Les propongo una excursión discursiva a través del
íncipit de C ien años de soledad
del colombiano Gabriel García Márquez: “Muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
El paseo que les propongo, no tiene un itinerario
predeterminado, irá por los vericuetos que se vayan presentando por el camino.
En este inicio es normal que me refiera a esa palabrita poco usual íncipit
y que ni siquiera figuraba en los diccionarios de María Moliner y de Julio Casares.
Es posible que ya haya entrado en las últimas ediciones, pero lo que nos
interesa aquí es su significación y no su historia lexicográfica, se trata de
la primera oración que abre una novela, un cuento, una narración y que es usada
por los filólogos para designar lo mismo de los manuscritos antiguos.
Siempre tuve una pasión particular por estos comienzos.
Incluso tuve un fichero en el que iba anotando los que más me gustaban. Este
íncipit de García Márquez es uno de ellos. Me he imaginado al colombiano
desechando con enfado aquellos inicios que no contenían lo que se proponía
narrar. Una de las primeras cosas que me llamó la atención fue que la
estructura de la oración impone una entonación narrativa, no se puede leer de
otra manera, la sintaxis impone su melodía, pero no se trata de un simple tono,
sino que de uno en particular y es el que debe tomarse cuando un patriarca se
sienta rodeado de todos los miembros de la familia para narrar la epopeya que
fundó su estirpe.
Esto que acabo de escribir puede resultar curioso, no
obstante cuando hayamos llegado al final y nos propongamos el retorno, pienso,
sonará entonces como una evidencia.
No hace mucho releyendo unas notas de Saussure se revivió
en mí una vieja preocupación, un viejo tema de mis estudios: todo lo que rodea
la instancia enunciativa. De tanto escudriñar el tema llegué al borde de
cruciales problemas filosóficos, que dejaré aquí apenas sugeridos, me refiero
al modo de ser del lenguaje.
Reflexionando sobre el tema, allá por los primeros años de los setenta del
siglo pasado, llegué a incluir en esta instancia enunciativa, cuando se trata
de una ficción, la forma-libro. Esta forma es histórica, no siempre hubo
libros, ahora las ficciones cobran formas materiales muy distintas, discos y
procedimientos electrónicos. Esto implica que el enunciado, la novela en
nuestro caso, ha sido emitido ya hace algunos cuantos años, no obstante su
actualización necesita una actividad determinada del receptor, por ejemplo
abrir el libro, meter el disco en un aparato, encender la tableta electrónica o
la computadora. Es decir que el enunciado ha permanecido en estado latente,
virtual todo el tiempo anterior a todos estos actos. La lectura viene a
completar, a terminar la instancia enunciativa. Esa primera instancia se
realiza cada vez entre el escritor y cada uno de los lectores. Pero esta
instancia es la externa, la pasta del libro, lo escrito en las carátulas de los
discos, los encabezados en las pantallas de las computadoras y tabletas nos
indican quién se dirige a cada uno de los lectores. Sin embargo cuando se trata
de una ficción existe un narrador que se dirige a un lector determinado y que
como el narrador forma parte de la misma ficción.
Por lo general, la literatura crítica y universitaria
le dedica una parte importante a detallar las características del narrador
(aunque a veces lo confunde inapropiadamente con el autor), no obstante es
rarísimo que los críticos se refieran al lector interno, al que se dirige el
narrador. A veces hay un juego de imbricaciones narrativas, por ejemplo en Las mil y una noche. Todas estas
imbricaciones encabalgadas son reactivadas en cada lectura. Este punto de la
actualización de la instancia narrativa me hizo cuestionarme sobre la
existencia misma, sobre el modo de ser
de todas las ficciones, pero no se trata solo de las ficciones. Es cierto que
podemos remitirnos a la tinta, a los pixeles y otros octetos ocupados en las
memorias de computadoras como el sustento material que conservan latentes los enunciados. Sabemos que los
enunciados no son esas materias, incluso algunos ni siquiera han adquirido el
rango de “significante” saussureano.
Creo que me he alejado lo suficiente como para dar paso
hacia atrás y volver al texto mismo, sin dejar aquí la promesa de explayarme alguna
vez sobre esos temas. Al volver al texto, confieso, que siempre he deseado
tener justamente la misma supuesta capacidad que tiene el lector interno de una
novela.
Cada lector tiene su propia sensibilidad, su propio
pasado de lector de ficciones y por supuesto tiene algo particular que ofrecerle
al emisor en tanto que receptor de su mensaje. El texto es anunciador de un
recuerdo y de una muerte. Y el recuerdo va a acaecer ineluctablemente y es lo
que también se nos sugiere de la muerte, pues estar frente a un pelotón de
fusilamiento no deja mucha esperanza. De entrada se nos ofrece una narrativa de
acontecimientos fatídicos. La forma verbal “había de” es el núcleo de toda la
oración. La forma era poco habitual, muchos la descubrieron entonces, aunque se
entiende fácilmente, en verdad no es tanto la forma, sino el significado que
resalta García Márquez en este íncipit. Afirma lo ineluctable. Todos sabemos
que uno de los temas recurrentes de la novela es precisamente el papel que
juega el destino, la predestinación, el sino. Este tema abre la novela misma y
nos anticipa la noticia de una muerte. Esta muerte, en este momento inicial,
nos aparece con la misma fuerza de realizarse que el recuerdo de aquella tarde
remota. Todos hemos oído hablar de esos momentos que preceden la muerte y en
los que se hace un recuento de la vida. El coronel Aureliano Buendía hace lo
que se acostumbra en esos momentos y remonta a su niñez y la escena que le
reaparece en toda su completa realidad es la figura de su padre llevándolo a
conocer el hielo, hecho que lo marcara tan durablemente. Aquel descubrimiento
del hielo se nos presenta como un hecho de magia ante los ojos alucinados del
niño. La magia, lo fantástico, lo maravilloso es otro tema y, como los dos
anteriores, la fatalidad y la muerte, irrumpe desde la primera frase.
Félix Fernández de Castro, en su libro Las perífrasis verbales en el español actual
(Gredos, Madrid, 1999, págs. 71-72) nos recuerda que la forma había de “figuró regularmente en las gramáticas como
parte de la conjugación” y en la nota al pie de página nos cita varias gramáticas
desde la de Nebrija hasta la de Bello-Cuervo, pasando por la de la Academia de
1777 y otras más. Todas esas gramáticas, como otras modernas, escritas ahora en
nuestra época, señalan la significación gramatical de la perífrasis: la
obligación. Emilio Alarcos Llorach (Gramática de la Lengua Española, Madrid
2000, Espasa, pág. 327), interpreta que
esta “obligación” resulta del auxiliar “haber” y nos dice: “un ejemplo
consolidado es la construcción haber + de
+ infinitivo, donde el auxiliar impone el sentido de “obligación” en lugar
de “existencia” que evoca en sus usos autónomos: Este libro ha de dejar de lado los adornos literarios (66.11), el viaje ha de tomar la pequeña carretera secundaria (66.12)”. Un uso autónomo con significado
de existencia es “hay frutas en la canasta”.
A este respecto Samuel Gili y Gaya afirma algo que me ha
sorprendido, ahora que lo he vuelto a leer, nos dice: “No creemos conveniente
prodigar en la enseñanza gramatical la lista de estas perífrasis verbales,
porque, aparte de las amplias zonas de incertidumbre que habrán de presentarse
en la interpretación de los matices, hay que tener en cuenta que el empleo de
los verbos auxiliares proviene de las acepciones figuradas de estos verbos, los
cuales tienen en su mayoría pleno uso moderno fuera de las construcciones
perifrásticas de que ahora tratamos” (Curso
Superior de Sintaxis Española, Madrid, 1989, pág. 106). Mucho se ha
avanzado en la interpretación de los matices semánticos de estos conjuntos verbales.
Por otro lado este es un terreno muy amplio de la expresión en nuestro idioma y
además una tendencia muy fértil.
S. Gili y Gaya también restringe la significación de la
perífrasis del íncipit de Cien Años de
Soledad como “obligación”. En el parágrafo 96 nos explica que la “expresión obligativa figura desde antiguo en las gramáticas españolas. Con el
nombre de conjugación perifrástica o de obligación, se incluyó en la
gramática académica la frase verbal haber
de + infinitivo”.
Ahora volvamos al texto y leámoslo detenidamente y nos
daremos cuenta que el hecho de recordar “aquella tarde remota” no tiene nada de
una obligación, sino que de un hecho inevitable, de algo que va a ocurrir
porque sí, porque es algo que no se puede evitar. Precisamente esta ineluctabilidad
del recuerdo de alguna manera se expande al otro hecho sugerido, el de la
muerte del coronel Aureliano Buendía.
La Nueva gramática
de la lengua española es mucho más matizada en la interpretación del
significado de todas las perífrasis verbales y en particular de la que nos
estamos ocupando. Las caracteriza “por su relativa complejidad de su estructura
formal y también por la heterogeneidad, y a veces sutileza, de los significados
que expresan” (pág. 897). Incluye la Academia el tradicional significado de
“obligación”, pero lo restringe en los usos que ella llama “radicales” (cuando
“se le atribuye a la entidad designada por el sujeto cierta capacidad, obligación,
voluntad o disposición en relación con algo”). No obstante los académicos
afirman que a veces estos usos pueden desembocar “a menudo en una
interpretación puramente prospectiva, cercana a la de “ir a + infinitivo”. Este
uso, muy frecuente en la lengua clásica, hoy es característico del español
americano, en el que las perífrasis temporales y de obligación van desplazando
al futuro […]. Me permito señalar que esta tendencia es ya añeja y Rafael
Lapesa en su Historia de la lengua
española la señala y de manera lacónica afirma “Las perífrasis se extienden
a costa del futuro” (Madrid, 1968, Escelicer, pág. 359). Por supuesto se
refiere al español americano.
Jorge Negrete, el “charro de México” cantaba una ranchera
cuyo título trae esta perífrasis y su significado difiere de la significación
obligativa o prospectiva y de la de ineluctabilidad que hemos anotado respecto
al íncipit de García Márquez, me refiero a “Me he de comer esa tuna”. En la
canción se completa con un “aunque me espine la mano”. Resalta aquí otro significado y es la rotunda decisión de comerse la tuna, que
se refuerza con esa conjunción concesiva aunque.
La resolución de comerse la tuna es tal que no la impiden los pinchazos de las
espinas.
Vuelvo de nuevo al texto directamente: hasta llegar al
sujeto de la oración, el narrador nos entrega las circunstancias temporales y
espaciales del acontecimiento, estas circunstancias componen tres sextetos rítmicos
y son los que evidentemente dan el tono. Este ritmo se interrumpe y abre otro
periodo rítmico con pausas intuitivas delante de los complementos directos de
ambos verbos: recordar y llevar. Se puede no observar las pausas y el efecto no
cambia realmente mucho. Pero el inicio con tres sextetos ha dejado ya su
impronta rítmica y se tiende a seguir interrumpiendo más o menos el flujo
monótono de la lectura, aunque esta sea silenciosa. Por lo general, ahora ya
nadie lee en voz alta, sin embargo esta novela que se inicia con estos sextetos
tiene una musicalidad que invita a abandonar la lectura silenciosa y si no lo
hacemos, porque la lectura ahora es privada e individual, ya no es pública,
como se acostumbraba a escuchar las leyendas y los mitos.
Muchos han mencionado a la Odisea y otras epopeyas al
referirse a Cien años de soledad, es
cierto que lo narrado, trata de hechos grandiosos en los que
interviene lo sobrenatural y lo maravilloso. La musicalidad del texto se acopla
perfectamente al contenido y esto desde la primera frase.
Ahora fijémonos en un detalle
estilístico, los muchos años después
son reforzados en su lejanía por el adjetivo que califica al sustantivo “mañana”,
remota. La distancia que separa al
fatídico estar frente al pelotón de
fusilamiento y la presentación por su padre del hielo está ya dicha por los
“muchos años”, pero el narrador no se conforma con esta sola indicación, aquella y remota intensifican la distancia.
El tono épico, casi homérico del íncipit,
el fatalismo, lo maravilloso y lo real conjugados los encontramos en esta
oración. El estilo peculiar de García Márquez se ha concentrado aquí. Al mismo
tiempo toda la ironía narrativa está presente también. Hay igualmente un falso
empezar in medias res, la novela
realmente no se inicia en el hecho indicado en primer lugar, el estar frente al
pelotón de fusilamiento, sino que en la época en que el padre de Aureliano
Buendía, lo llevó de la mano a conocer el hielo, incluso antes, en un pasado
legendario y primigenio, en el que todo empieza.