martes, 24 de junio de 2014
domingo, 6 de abril de 2014
Piñata y cuentos etimológicos
Lo
que les voy a contar aquí no sirve para nada, es superfluo y uno puede
perfectamente vivir sin conocerlo. Se trata de una de esas cosas que forman
parte de la erudición: conocimientos curiosos de los que uno puede alardear en
alguna conversación de sobremesa. La palabra piñata se ha difundido por el mundo a partir de una lengua que no
es la suya y a partir de una costumbre latinoamericana, pero sobre todo,
conocida como mexicana. Se trata de ese juego infantil que ameniza los
cumpleaños. Corrientemente ahora no se nos ocurre que esta palabra tan
familiar, tan nuestra, pueda tener origen extranjero. No obstante ese es el
caso. Y en tiempos clásicos, los del autor de la historia de don Quijote, aún
no se ha adoptado del todo, se percibe su origen toscano y el Caballero de la
Triste Figura nos lo prueba:
“—
Yo —dijo don Quijote— sé algún tanto del toscano y me precio de cantar algunas
estancias del Ariosto. Pero dígame vuesa merced, señor mío, y no digo esto
porque quiero examinar el ingenio de vuestra merced, sino por curiosidad no
más: ¿ha hallado en su escritura alguna vez nombrar piñata?
—
Sí, muchas veces —respondió el autor.
— ¿Y
cómo la traduce vuestra merced en castellano? —preguntó don Quijote.
—
¿Cómo la había de traducir —replicó el autor— sino diciendo 'olla'?”.
Para
todo aquel que nunca fue al diccionario a buscar la significación de esta
palabra se entera ahora que en la entrada del diccionario académico el
principal significado es este:
1 1. f. Especie de olla
panzuda.
Pero
la entrada en nuestra lengua de piñata, lo confirma Culebro, un personaje de la
Comedia de El curioso impertinente de Guillén de Castro, esto pocos años antes
que aparezca en boca de don Quijote:
—Culebro: De
español no tengo más
que
las plumas y la espada.
y tiano la cazuela,
y que es la sartén padela.
Una
vez un señor encorbatado y con la elegancia y seguridad de los que saben mucho,
le respondió a un cipote curioso, que piñata procedía de piña, pues las
primeras piñatas que se colgaban en las fiestas, tenían esa
forma. El cipote se quedó contento con la respuesta y el encorbatado aún más.
Los lingüistas le llama a este proceder engañoso “etimología popular”, poco
importa quién sea el que lance tales burradas. Ahora bien, ¿qué le cambia al
amable lector saber ahora que piñata no viene de piña por la forma de las
primeras piñatas? Este dato histórico ha de ser tan falso como la etimología.
No creo que para entender y usar la palabra necesite saber que su origen es
toscano y que primitivamente su significado era olla panzuda.
Pero
esto de la piñata pasa con todas las palabras, algunas personas hinchan su
pecho y alzan la frente enjundiosas, cuando afirman el significado primero de
esta palabra es… y por allí se van hasta el griego o el latín, de seguro
piensan que con ello han llegado al meollo del significado. Poco importa para
esta gente que la significación sea ahora otra y que es esta la que importa y
es la única que cuenta cuando la usamos. Ignoran que la etimología también es
una convención temporal, pues escritos antiguos no hay muchos que se hayan
conservado, lo que nos obliga a detenernos en el tiempo, al tercer, cuarto o
quinto siglo antes de nuestra era. Hay una creencia ingenua que el significado
etimológico es el genuino, como si en aquel lejano tiempo, los sonidos hubiesen
capturado el primigenio significado de la cosa y que el resto ha sido una
simple degradación, un lamentable desgaste.
Pero
lo que Saussure llamó el arbitrario del signo es un concepto universal, abarca
todas las lenguas y todo tiempo. Esto significa que aunque pudiéramos remontarnos
a las primeras palabras, los sonidos no reflejan, no han aprisionado la
quintaesencia substancial y sustantiva de la cosa nombrada.
Pero
si al inicio dije que se trata de una costumbre latinoamericana, pues tampoco
es cierto, no es sólo de América y es hasta muy probable que nos llegara de la
Península, les anoto el segundo significado que nos dan los académicos:
2. f. Vasija de barro, llena de dulces, que en el
baile de máscaras del primer domingo de Cuaresma suele colgarse del techo para
que algunos de los concurrentes, con los ojos vendados, procuren romperla de un
palo o bastonazo, y, por ext., la que se pone en una fiesta familiar, de
cumpleaños o infantil.
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