La noche se estrecha como un embudo
en el que vierten sombras disfrazadas de silencio.
Hay una nube que se estira en un largo bostezo
y las horas, mi amor, las horas
se han puesto a esperar la luna nueva.
Un grillo se debate con un cortejo de hormigas
que lo alza triunfal
sin importarle su sangrante llanto.
Los perros se asoman por las esquinas, disimulan el espanto
que les causa un corazón sin techo que navega solitario
en las primeras olas del insomnio.
Los pájaros tiemblan de frío olvidados en sus nidos
por las pesadillas que se arrastran devorando la savia de las raíces.
En las calles todavía se siente el retenido aliento
de la muchedumbre que durante el día calla y pasa.
Las cunetas albergan un tráfico de tropiezos
que pone en suspenso
la aguerrida cuatela de las ratas.
La noche es un mundo aparte.
Las sirenas huyen.
Y el mismo corazón se trepa hasta el último suspiro
sabiendo que sólo encontrará guantes de cal y máscaras derretidas.
Porque la noche se encoge para pasar la estrecha puerta del olvido.
No cabe resistir.
Existen fuerzas implacables que trituran
el recuerdo
de la luna
entre las nubes o bailando despedazada con las ranas en un charco.
Amor,
¿se te ocurre algún remedio?
Algún paso que guarde el acento de la dicha.
Un gesto.
Algo, amor mío, que aquiete las sombras en los blancos muros
donde las mariposas buscan alfileres
que las fijen,
porque el vuelo, ¡ay, amor!
el vuelo se resiste a que lo aplasten
para abrirle el camino al crujido,
al chirrido,
a todos los lamentos,
al llanto de las ilusiones que no encontraron cuna.
La noche no tiene traje de novia.
Es un inmenso desván donde se amontonan
las petrificadas lágrimas del desconsuelo,
las muecas del espanto
y los diminutos cadáveres de besos abortados.
Hay un enmarañamiento de rencores aplazados
que exige el nocturno reparto de sombras
y la noche se encoge
a cada instante para que el arrepentimiento
busque los barcos solitarios que trasportan
fantasmas de naufragios y muertes prematuras.
Por eso, amor, la luna aguarda escondida
que la noche salga al campo abierto,
a los claros de los bosques
y abandone los corrales donde los gallos
recuerdan con temor que es necesario que canten
al amanecer.
Por eso, amor mío, urjo
la presencia del fuego negro de tus ojos
y que tus manos abiertas siembren en mi cuerpo
encendidos alacranes.
Por eso, amor mío, la noche es ancha
cuando al cabo del desvelo
descubro que las hadas son exquisitas bailarinas.
15/16 de junio de 2008.
lunes, 16 de junio de 2008
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Hola Don Carlos:
ResponderEliminarLa poesía no explica, sugiere.
Gracias, amigo Anónimo, por tu graciánico comentario. He dicho graciánico, de Gracián, y no gracioso. Aunque uno no quita lo otro.
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