Con frecuencia, filósofos, escritores, periodistas y toda clase ensayistas recurren a la etimología para aportar un argumento que ellos juzgan de sólida contundencia.. Lo extraño es que este proceder es aplicado asimismo por lingüistas, gente que harto sabe del carácter arbitrario del signo y los aspectos diacrónicos del estudio del lenguaje.
Voy a abordar esta curiosidad por partes. Pues el fetichismo etimológico conlleva otros aspectos que denotan cierta ignorancia de la naturaleza del signo lingüístico. Todos consultamos, unos más, otros menos, el diccionario de la lengua para enterarnos del significado de las palabras, acudimos al diccionario para corroborar o rectificar el significado que le damos a las palabras, a veces con la esperanza de encontrar recomendaciones de su uso y alguna indicación de su régimen preposicional. La mayoría de las veces nos quedamos insatisfechos o relativamente insatisfechos, todo depende de lo que se ha ido a buscar.
Antes de seguir adelante voy a aclarar algo que continúa envuelto en una neblina de sobrentendidos y no dichos. Cuando consultamos el diccionario a veces vamos como he dicho en busca del significado, otras de la definición, ya no tanto de la palabra, sino que de la cosa. Las palabras no pueden tener, a mi juicio, otra definición que su significado. Los lexicólogos se atreven a veces a dar la definición de las cosas, yéndose muy más allá de sus competencias y funciones. Existen diccionarios profesionales, científicos, etc. allí caben esas definiciones, esa es su función. Los diccionarios de la lengua no pueden ofrecer, no les toca, un exhaustivo estado actual del conocimiento. Por lo tanto no se les puede exigir algo que sale de sus atribuciones. No obstante a veces no hay otra solución para el lexicógrafo que acudir a ese tipo de astucias para salir del paso.
Existe otro aspecto importante en lo que estoy abordando. Arriba he usado varias veces la palabra significado. Si nos damos una vuelta por el Diccionario de la Academia (en línea), nos daremos cuenta que hay dos acepciones que pueden corresponder a lo que “he querido decir”. Voy a copiar aquí lo que dice el diccionario académico:
significado, da.
(Del part. de significar).
1. adj. Conocido, importante, reputado.
2. m. Significación o sentido de una palabra o de una frase.
3. m. Cosa que se significa de algún modo.
4. m. Ling. Contenido semántico de cualquier tipo de signo, condicionado por el sistema y por el contexto.
Las acepciones 2 y 4 pueden perfectamente cumplir con el acometido de mi “querer decir”. Pero si paramos mientes en ambas “definiciones” nos daremos cuenta que la primera (la número 2) es la más usual, la que normalmente entendemos sin necesidad de ir a ningún diccionario, la cuarta si no hemos estudiado lingüística nos seguirá apareciendo oscura y poco útil. La primera es muy poco precisa, abre una serie de tautologías muy inherentes a todos los diccionarios.
Ahora diré que personalmente cuando he hablado arriba de “significado”, tenía en mente la cuarta acepción. Es más, dentro de mi concepción lingüística, significación y significado son dos aspectos de la misma cosa. Sobre esto me voy a explicar después.
Los lexicólogos acostumbran a definir polisemia como la pluralidad de significados de una misma palabra. Es el caso de significado, el diccionario nos entrega cuatro. Hay dos que perfectamente son conmutables, las que he retenido. Digo perfectamente conmutables, pero la conmutación puede originar malentendidos. Para mí polisemia no es lo que dicen los lexicógrafos: se trata de varios signos lingüísticos que coinciden en el significante y divergen en el significado. Y recuerdo que signo es la unión íntima e indisoluble del significante y el significado (aquí mismo he abordado este tema).
Los malentendidos pueden surgir por la confusión entre distintos signos con igual significante y en la mayoría de las veces (creo que es la base de todos los malentendidos) la diferente extensión que tienen las significaciones de los signos para cada uno de los participantes del acto del habla. Repito que para mí significación/significado son dos aspectos de la misma cosa. Cuando nosotros emitimos un mensaje lingüístico, lo hacemos a partir de nuestra propia experiencia, a partir de lo concreto de nuestra situación, al usar los signos establecemos entre ellos y nuestra realidad, nuestra experiencia, lo concreto de nuestra situación, una relación semiótica, es decir, partimos de la significacion (aspecto concreto) hacia la abstracción del signo, el significado. El significado es lo común, lo general, lo que puede resumir y concentrar la diversidad de situaciones personales. Nuestro interlocutor parte del significado e interpreta dándole su propia significación. Es decir, nuestro interlocutor parte de lo abstracto que le ofrecemos para establecer una relación con su propia situación, con su propia experiencia. Ambas experiencias son polifacéticas. La distinta extensión de experiencias es la que condiciona la relación que establecemos los hablantes entre los significados de los signos y la realidad, es esta relación concreta que llamo, significación.
El significado es lo común y la significación es lo personal, dicho usando los términos más convenientes en este contexto, el significado es lo social y la significación lo individual. Nuestras experiencias son evolutivas, por consiguiente las significaciones también y es la acumulación de estas evoluciones que van constituyendo los cambios lingüísticos, algunos cambios lingüísticos. Estos cambios atañen a veces la totalidad del signo, pero a veces el significante sigue sin muchas mutaciones o por lo menos tan imperceptibles que no se toman en cuenta en una descripción incluso diacrónica.
Como se deduce de lo que acabo de exponer aquí, la relación entre el signo y la experiencia no tiene un carácter necesario, esencialista. El aspecto convencional del signo, me parece, salta a la vista. Es esto a lo que llamamos lo arbitrario del signo.
Entonces que pasa con los que para argumentar nos arrojan ufanos la etimología de una palabra, pues que ellos caen en un fatuo fetichismo, pues consideran que el signo tuvo en el origen una relación esencial con la cosa. Lo peor es que casi siempre se trata de gente que se da por sabia, por muy enterada. Creo que ellos ignoran que incluso la etimología que nos lanzan a la cara es también una convención, no tanto en su exactitud, sino que en el tiempo, pues la etimología no puede nunca ir hasta el origen, es por eso que algunos pueden darnos la etimología latina, otros más enterados van incluso hasta el indoeuropeo, pero estos últimos son pocos y muchos corren el riesgo de errar.
Hasta donde va a remontar en el tiempo un diccionario, lo decide el que lo confecciona. Para nuestras lenguas romances se va hasta los siglos anteriores de nuestra era, siglos IV o V antes de Cristo. Más allá algunos piensan que todo es incierto. Así pues no se puede ir hasta el origen y aun así si fuéramos hasta el origen...