Pero si ahora me confieso mi infortunio, no voy a tomar nunca la pose de la víctima. Nadie es responsable de las visiones ajenas, de las ilusiones ajenas. Y a veces es tan difícil ser la causa de una desilusión. Y en vez del rechazo necesario, pero cruel, se acepta la ofrenda con una sonrisa, se deja creer...
Como siempre este tipo de historias son tan vanales que resulta vergonzoso incluso alargarse en ellas. Un hombre piensa que puede depositar su corazón en algo tierno, delicado. Pero se trata de un fantasma y el corazón se derrumba y se quiebra. Hay que volver a juntar los pedazos.
Ya tengo mi corazón remendado.
Dispuesto a que se quiebre cuantas veces
la ilusión me asista, cuanto espejismo en mi desierto
trate de llenarme de esperanza.
Hay bestias de carga, yo soy una bestia de ilusiones.
¿Saben? Aún no le he dicho adiós. La ficción persiste muy caprichosamente.
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