Una crecida actividad en mi otro blog «Cosas tan pasajeras» me ha tenido alejado de este espacio. He estado pensando en dejar de lado este espacio, quiero decir cerrarlo definitivamente. No obstante no lo hice. Las razones han sido pocas, más bien una sola. Dejarme una puerta de escape, un lugar donde refugiarme para traer asuntos que antes publicaba en «Cosas» y que desde hace un tiempo también he abandonado. Los asuntos políticos y sociales de El Salvador han acaparado mi atención. Me dije no cuesta nada volver luego.
No es que a este luego le haya sonado su hora. Mi tiempo sigue parco. Porque cosa extraña, mi correspondencia ha crecido, me han reaparecido amigos que añales había perdido de vista. Me han surgido nuevos. Algunos no conozco ni en foto, pero les escribo y me responden. Hace unos días tuve el agrado de encontrar a un amigo, que no conocía ni en foto, me la envió pâra que pudiera reconocerlo, pues hizo un viaje por Europa y su primera escala era París. Nos encontramos. Fue un encuentro muy extraño. ¿En qué sentido? Pues gracias a nuestras discusiones anteriores por esta vía de internet, rápidamente este primer encuetro se convirtió en reencuentro. No anduvimos con preámbulos, ni rodeos, retomamos temas anteriores y algunos nuevos frente a las escenas que se nos iban presentando al deambular por las calles de París. El tiempo que pasamos juntos se me hizo corto, pues muchas cosas quedaron sin ir al fondo y otras ni siquiera fueron abordadas.
Al mismo tiempo, debo decirlo, tuve una sorpresa al verlo. No es que tuviera una imagen ya configurada en mi mente de manera definitiva, pero su semblante, su estatura, sus maneras, sus gestos, sus poses y por supuesto su voz, no coincidían con lo que me había imaginado. Y esto a pesar de las fotos que me ha enviado. Pero esta sensación de no coincidencia no duró mucho tiempo, rápidamente ocurrió un acomodamiento con su presencia. Esto que he puesto aquí, este amigo lo va a descubrir ahora al leerlo aquí, no se lo dije. Sé que tampoco soy cabalmente como él me había imaginado.
Si guardo reserva sobre su persona, es a pedido suyo. Así que no puedo detallar mucho. No obstante voy a decir que nuestras charlas me fueron devolviendo un modo de ser nuestro, algo que tal vez no nos demos cuenta de que lo tenemos mientras estamos adentro de nuestra sociedad, de nuestro país y andamos enfrascados en nuestro ajetreo cotidiano. No es solamente el lenguaje, aunque nuestro deje, nuestras palabras, nuestras muletillas propias ocupan grande parte del fácil encuentro y reencuentro. Como estoy afuera, es natural que pare mientes en estos detalles y sobre todo en un aspecto que tal vez no sea tan sólo nuestro, pero puede que lo consideremos propio: los salvadoreños despotricamos muy a menudo contra nuestros paisanos y sus conductas. Los salvadoreños no estamos a gusto con nosotros mismos. Pero no se trata siempre, ni obligatoriamente de una mala habladuría, al contrario cuando alejados del espectáculo diario de nuestra gente abordamos los temas álgidos, lo querramos o no, el cariño por nuestra gente, por nuestro paísito, nos brota a la piel, no como un escalofrío, sino como manchas y ronchas contra las cuales no hay remedio. Bueno, últimamente es la impresión que me han dejado los salvadoreños con quienes me he encontrado. Tenemos un sentimiento fuerte de que somos lo que somos, una identidad que se ha ido forjando con muchos obstáculos, pero sobre todo con muchos tropiezos y muchos traspiés. Nuestro despotricar es también búsqueda de nuestro ente. Paro aquí, tal siga con el tema otro día.