Me dijiste adiós
tan suavemente,
con tan queda voz,
con tan dulce gesto
que me quedé
soñando largos años
en tu ausencia
que estabas ahí
dentro de mí
aún presente.
Te traté como
pude
con la rapacidad
que me entregaste
con la inquietud
y la desganada
indolencia con que
me ayudaste a
creer inagotable
el tiempo.
Te fuiste con tu
ligero paso
creyéndote tal
vez engañada
mal pagada tu generosa
entrega.París, 197?, C. Abrego.
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