abuso en los términos”, Emile Benveniste subraya que “no obstante sigue siendo significativo que ese código (el de las abejas; C. A), la sola forma de “lenguaje” que se haya podido descubrir hasta hoy entre los animales, sea propio de insectos que viven en sociedad”. Agrega luego, casi inmediatamente: “La sociedad es la condición del lenguaje”.
El hecho que nos encontremos siempre ante lenguas ya constituidas y que retrotraernos hasta el momento primigenio de su aparición nos es materialmente imposible —aunque la etología moderna puede aclararnos algunos aspectos del problema— tendemos a considerar el lenguaje únicamente como un producto, como resultado. Claro un producto que tiene historia y evolución (diacronía). Es en este sentido que “la sociedad es la condición del lenguaje”. Puesto que el lenguaje es el resultado de la acción conjugada de muchos individuos, que tomaron consciencia de la necesidad de entrar en relación con los otros individuos que los rodeaban. “El lenguaje aparece únicamente con la necesidad de comercio con otros hombres” nos dice Marx en su lenguaje decimonono, pero que significa lo que dice.
Este producto de la acción conjugada de individuos no es sólo una acción exclusivamente psicológica, interna, se manifiesta materialmente. El lenguaje tiene existencia exterior, me refiero a los sonidos y no a la escritura. Esta manifestación no es de la misma naturaleza que la que constatamos en la producción propiamente material de la reproducción de la vida humana. El lenguaje existe exteriormente de manera momentánea y fugitiva en los actos del habla, no obstante esta existencia material externa, esta exteriorización es fundamental, ya que el lenguaje no sólo existe para mí (para un solo individuo), sino que también para los otros.
Cada ser humano es depositario del lenguaje, pero la existencia real, práctica del lenguaje se efectúa en los actos de habla entre individuos. De esto se deriva otro aspecto fundamental del lenguaje: además de ser un producto social, un producto de la acción conjugada de los hombres, se trata también de una condición de la sociedad.
La capacidad psíquica semiótica de los hombres existe también fuera de ellos, se materializa en los sonidos del lenguaje. Es por esta razón que me parece esencial incluir la substancia en la definición del lenguaje. Entre “el conjunto de fuerzas productivas, de relaciones sociales, des saberes, etc.” a partir del cual “cada individuo, al inicio simple candidato a la humanidad, se forma psíquicamente, se hominiza...”, encuentra también el lenguaje materializado en los sonidos de los actos de habla que oye desde su nacimiento.
Acabo de afirmar que cada individuo es un depositario del lenguaje (bajo la forma de una lengua determinada), no obstante se trata de un depositario parcial. Como totalidad la lengua tiene existencia únicamente en el conjunto de los individuos de una sociedad. Es probable que primigeniamente cada miembro de un grupo social poseía la totalidad de la lengua, de la misma manera que el hombre primitivo dominaba todas las prácticas sociales.
Pero a medida que el mundo social y cultural se amplía y se diversifica de tal suerte que sobrepasa inmensamente lo que un individuo puede apropiarse psíquicamente en el curso de su vida, su capacidad de poseer la totalidad de la lengua disminuye. La riqueza lingüística de un individuo está condicionada por la diversidad de relaciones lingüísticas que pueda contraer en el transcurso de su existencia.
Esta interiorización, la adquisición del lenguaje por los hombres, que se efectúa a través del contacto con los adultos, es una característica propia de la socialización, no solamente de los seres humanos, sino que también del lenguaje. Entre todas las diferencias retenidas por Emile Benveniste entre el “lenguaje” de la abejas y el humano, falta precisamente este proceso de transmisión y apropiación. Porque existe esta transmisión y esta apropiación del lenguaje que obra entre los hombres una diferenciación respecto al conocimiento de la lengua. Este aspecto es inexistente entre los animales, que todos dominan la totalidad de señales de su especie.
Arriba hemos insistido en el aspecto instantáneo y fugitivo de la manifestación sonora del lenguaje, no obstante queremos también señalar aquí otro aspecto que tiene una importancia capital en el devenir de la humanidad: la invención de la escritura. Además de separar temporalmente la emisión y recepción del mensaje lingüístico, la invención de la escritura constituye una condición material para los hombres de conservar conocimientos afuera de sus cerebros. La escritura nos permite conocer lenguas que han dejado de existir y todo otro tipo de conocimientos. La escritura es la exteriorización de nuestra memoria.
No obstante la escritura es un modo secundario de la existencia del lenguaje, su existencia primaria es sonora. Es evidente que la escritura aporta ciertas modificaciones a la lengua que la diferencia de su forma sonora, pero el modo de existencia de la lengua en la escritura —con toda su importancia y sus características— no la vuelve no obstante totalmente autónoma. La escritura sigue dependiendo del modo de existencia sonoro. Al mismo tiempo hay que señalar que la forma escrita de una lengua, su carácter más elaborado, más estructurado, más definido, ejerce a su vez una innegable influencia sobre la forma oral. En el aprendizaje (la adquisición y la apropiación) de una lengua, el papel de la forma escrita constituye un factor suplementario, se trata de una diversificación de las relaciones lingüísticas, un factor de enriquecimiento lingüístico de los individuos. Agreguemos también el papel que juega la escritura en la estructura de la lengua, en su estabilidad.