Este sueño que te voy a contar, querida Marianita, no es de los de la última racha, es un sueño que me marcó por lo que en él vi y luego por la emoción que sentí muchos años después al descubrir en la cinemateca de Jerusalén la película de Ingmar Bergman, "Fresas salvajes".
Voy por partes. La película salió en 1957. El cine sueco no llegaba a mi ciudad, tal vez pueda decir a mi país. De todos modos puedo asegurarte que en esa época ni en sueños podía imaginar la existencia de Bergman... En todo caso mi sueño tuvo lugar una noche del invierno moscovita de 1962. Hizo un frío atroz y memorable, según se dijo desde el famoso invierno del 43 no había vuelto a hacer tanto frío. Tuvimos semanas con 20 grados bajo cero y algunas veces el termómetro bajó hasta los 32. Nada más normal que un joven salvadoreño sueñe con su país, cálido, lleno de luz tropical. Pues fue así. Me veo, esto casi nunca es cierto, en los sueños uno no se ve, se siente, se adivina, como en le vida uno ve el entorno. En todo caso estoy en mi ciudad, Santa Ana. La veo cambiada, no la reconozco, pero sé que es Santa Ana. Estoy en una parada, en una estación. Llega un carruaje tirado por un percherón. El conductor tiene un aspecto muy sombrío y como resulta en los sueños no me extraña para nada que existan carruajes tirados por caballos. Nunca en mi ciudad los vi. Subí, me acomodé en el compartimento y el carruaje se puso en marcha. No sé cuánto tiempo duró el trayecto, de todos modos, de seguro buen tiempo, pues cuando me subí el sol aún no declinaba. Sentí que el camino era un largo descenso.Al llegar a destino me esperaban dos primas mías, con ellas jugué mucho en mi infancia y hacia una tuve sentimientos particulares. Había llegado a un pueblo desconocido y al verlas no recuerdo que tuve sorpresa alguna. Comenzamos a pasearnos por las calles, ellas me mostraban los patios, algunos jardines, parques. El sol ya estaba ocultándose detrás de unas oscuras colinas. En el paseo nos acercamos a una plaza en la que había muchos relojes encima de unos postes. Pero ninguno tenía agujas, no daban la hora. Tampoco recuerdo que ese detalle me sorprendiera. No obstante me hizo pensar que ya había transcurrido largo tiempo y que el día se iba a acabar. Le pedí a mis primas que me condujeran a la estación. Una de ella, hacia la que tuve particulares sentimientos, sonrió y no me contestó. Recuerdo que la noche se avecinaba como en el trópico con pasos negros y agigantados. Todo se estaba poniendo oscuro. Insistí entonces para que me llevaran a la estación. Entonces mi prima me dijo, "no hay viaje de regreso, los carruajes no vuelven, uno viene aquí para quedarse". Entonces descubrí que los tres estábamos muertos y que con mi prima nos amaríamos eternamente. De todos modos los encontrados sentimientos de la muerte y el amor hicieron que mi corazón se pusiera a galopar y me desperté angustiado y feliz.
En la película de Bergman hay un reloj sin agujas tirado por el suelo y carruajes tirados por percherones como en mi sueño. ¿Qué te parece, Marianita?
Mire usté, eso es más bien es una pesadilla. Pero está bien contado.
ResponderEliminarCarlos, muchas gracias por dedicarme el relato de tu sueño!!! Parece una película, además de que me encanta que recuerdes no solamente las imágenes, sino las sensaciones que éstas producían al momento de soñar.
ResponderEliminarDe nuevo, gracias por compartirlo!
Marianita:
ResponderEliminarMe alegra mucho que te guste este mi recuerdo.
Me son muy gratas y gratificantes tus palabras.
Y te lo he dedicado con mucho gusto.
Gracias.
Carlos.