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sábado, 10 de enero de 2009

La primorosa voz

Subía sin prisa por la calle Monsieur le Prince, llegué ahí obedeciendo viejos itinerarios con los que seguía los pasos de Horacio, el de Rayuela. Recuerdo ahora que había justamente pasado por rue de Seine y había bajado hasta el río. Por supuesto la Maga no estaba... en realidad esta vez no hubiera sabido ni qué decirle. En otras le he contado las veces, las tantas veces, que leí en voz alta, para Puchi, su carta para Rocamadour. Puchi, un amigo, un argentino que conocí en Jerusalén y con quien soñé sin mucha lucidez en fundar un partido... Pero con Puchi nos propusimos hasta hacer negociosos... He sido inepto siempre para eso y él era... ¡No! Por aquí viene gente que lo conoce y bueno que sepan sólo que con las cadenas compact japonesas no nos fue tan mal. Por supuesto que nos quedamos muy lejos del Imperio comercial que desde allí íbamos a levantar. El Puchi me pedía que le leyera la carta de la Maga y desde las primeras líneas se echaba a llorar... y lo convenido era que no hiciera caso, que llegara hasta el final. Uno es amigo o no lo es.


Subía pues hacia el parque Luxembourg. Pero de repente reparo que en la calle hace falta algo entrañable, algo para mí íntimo. Vuelvo sobre mis pasos y constaté que la librería Hispano-americana ya no existe. La cerraron. Sí, ya sé que a todo le llega su hora, lo alcanza su fin. Pero ese pinchazo lo sentí muy fuerte y en ese momento no estaba conmigo nadie, un amigo o amiga con quien hablar mi tristeza, comentar este infortunio. Esto sucedió ya hace algunos meses. Escribo hoy como para sanar la herida. Antes ya he contado sobre mi primera compra en esta librería, en noviembre del 68.


Luego seguí entonces mi camino y en vez de meterme en la boca del RER preferí irme a sentar frente a la fuente del parque. Pero ese parque es para mí algo muy particular, en nada ligado a tristezas, al contrario. Así pues reconfortado por los faustos recuerdos y mi presente, sí, fue ahí, en ese parque que oí por primera vez la primorosa voz que me habita.
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La librería la llamábamos: la librería española.

3 comentarios:

  1. Querido Carlos, cuando a mí me ocurrió lo mismo, ya sabía que habían cerrado la librería, porque me lo habían dicho, y el pinchazo que sentí fue de nostalgia, pero sin sorpresa. En cambio lo que describís me ocurrió cuando descubrí que habían cerrado la librería Racine que como vos sabés se hallaba a media cuadra. Un abrazo.

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  2. Pues en lo que me concierne, querido Thierry, con el cierre de la librería Racine, pues formé parte de los desesperados que deseabamos su perpetuación, que no aceptamos nunca su venta, que nos oposimos, pues creímos un momento que ese tipo de espacios tenían algo de colectivo... Nos enteramos que hasta las ediciones Messidor no eran nuestras... Seguí yendo nostálgicamente aún cuando liquidaban los restos.

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  3. En San José, frente a la entrada principal de la Universidad de Costa Rica (UCR), había una librería genial. El dueño se llamaba Dante, el colmo para un librero. Era argentino, como la mayor parte de los costarricenses geniales. Había llegado en los 70', obviamente. Se había vuelto un mito para los que vivíamos en Costa Rica en aquel entonces. En su librería había de todo porque practicaba el trueque. Se iba a Cuba o a Nicaragua con una caja de libros y regresaba con una caja de libros. Un día, murió. Poco a poco la librería se fue desbaratando. La última vez que fui, una rata me salió entre los pies mientras estaba hojeando un libro. Después cerró. Pero en Le Mans hay una librería que se llama L'herbe entre les dalles. Al principio ocupaba un lugar muy reducido, luego tuvo que pasarse a un espacio más amplio. Y ahora a un lugar más amplio todavía. Librerías que van muriendo y luego mueren,otras que nacen. Por eso son tan humanas las librerías.

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