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martes, 9 de octubre de 2007

Bajtin y la responsabilidad en el arte

Por Carlos Abrego

Mijail Mijailovich Bajtin crítico y teórico literario ruso de la época soviética era también un inagotable pensador. Muchos de sus escritos que podemos leer ahora fueron editados en fragmentos a partir de sus manuscritos y ya después de su muerte. No todo lo que ha sido publicado en ruso se ha vertido en nuestra lengua, esperemos que alguna casa editora tome la iniciativa de completar en castellano el rico material de sus obras.

Uno de los escritos que se encontraron en sus archivos es el esbozo de un trabajo, que tal vez iba a tener un tamaño mucho más importante que las dos páginas publicadas en una reedición de sus obras (sueltas)[1]. El título es “Arte y Responsabilidad”. Creo que este fragmento guarda no obstante un sentido integral de su pensamiento y lo expresa cabalmente.

Curiosamente el artículo comienza dando una definición de lo que llama un “todo mecánico”. Si esto sorprende en el momento de comenzar a leer, rápidamente uno entiende las razones y funciones de esta definición. Voy a traducirla integralmente: “A un todo se le llama mecánico, si sus distintos elementos están únicamente reunidos en el espacio y en el tiempo por un vínculo externo y no están penetrados por una unidad interna de sentido. Las partes de ese todo, aunque estén una al lado de otra y se toquen mutuamente, pero en sí son ajenas unas respecto a otras”.

En los pocos párrafos que siguen a esta definición, Bajtin trata de cómo la coherencia interna que cobran las cosas en la persona, pueden volverse mecánicas en una actividad como el arte: “El artista y el hombre con mucha frecuencia están unidos mecánicamente, de manera ingenua, en una personalidad; el hombre sale temporalmete hacia la creación de la “preocupación vivencial”, como hacia un mundo distinto de “inspiración, de suaves sonidos y de plegarias”.

Luego de plantear este problema, responde que solo la responsabilidad puede garantizar el vínculo interno de los distintos elementos que constituyen la personalidad. “Por todo lo que he experimentado y entendido en el arte, debo de responder con mi vida, para que lo vivido y comprendido no resulten inactivos en ella. El poeta debe tener presente que es su poesía la culpable de la prosa trivial de la vida y el hombre de la vida que sepa que los culpables de la esterilidad del arte son la ausencia de exigencia y seriedad de sus problemas vivenciales”.

Bajtin se expresa de esta manera porque para él existe una unidad compuesta por la responsabilidad y la culpa. Pues siempre tiene presente que los contrarios cobran sentido y coherencia interna reunidos en una unidad de sentido. En el caso que nos ocupa es la persona humana. “La personalidad debe ser totalmente responsable: todos sus momentos no solo deben posarse uno tras otro en la línea temporal de su vida, sino que compenetrarse en la unidad de la culpa y la responsabilidad”.

La expiación de la culpa personal

Pero no hay que pensar que Bajtin está confundiéndolo todo, equiparándolo todo. Una cosa es la vida y otra el arte.

Es “inútil para justificar su propia irresponsabilidad apoyándose en la “inspiración”. La inspiración que ignore la vida y que ella misma sea ignorada por la vida, no es realmente inspiración, sino que mera obsesión”.

Pero no se crea que Mijail Mijailovich Bajtin está aquí pregonando por la culpa individual, por asumir su responsabilidad personal ante los males de la vida social, en el sentido de nuestra inquietante búsqueda por nuestra propia y personal redención. En otro ensayo que sirve de prefacio a una reedición de “Resurrección” de León Tolstoi (Lev Nikolaievich Tolstoi), Bajtin aborda este problema de la culpa y la responsabilidad. No voy a entrar en los detalles del prefacio de Bajtin. Esto merece mayor espacio que el que pretendo ocupar aquí.

Se sabe que Tolstoi escribió esta última novela luego de sufrir una profunda crisis en su persona, en tanto que artista y hombre. Bajtin describe esta crisis como un sentimiento de insastisfacción de su propia vida, de la superficialidad de su modo de vivir, suyo propio y de su clase y siente avecinarse un mundo distinto que viene justamente a arrasar las antiguas creencias. El mundo social es malo, la verdad se encuentra en la naturaleza. Debemos volver a lo natural. Pero durante la famosa “crisis de Tolstoi” el escritor ruso se entraga a reflexiones místicas personales y a sus propias interpretaciones del Evangelio”.

“La novela se abre con textos del Evangelio (el epígrafo) y se cierra con ellos (la lectura evangélica de Nejliudov). Todos estos textos deben fijar una sola idea fundamental: lo inadmisible no sólo del juicio de un hombre sobre otro, sino lo inadmisible de cualquier actividad orientada a corregir el mal existente. Los hombres han sido enviados al mundo por la voluntad divina —patrón de la vida— en tanto que trabajadores que tienen que ejecutar la voluntad del patrón. Esta voluntad está expresada en los mandamientos que prohiben cualquier violencia en contra de sus prójimos. El hombre puede ejercer sus acciones únicamente hacia sí mismo, hacia su “yo” interno (búsquedas del reino divino que está en nuestro interior), el resto no es sino agregado”.

Esta idea es la que organiza toda la novela. El despliegue de esta ideología se realiza en Tolstoi no por medio de un tratado filosófico-moral, sino que a través de procedimientos artísticos, usando materiales concretos de la realidad y relacionados íntimamente con el destino típico social y vivencial de Nejliudov, Tolstoi con una meridiana claridad nos va mostrando sus raíces clasistas y psicológicas. Lo que aflige a Nejliudov, lo que lo consterna no es directamente el mal social, sino su propia y personal participación en ese mal. “Justamente hacia este problema de la participación personal en el mal reinante que están encadenadas todas las vivencias y todas las búsquedas de Nejliudov. ¿Cómo cortar esta participación, cómo liberarse del confort que traga tanto trabajo ajeno, cómo liberarse de la propiedad de la tierra ligada a la explotación de los campesinos, librarse del cumplimiento de obligaciones sociales que sirven a peremnisar esta esclavitud, pero sobre todo y lo más importante de todo, es como expiar su vergonzoso pasado, cómo expiar su propia culpa ante Katiucha?”.

Este cuestionamiento de la participación personal en la ejecución del mal le hace sombra, esconde al mal que existe objetivamente y lo convierte en algo supeditado, en algo secundario en comparación con las tareas del arrepentimiento personal y del perfeccionamiento personal. “La realidad objetiva —nos dice Bajtin— con sus tareas objetivas se diluye, se ve absorbida por los asuntos interiores con sus tareas subjetivas de expiación, de purificación, de la propia y personal resurrección moral”.

En la novela de Tolstoi, “desde el comienzo sucede la fatal sustitución del problema: en lugar del problema sobre el mal objetivo fue planteada la cuestión de la participación personal en él”.

La ideología de la novela sostiene inexorablemente el plano subjetivo del asunto personal interno. Esto está prefigurado por el planteamiento inicial de la novela. La ideología muestra la salida subjetiva al explotador arrepentido, es un llamado al arrepentimiento a los que no se han arrepentido. La cuestión de los explotados ni siquiera es planteada. Su situación casi se convierte en algo que se puede envidiar, los explotados no son culpables.

No se trata pues de una responsabilidad personal, interna, subjetiva. No se trata de nuestro perfeccionamiento personal, de nuestra propia purificación. Acaso esto es posible mientras el mal objetivo subsista, el mal social que engendra la miseria.




[1] M.M. Bajtin, literaturno-kriticheski stati, Ed. Judozhenstvennaya literatura, Moscú 1986.

 
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