Patria mía
¿de dónde venís a rastras?
¿en qué siglo tenebroso te vestiste de sombras?
Tu rostro no es horrible por demacrado.
Hay en tu mirada la tediosa ausencia de una chispa.
Tus ojos se apagaron cuando la eterna ceniza
fue cubriendo las sagradas mazorcas,
blancas y amarillas, que nos dieron carne y hueso.
Cuando un telón siniestro interrumpió
para siempre el gesto inaugural del sacrificio
en la alta piedra de pirámides antiguas.
Desde entonces
buscás la redención en el silencio.
Desde entonces en los surcos la guadaña
fratricida es el único arado
y la siega es tiempo estancado.
Sos irremediablemente terca.
Sos esos millones de hombres y mujeres
que se obstinan
en nombrar libertad el derecho a ser esclavos.
No.
Yo no voy a exaltar a un pueblo
que se empeña
en clavar sus ojos en el vacío,
que se obstina en embriagarse en la pequeñez
de sus ambiciones.
Porque eso somos.
Medrosos de mirarte la siniestra cara
que te dejó el tiempo.
Patria mía.
El hormiguero que te puebla
se ha merecido tener un ayer leyenda
y un hoy de fuga de la historia.
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